Ordenar(se)
Toda la vida me he jactado de ser ordenada: que sé dónde tengo mis cosas, que soy capaz de guardar apuntes del año 1996 “por si los pudiera necesitar” y guardaba mi polerón de 4to medio porque “¿cómo voy a botarlo?”.
Sin embargo, empecé un proceso personal intenso que sentía tenía que coronar con un gesto concreto. Así, elegí desprenderme de objetos que ya no me servían y llamé a una experta en orden que estuvo conmigo cerca de seis horas vaciando, agrupando, seleccionando y organizando mi closet y varias maletas de ropa que no cabían dentro.
Si bien parecía ser un ejercicio superficial, en la medida que pasaban los minutos fui sintiendo el apego que tenía por objetos que ya no tenían sentido en mi vida, ropa que me habían regalado y que, por respeto, seguía en mi clóset, a pesar de tenerla por, incluso, décadas ahí esperando ser usadas.
Este ejercicio me hizo reflexionar sobre cómo impacta el orden y sobre todo, ordenarse, en la salud mental.
En la vida cotidiana es común enfrentarse al desorden. El escritorio se llena de papeles, el clóset se rebosa de objetos sin sentido y nuestra mente se atrapa en cientos de pendientes. Este desorden externo e interno puede ser una fuente de mucha ansiedad, generándonos una sensación de caos abrumadora. También puede afectar nuestra relación con otros, sobre todo en la convivencia entre ordenados-desordenados, ser menos eficientes y tener la sensación de perder constantemente objetos. No obstante, tener claridad del desorden también nos da la oportunidad de ordenar y ordenarnos.
No es un secreto que nuestro entorno físico y nuestro bienestar están estrechamente vinculados. Un espacio desordenado puede dificultar nuestra concentración y aumentar nuestros niveles de cortisol, nuestra hormona vinculada con el estrés. En contraste, un entorno ordenado tiene efectos positivos claros, como promover claridad mental, reducir el estrés y nos da una sensación de control.
Una de las preguntas que me hizo la experta en orden fue ¿para qué ordenar? Mi primera respuesta fue “porque hay que hacerlo”, pero luego pensé en que lo necesitaba porque, tal como lo estaba haciendo en mi espacio mental, necesitaba hacerlo en mi espacio físico.
Ordenar no tiene por qué ser abrumador. Sé que muchas veces nos “embalamos” y si ya partimos queremos ordenarlo todo y es fácil que pasemos horas obsesionándonos para que todo quede perfecto. Lo que propongo entonces es detenerse y preguntarse para qué queremos hacerlo. Tal vez queremos ahorrar tiempo en una próxima búsqueda, saber qué tenemos y qué no o queramos simplemente ordenar para ayudar a nuestra mente a ordenarse también.
Concretamente la invitación es enfocarnos en un área en particular: un cajón, una despensa, un velador, por ejemplo. Y, mientras lo hacemos, ir reflexionando sobre qué objetos son significativos y cuáles ya no cumplen una función en nuestra vida. Esa parte fue la que más me costó y hacer este ejercicio con alguien que no me conoce y me preguntaba amablemente el para qué de ese objeto, hizo que deshacerme de lo que ya no quería en mi vida fuera más fácil.
Mi experiencia es que tenía muchos objetos “porque sí”, porque eran parte de mi historia o porque estaba acostumbrada a verlos y dejarlos ahí porque me daba pena botarlos. ¡Pena! Sí, pasé por una montaña rusa emocional, desde carcajadas por tener cosas absurdas, a tristeza porque era de alguien muy importante que ya no está.
El acto de ordenar puede convertirse en una forma de autocuidado. Cuando dedicamos tiempo a organizar, no sólo reducimos estrés, sino que reconectamos con nosotros mismos, con un espacio que nos nutre y propicia una mente más en calma. No en vano, algunos linajes budistas limpian y ordenan el espacio exterior para hacer oraciones o meditaciones.
Ordenar y ordenarse va mucho más allá de una conducta, es un proceso continuo que nos invita a reconectar con nuestro entorno y con nosotros mismos, nos da herramientas para gestionar el caos. Y al hacernos cargo de nuestro espacio y nuestra mente, propiciamos un equilibrio que nos permite enfrentar la vida con mayor claridad y serenidad.
¿Cómo me sentí después de mi ejercicio de seis horas? Exhausta, pero por sobre todo liviana de haber dejado ir kilos de ropa y objetos que fueron parte de mi vida y que ahora pueden ser parte de la vida de otras personas. Y de pasadita ser un poquito más sustentable.
¿Que si me quedé con mi polerón de 4to medio? Sí, no fui capaz de sacarlo de mi vida (aún).
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.
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