Paula Carrasco tiene 38 años, es dueña de casa, tiene 2 hijos y vive en la comuna de La Florida, Santiago. Ha vivido con obesidad desde que tiene uso de razón: “yo nací gordita”, dice. En la primera infancia, no sintió los estigmas de su condición, ya que, sobre todo en esa época, se tenía la percepción de que la niña “entre más gordita, más sanita”. Pero todo comenzó en la enseñanza básica: “Empecé a darme cuenta de que no podía hacer ciertas actividades físicas, que me escogían al último para cualquier tipo de deporte y que algunos compañeros, por lo general hombres, se burlaban de mí”, comenta Paula.
En la enseñanza media el bullying se acrecentó y se comenzó a sentir más insegura: la diferencia estética en comparación con sus compañeras, el rechazo de los hombres por su peso y las constantes burlas e insultos de sus compañeros, hicieron que Paula forjara una personalidad fuerte. “Tuve que aprender a pelear para defenderme. Me agarraba a combos con mis compañeros para que me dejaran de molestar. Era la única forma, a pesar de los golpes que recibía a cambio”, confiesa.
De acuerdo a un estudio impulsado por la Unidad de Inteligencia de The Economist, hoy en día hay más niños y adolescentes en el mundo que viven con obesidad que nunca antes. En los últimos 40 años, el número de estos jóvenes se ha multiplicado por diez, pasando de 11 millones en 1976 a 124 millones en 2016. En el caso particular de Chile, la última Encuesta Nacional de Salud reveló que la obesidad en personas mayores de 15 años aumentó aproximadamente un 10% en menos de una década y un aumento similar hemos visto en niños y adolescentes.
Según la Doctora Camila Muñoz, Nutrióloga Pediátrica del Hospital de La Serena, este es un fenómeno multifactorial que se da a nivel global y que a estas alturas ya es una epidemia, no solo en la adolescencia, sino que en todos los grupos etarios. “Particularmente en la niñez, nuestro país ha tenido una historia nutricional bastante compleja: en los años 80 lo que predominaba era la desnutrición y se realizaron muchas políticas públicas para combatirla que fueron muy exitosas. Pero ahora la balanza se inclinó hacia el otro lado, y no es que solo salimos de la desnutrición, sino que llegamos a la obesidad”, explica.
Por su parte, la pediatra y experta en nutrición, la Doctora Sylvia Cruchet, asegura que el sedentarismo, la elección de los alimentos y las porciones de ellos, son factores claves para la evolución de esta enfermedad. “El alza en las cifras de obesidad en adolescentes es preocupante, ya que cada vez hay más niños con obesidad y en la medida que pasa el tiempo, la obesidad de estos niños es más marcada. Cuando un menor es obeso, significa que tiene alterado otros indicadores, como colesterol alto, generan resistencia a la insulina, tienen problemas traumatológicos por el peso”, explica la doctora y agrega que “uno de los problemas que surgen en los adolescentes con sobrepeso u obesidad es que no son conscientes de los problemas que esto puede acarrearle a largo plazo”.
Ese fue el caso de Paula, quien se dio cuenta de su enfermedad cuando quedó esperando su primer hijo. “Cuando estaba embarazada fui al médico por una preeclampsia y el médico y de las matronas me decían que, por culpa de mi peso, mi hijo se podía morir. Ahí me di cuenta de que el tema de mi peso era grave: me duelen las rodillas, la espalda, tengo colesterol alto, hígado graso y pre diabetes”. Paula, hasta el día de hoy, y a pesar de tocar varias puertas, no ha recibido la atención médica que su enfermedad requiere.
Vivir con el peso del estigma
Por su parte, Marcela Alarcón es madre de un paciente adolescente con obesidad. Su hijo desde pequeño siempre estuvo excedido de peso en los controles sanos, pero los médicos nunca se refirieron a un desorden alimenticio. Aun así, desde los cuatro años lo inscribió en distintas actividades físicas, como natación y fútbol. “La alimentación también fue cuidadosa, pero no tan rigurosa como debió haber sido. Yo le tenía que mentir para no ir a los cumpleaños y así no comiera golosinas”, confiesa la madre.
Por temas económicos y de salud, Marcela y su familia tuvieron que migrar de Santiago a una zona rural de San Francisco de Mostazal, en la VI Región. “Desde acá es todo más difícil: no hay locomoción y tenemos que viajar a Santiago constantemente para el tratamiento de mi hijo” y agrega que “además, matriculé a mi hijo en un colegio donde sufrió bullying por parte de los alumnos, de los profesores y de los apoderados, donde siempre fue objeto de burla: el guatón, el guataca, entre los más suaves, y obviamente comenzó a defenderse de la misma forma a las agresiones que él recibía”.
Su hijo no encontraba paz en ningún lugar: el colegio, la calle, la locomoción, el doctor. Todo era un escenario donde las miradas y los comentarios lo hacían protagonista por su aspecto físico. “A mi hijo le dio depresión al vivir con angustia, humillaciones, rechazos e insultos, y cuando llegó la pandemia, esto se acrecentó”, cuenta Marcela.
La Doctora Cruchet, explica que “la pandemia ha sido fatal para este tipo de casos. Los jóvenes se sienten muy cómodos atrás del computador, porque no tienen que mostrarse frente a nadie, y sumado a la ansiedad que provoca el contexto, se tiende a comer más y a distintas horas. Los jóvenes pueden entrar en un círculo vicioso en el que comen debido al estrés que les genera sentirse juzgados y no ser aceptados por su imagen, y esa comida que ingieren al mismo tiempo es la culpable de que su percepción de ellos mismos no mejore”, explica.
Marcela, con el retiro de su 10% decidió llevar a su hijo al sistema de salud privado, donde pasó por varias malas experiencias, en donde se enfrentaron a la discriminación por parte de los médicos, que para ella eran los más renombrados en su especialidad. En esa búsqueda, llegaron a un centro donde recibe orientación nutricional, psicológica, endocrinológica, entre otras. Además, cambiaron los hábitos alimenticios de toda la familia de manera estricta.
La doctora Muñoz explica que los hábitos de la familia son fundamentales. “En general, cuando uno se enfrenta a un adolescente con exceso de peso u obesidad, no es sólo él quien la padece, sino que es el núcleo familiar que tiene todo un ambiente obesogénico. En general todo el núcleo tiene malnutrición por exceso y eso se debe a hábitos no saludables de alimentación y actividad física”.
Por su parte, la doctora Cruchet, explica que lo importante es trabajar en políticas de Estado tendientes a potenciar soluciones integrales. “Considerando el contexto chileno actual, con un alza sostenida en problemáticas alimentarias en diversas poblaciones en Chile, y los altos costos asociados a los tratamientos, surge la necesidad de contar con un sistema de salud público integral que considere la prevención, el tratamiento, el financiamiento y el acompañamiento por parte de un equipo multidisciplinario”. Agrega que “la obesidad es una enfermedad crónica, la de mayor prevalencia en el país, de difícil manejo, en general sin buenos resultados y por lo tanto es fundamental su prevención y tratamiento temprano, para evitar complicaciones”, finaliza.