Ociofobia: el temor a no hacer cosas
No había pasado ni un día de aislamiento y las redes sociales y medios de comunicación ya proponían ideas para hacer desde la casa con el propósito de evitar enfrentarnos a uno de nuestros grandes temores: el aburrimiento. Y es que aunque suene exagerado, no lo es. Según el psicólogo y escritor español Rafael Santandreu, la ociofobia –concepto propuesto por él– se trata de una nueva enfermedad, que se ha agudizado por la corriente social de la súper ocupación.
"El problema empezó a partir de la revolución industrial, cuando se inventó que la virtud de la sociedad era la eficacia en la producción. Nos regimos por leyes antinaturales que podrían resumirse en el cuanto más, mejor. Se han endiosado los conceptos de eficacia, logro y realización, pero no la felicidad", aseguró en una entrevista que dio para el medio catalán El Periódico.
En Chile, las cifras parecen respaldar su teoría. Según la última Encuesta Nacional del Uso de Tiempo (ENUT) realizada por el INE, tanto mujeres como hombres dedican, en promedio, seis horas diarias al ocio y vida social, comprendiendo un total de 24 horas. Es decir, solo el 25% del día se considera para realizar actividades de carácter recreativo y de convivencia social, además del uso de medios de comunicación. El resto es destinado a actividades que están asociadas al trabajo remunerado, al no remunerado o al cuidado personal (comer y dormir). El problema es que un 97% de los chilenos prefiere dedicar su tiempo libre a las pantallas, de acuerdo a un sondeo realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Cifra que invita a cuestionarnos por qué necesitamos estar rodeados de estímulos y no somos capaces de disfrutar en soledad.
Para el sociólogo Carlos Durán, del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Juventud (CISJU), esto se debe a que el ser humano está configurado en función de las demandas que el entorno social le señala. "Primero, tiene que ver con valores. La comunidad nos enseña lo que es supuestamente correcto y lo que no. A partir de esto se construye un sentido moral, el que, además, está configurado por la idea de la funcionalidad. Es decir, somos individuos que debemos generar determinadas acciones que son funcionales para un todo social", explica. Como consecuencia, el vivir en comunidad hace que nos definamos en función de las aspiraciones y requerimientos del entorno, más que de nosotros mismos.
El pánico colectivo de llenarnos de actividades en aislamiento responde a esto: al no saber quiénes somos si es que no funcionamos para un otro. "Ahora todo este sistema entró en crisis, generando el prejuicio de sentir que no estamos rindiendo. Viene una suerte de temor y auto sanción por sentir que no estamos haciendo lo que se supone que deberíamos hacer. Y por mucho de que haya una liberación y que no tengamos que cumplir funciones, se produce un vacío que da cuenta de cómo los individuos no podemos vivir fuera de los requisitos del orden social", dice el sociólogo.
Sin embargo, esto no es algo nuevo. El miedo a estar con nosotros mismos, sin la necesidad de estímulos, es algo que se da también en nuestra rutina normal. Para Durán, el hecho de que pasemos la mayor parte de nuestro tiempo libre en redes sociales deja en evidencia este tema. "El estar conectados no significa solo entretenerse, sino que tiene ver con esta dependencia al lazo social y a una suerte de pánico a enfrentarse a uno mismo. Y esto pasa incluso en vacaciones. Si estamos en una situación de relajo, nos preocupa mucho más grabar el momento que vivirlo. Nosotros estamos muy apegados a la idea de la reproducción técnica y muy alejados de nuestro ser auténtico, del cual solemos escapar. Porque estamos en búsqueda de la aprobación y la conexión nos permite jugar a ese juego".
Para pelear contra esto, el sicólogo Rafael Santandreu propone la idea de pasar una hora mirando la pared. "Cuando me falla una visita, en vez de hacer tareas, me paso la hora mirando la pared o la ventana. Me vienen pensamientos, historietas. Es regenerador y pacificador. Además, despierta la creatividad de una manera sorprendente. Las cosas más sublimes de la humanidad surgieron en la fértil inactividad. Por ejemplo, Cervantes escribió 'Don Quijote' durante las tardes por Castilla. Y Jesucristo, que no tuvo ni oficio conocido, preparó toda una religión durante sus 40 días en el desierto", mencionó en la entrevista.
Y es que el problema, según ambos expertos, no se trata de vivir en sociedad, sino que del cómo nuestra valoración depende de eso. "Cuando sacamos la sociedad, nos quedamos en un vacío dramático porque el individuo no existe sin comunidad. El desafío es replantearnos el cómo nos relacionamos con esta. Porque al final, esta interacción social y el cómo nosotros la hemos respetado a cabalidad ha ido generando la desaparición y el temor al espacio individual", concluye Carlos.
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