Cuando el abusador es tu psicólogo

Acoso psicologos Paula



Cuando Emilia Silva (44) entró por primera vez a la consulta de su terapeuta, nunca imaginó que seis sesiones más tarde saldría por la misma puerta arrancando. Había llegado hasta ahí por la recomendación de una conocida que, después de verla muy mal tras terminar una relación de pareja tóxica, le sugirió que viera a un psicólogo. “Cuando llegué a terapia estaba destruída. Venía recién saliendo de una relación de nueve meses en la que casi todo el tiempo había sido víctima de abuso psicológico y me sentía un estropajo”, recuerda Emilia.

Durante la primera sesión nada le pareció sospechoso. Su terapeuta era especialista en hipnosis y regresiones y para Emilia, quien solo tenía una experiencia previa en atenciones por salud mental con una psiquiatra, todas las esperanzas estaban puestas en que las técnicas de su psicólogo la podían ayudar a salir del hoyo emocional en el que se encontraba. “Si alguien me hubiese visto en ese tiempo no me habría reconocido. Era otra persona porque estaba realmente muy mal”, comenta. Los meses siguientes al término de su relación, coincidieron con que había renunciado a su trabajo y había decidido dedicarse por completo al maquillaje profesional. “Estaba tan mal que sentía que el cuerpo no me daba. No sé cómo me levantaba. No tenía ningún ánimo, lloraba todos los días y en mi mente no valía nada”, recuerda.

A medida de que fueron pasando las sesiones, Emilia notó que el trato de su psicólogo cambiaba. Cada vez eran más directos los piropos que le hacía a sus tenidas y los abrazos de despedida al final de cada cita eran más y más estrechos. “Siempre me alababa cómo andaba vestida: que los calcetines, que el gorro, que la chaqueta, que tenía tan buen gusto”, explica. “Hasta que, cuando llevábamos como cinco sesiones, me agregó a Facebook y me habló a través del chat”. En ese momento Emilia se dio cuenta de que algo no estaba bien. Su terapeuta le escribía vía web como si fuese un amigo. Le hacía comentarios sobre lo bonita que se veía en las fotos de su perfil y le preguntaba cuáles eran sus tragos favoritos.

A pesar de que sabía que lo que estaba ocurriendo no era común en una relación especialista-paciente, no quiso perder las sesiones de terapia que le quedaban y se reunió con su psicólogo por última vez. “En la última sesión le di las gracias por el apoyo, pero él se acercó y me dio un beso”, recuerda. Fue entonces cuando decidió salir corriendo de un espacio que consideraba seguro y de contención. “Él se estaba aprovechando de la situación. Sabía que como era la última sesión ya no era mi psicólogo y creyó que podía hacer lo que quisiera”, explica.

Isabel Puga, terapeuta y directora del Colegio de Psicólogos de Chile, explica que en las relaciones entre pacientes y profesionales de salud mental este tipo de transgresiones nunca son admisibles. “La relación entre un terapeuta y su paciente es asimétrica, ya que desde el minuto en que la persona que llega a la consulta lo hace pidiendo ayuda”, explica la especialista. Y es que, si bien reconoce que en casos excepcionales hay personas que pueden terminar siendo amigas o amigos de sus terapeutas una vez que los procesos de terapia han concluido, durante el tratamiento siempre se considera que cualquier vínculo que no sea el estrictamente profesional es un abuso por parte del psicólogo.

“Hay una persona que se ha expuesto mucho frente a la otra y que ha establecido una confianza por la que espera que toda la información que ha entregado sea usada en su propio bien, no en beneficio del terapeuta”, comenta Isabel. Este punto es clave porque, según la directora del Colegio de Psicólogos, una terapia siempre debe girar en torno a la salud mental del paciente y el foco debe estar puesto en su beneficio, no en el aprovechamiento que pueda hacer el terapeuta de la situación, como ocurrió en el caso de Emilia.

La maquilladora explica que precisamente en el momento en el que ella recurrió a terapia su salud estaba afectada y que no tenía conciencia plena de lo que estaba pasando. “Mi mente estaba en otra parte. Y si bien sabía que lo que él estaba haciendo no estaba bien, no era capaz de reaccionar”, comenta. Isabel Puga agrega que incluso si un paciente muestra sentimientos recíprocos hacia un terapeuta eso nunca justifica que este actúe frente a una potencial atracción que pueda sentir, porque lo que corresponde siempre en esos casos es la derivación de la persona a otro profesional.

“Solo hablando con amigas tiempo después me he dado cuenta de que lo que pasó fue serio. Que no corresponde, especialmente cuando una persona está tan vulnerable como lo estaba yo”, comenta Emilia. “Él podría haber logrado muchas cosas que en mi sano juicio no hubiese permitido. Ahora lo pienso y me doy cuenta de que soy una mujer adulta y pude salir de ahí, pero me imagino que le puede pasar a alguien más joven o que esté más débil psicológicamente de lo que yo estaba”.

“La terapia es un espacio de contención emocional, de cuidado", dice Isabel Puga. "Pero también de reflexión donde la paciente debe sentirse contenida, protegida y también estimulada”. La especialista es tajante en afirmar que siempre hay que recordar que la terapia es una relación de trabajo y, como tal, tiene que tener límites.

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