Mi mascota y yo: una conexión única y profunda

Mi mascota y yo - Paula

La gata Valeria llegó a la vida de Francisca hace cuatro años y medio. Al principio, no estuvo muy segura de adoptarla porque tenía los típicos prejuicios sobre estos animales: que son traicioneros, menos apegados que los perros. Pero con el tiempo aprendió que los gatos tienen otro lenguaje. "Cuando lo descubres, te das cuenta de que tienen una nobleza y una capacidad de entregar cariño tremendas", dice. Hoy su conexión es tan profunda que incluso logra distinguir sus diferentes maullidos. "Valeria es mi familia", agrega.




Desde niña, la periodista Francisca Colussa tuvo mascotas, siempre perros. Sin embargo, ya de adulta, como vivió en distintas oportunidades fuera del país, no pudo tener un animal a cargo. Hasta que llegó la pandemia. “Ahí comencé a tener más ganas, pero cuando se lo planteé a la amiga con la que vivía en ese momento, me dijo que si teníamos un perro, tenía que vivir en el patio”, relata. Una condición que para ella fue intransable. Ahí surgió la idea de tener un gato. “Me lo propuso otra amiga, pero me costó tomar la decisión porque tenía los típicos prejuicios sobre estos animales: que son traicioneros, menos apegados que los perros, etc.”

Finalmente, se decidió. Escribió a algunas fundaciones y, en ese proceso, le mandaron la primera foto de Valeria. Dice que le gustó inmediatamente porque, incluso en la foto, se notaba que era una gata con personalidad. Como ella.

Mi mascota y yo - Paula
Mi mascota y yo - Paula

De eso han pasado cuatro años y medio, y la vida de Francisca es otra, completamente. “La rutina con los gatos, a diferencia de los perros, empieza muy temprano. Me despierta a las 5:30 o 6:30 con suerte, porque los gatos se activan en la mañana y en la noche, y durante el día duermen. Así que dormir hasta tarde, nunca más. Es como tener una guagua siempre. Hay días que le digo: ‘Valeria, cinco minutos más’. Pero al final me levanto, le doy su latita de comida húmeda, juego un rato con ella y, después de eso, cada una empieza su jornada”, cuenta.

Pero no es solo la rutina lo que cambia. “Un animal requiere tanta preocupación como cuando tienes una guagua, porque no habla, y todo lo que conoces de él es por observación o intuición. Yo la miro y sé lo que le pasa, sé que se siente rara. A veces no tengo pruebas físicas, pero la llevo al veterinario y siempre hay algo. Siento que nos comunicamos muy telepáticamente”, dice. Y es que la conexión que ambas han desarrollado es, en sus palabras, extremadamente profunda. “Es un amor incondicional a prueba de todo; incluso con la familia a veces uno puede no llevarse tan bien, pero el amor que sientes por un animal y que recibes de él es inconmensurable. La gente se enoja cuando uno los compara con un hijo porque, efectivamente, no son hijos humanos, no vienen de ti, pero son partners, familia, son seres que dependen cien por ciento de ti. Es muy profundo”, agrega.

Después de todo este tiempo juntas, Francisca confiesa haber cambiado de bando. “Ahora soy súper gatuna, amo a los gatos. Pienso también que son animales súper incomprendidos porque tienen una personalidad más independiente y fuerte. El perro es más permisivo, te perdona más; el gato no. Tú le haces una y te pone un límite, y después no te pesca. La gente los tiene como traicioneros, como agresivos, pero un gato jamás te va a atacar si tú lo tratas con respeto y cariño. El gato no es traicionero, el gato tiene otro lenguaje, y creo que las personas no se han dado el tiempo de conocer realmente cómo se comunica un gato. Cuando lo descubres, te das cuenta de que tienen una nobleza y una capacidad de entregar cariño tremendas. Son exquisitos”.

Mi mascota y yo - Paula
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Ahora, en la casa de Francisca, la cortina de baño, los platos, los posavasos y varios otros objetos tienen diseños de gatos. “Uno se chala un poco porque, además, son extremadamente hermosos; de una belleza, una sutileza, una sensualidad, un misterio… son espectaculares”, dice.

Eso sí, Francisca no está de acuerdo con humanizar a las mascotas. “Yo, por ejemplo, no le pongo ropa. A mí no me gusta humanizar a un animal en ese sentido. Pero sí pienso que hoy día se confunde mucho el humanizar con entender que un animal tiene sentimientos, inteligencia y su propio lenguaje, y eso no es humanizar. Todos los animales son seres sintientes. Por eso es que uno los termina conociendo a la perfección. Incluso la palabra ‘mascota’ no me gusta porque, para mí, Valeria es mi familia”.

Y es tan así que dice que hasta puede distinguir sus maullidos. “Sé cuándo quiere que le ayude a cazar una polilla, cuándo quiere jugar, cuándo quiere que le haga cariño. Tener un animal es sumergirse en un lenguaje nuevo por completo. Nosotras jugamos mucho; me hace reír mucho”, dice. También le llena el corazón. “Es mi familia, absolutamente, como cualquier otra. Pienso en ella constantemente, busco su bienestar, juego con ella, hablo con ella. Ella me entiende perfectamente; yo la entiendo a ella”.

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