Papas fritas no es un chiste
Francisco Tapia Salinas, Papas Fritas, el artista visual más radical y político del momento, que nunca ha pisado la academia, anarquista derivado del straight edge, anticapitalista y defensor de los presos, no sale de su casa porque sufre agorafobia y crisis de pánico. Desde su encierro, defiende su controversial propuesta artística: "¿que tiene de malo ser evidente?, ¿a quién tengo que ocultarle cosas?".
Paula 1223. Sábado 8 de abril de 2017.
Papas Fritas se levanta a buscar el busto de la mujer. Lo trae empaquetado en plástico de burbujas. Lo pone sobre la mesa del comedor y el chirrido cuando desprende la tela adhesiva, en uno, dos, tres tirones, eriza la piel. La mujer es caucásica, de pelo castaño claro, los ojos, es imposible saber, porque los tiene cerrados. En la boca, abierta en forma de una gran O, se ve la corrida superior de dientes blancos. La piel del cuello, de los hombros, está violácea, igual que su mentón, que su labio inferior, que luce hinchado, que sus párpados. Se aprecia en sus tejidos una serie de agujeros y marcas de un morado más intenso. Aunque tiene una nariz pequeña, sus fosas nasales están tremendamente abiertas y succionan el plástico transparente que le envuelve la cabeza y que tiene atado al cuello. Papas Fritas se levanta y fija con sus manos el busto a la pared del comedor, a unos 40 centímetros del suelo para recrear cómo estuvo montada la representación de esa tortura, conocida vulgarmente como el submarino seco, en su última exposición Desclasificación popular, en la galería Metales Pesados. Una acción de arte político que, con la ayuda de recursos judiciales y el descubrimiento de vacíos legales, revela lo que la ley 19.992 del gobierno de Ricardo Lagos, impide: desclasificar los informes de la Comisión Valech y dar a conocer las identidades de los torturadores de la dictadura. Uno de esos informes se lo tatuó en la espalda con agujas que no tenían tinta, sino que fue su sangre la que coloreó las letras. "Escogí la aguja porque es más delicada para escribir y redactar el texto", dice. El proceso fue registrado en un video que subió a Youtube y que hace correr en su computador. "Lo que se puso fue un implante sobre una herida infectada, entonces es imposible que sane. Lo que hay que hacer es abrir la herida y desinfectar. Cuando yo me escribo el relato de una persona, me estoy abriendo la herida", dice.
Y Papas Fritas fue literal.
Y esa literalidad gusta.
Y no tanto.
El año pasado lo visitaron en su casa algunos miembros del Colectivo de acciones de arte (Cada), que fue ícono de la escena de avanzada en dictadura: Juan Castillo, Fernando Balcells y el poeta y premio Nacional de Literatura, Raúl Zurita, quien también ha flagelado y usado el cuerpo como soporte de su obra. Conversaron, se tomaron fotos. "Él es lo máximo, es la propuesta artística más radical de nuestro tiempo, un verdadero santo, asume todos los riesgos que un verdadero arte político, de crítica y de memoria conlleva, y asumiendo algo que puede ser muy duro: la soledad y la incomprensión que él y su obra reciban", dice Zurita sobre Papas Fritas.
Papas Fritas bebe un vaso de Coca-Cola más y fuma otro cigarro, las adicciones que padece.
¿Qué opinas de los que se dedican al arte decorativo?
Al arte neoliberal poh. Un arte que vela más por el exitismo, a que te inviten a una bienal, a una exposición fuera de Chile, que te ganes una pasantía, un premio, un fondo, que venda, que aparezca en un libro.
¿Y a ti no te gustaría nada de eso?
No lo busco. Si pasa, pasa.
Pero tienen sus detractores las formas de Papas Fritas. El Premio Nacional de Artes, Eugenio Dittborn, que también fue de la escena de avanzada, le dijo en un mail escrito en inglés, que era ingenuo, que quebraba las tazas en vez de trizarlas y que su proyecto era evidente. La crítica de arte de La Tercera, Carolina Lara en su reseña sobre Desclasificación popular dijo que era burdo y exhibicionista y lo comparó, sin beneficios, con Voluspa Jarpa, quién usó archivos desclasificados de la CIA en su última exposición en el Malba de Buenos Aires.
Papas Fritas, con los brazos tatuados, el pelo rapado abajo, un jopo arriba, polera con calavera, collar de cuentas, anteojos vintage, se molesta. Mucho.
"O sea, ¿qué tiene de malo ser evidente? ¿A quién tengo que ocultarle cosas? ¿Por qué tengo que ocultarlo?", alega.
¿Quizás para no romper la magia? La crítica es a tu intermediación, no al contenido.
Sí, pero ¿qué tipo de magia? ¿Según quién? ¿Según la subjetividad del que sabe, del academicista? ¿O según la subjetividad de una persona que no es letrada y que ve mis exposiciones y se pone a llorar? Claro, para la academia puede ser obvia, evidente, ¡y qué me importa a mí la academia! En Chile nunca se ha mostrado cómo se torturaba. Lo que está diciendo Carolina Lara es que desclasificar los archivos (de la comisión) Valech es burdo, es exhibicionista; o sea que ¿hablar de verdades es burdo y exhibicionista? ¡Cómo no va a molestar eso! Pero lo de la Voluspa Jarpa me violenta aún más.
¿Por qué te violenta?
Porque ella es una artista concertacionista, y no me pueden comparar con una artista concertacionista poh (risas). Su trabajo es súper decorativo. Lo que hace ella son collages, cortinas, lámparas, un montón de objetos, a partir del dolor. Y eso me parece mucho más cercano a lo que hacían los nazis con los tatuajes de los judíos, cuando se hacían lámparas, cuando se hacían billeteras como objetos de arte. Eso sí que es burdo.
¿A ti lo que te interesa es que se sepan los nombres de los torturadores?
Mi fin no es descubrir a los asesinos, mi fin es una desobediencia civil. La venganza es contra Ricardo Lagos, y contra la Concertación, si es que hay una venganza.
Digerir los informes Valech, no fue gratis. A comienzos del año pasado Papas Fritas cayó en un estado depresivo y trató de suicidarse, y no es la primera vez. "Estuve en el basural que dejó la dictadura y es violento, muy violento verse ahí comiendo gusanos y comiendo la sobra del yogurt que llega del camión nuevo, es violento. Lo adornamos con esto de tener pantallas plasma, de tener las casas pintadas, de tener mejores viviendas sociales, y no casas callampa. Lo adornamos con edificios de cristal, con iluminarias led.
¿Y llegó el día en que no soportaste más?
Sí. Llegó un día en que no le encontré sentido a mi vida, que todo se lo había dado a causas sociales. Había trabajado en la cárcel, en la Universidad del Mar, pero años, en la cárcel sobre todo con el tema de los 81... (la cifra de muertos en el incendio de la cárcel de San Miguel, sus vecinos de pocas cuadras). Estaba cansado emocionalmente. Nunca he tenido un espacio para mí, y no sabía lo que me gustaba hacer a mí, qué es lo que me causa placer.
¿Y lo descubriste?
No. No hacer nada (risas). Ver partidos de fútbol.
Consumismo neoliberal. Algo rico tendrá la vida neoliberal, ¿o no?
Es que lo que pasa es que no todo lo neoliberal es malo. Si es un error eso, decir "todo lo neoliberal es malo". Hay cosas interesantes.
¿Y qué placer mundano hay en tu vida?
El sexo.
Nace el artista
Papas Fritas es su apodo de la infancia. Se llama Francisco Tapia Salinas, nació en 1983 en el Hospital Barros Luco. Vivió sus primeros años en la población San Miguel, que quedaba justo frente a la población Los Panificadores donde vivía el escritor y performista Pedro Lemebel, a quien vino a conocer mucho después. El olor de su infancia es el de las bombas lacrimógenas y el ruido ambiente es el de las movilizaciones sociales azuzadas por la aparición del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Sin embargo, en su casa, liderada por su padre, entonces vendedor e importador de zapatos, y su madre, dueña de casa, no se hablaba de política. Buscaban una vida tranquila, como la que podría haberles dado la casa con parrón que lograron comprar y donde ahora vive Papas Fritas. Una casa con varios perros, quiltros y de raza, un televisor de pantalla plana enorme, unos sillones de vinil calipso, una vitrina antigua llena de licores, otra con una colección de teteras, plantas de interior y varios adornos, corazones, imágenes religiosas, que sugieren el kitsch. Las paredes del living son de un rosa anaranjado, mientras que las del comedor son menta.
En su adolescencia se convirtió al anarquismo y al straight edge, un movimiento juvenil nacido en Estados Unidos, derivado de hardcore y del punk pero cuyos miembros no usan mohicanos ni se visten para figurar; también rechazan el consumo de alcohol y drogas para no adormecerse. "Para estar activos a la lucha", dice. Fue así como participó del "mochilazo", ese que antecedió la revolución pingüina. "Tirar molotov no era nuestra índole. Nuestra índole era pegar mensajes, carteles largos, escribir textos en las murallas. Éramos un grupo de gente incómoda que teníamos que remover conciencias".
Del colegio lo echaron a los 16 años tras un confuso incidente con un bomba de ruido del que no se siente el protagonista principal. Lo terminó a los 21 años en un 2x1. No entró a la universidad. Estudió Arte investigando por su cuenta.
¿No necesitaste que te enseñaran técnica?
No, y necesitaba demostrarles que yo podía, sobre todo en una sociedad que le gusta el academicismo, y más en el arte, que es súper discriminador con el que no estudió. Yo me vi con las puertas muy cerradas, cuando quería exponer, por ejemplo, o iba a una galería de arte me trataban como el niño huevón que está dando jugo. Entonces tuve que empezar haciéndolo en la calle. Tuve que empezar haciendo intervenciones.
Y la intervención que impulsó su carrera la hizo en 2004 como infiltrado en el patio de la Universidad Católica. La obra Menos uno cada cuatro, una estatua de una niña de seis años de tamaño real, hecha con pan duro que había mendigado entre sus vecinos y que terminó siendo engullida por las palomas, era la metáfora de las estadísticas de esos años: cada cuatro segundos muere de hambre alguien en el mundo. "Sabía que lo que quería hacer era decir y hablar a través de los símbolos", dice. Luego vino la "subasta" de Milan Ivelic, director del Museo de Bellas Artes, la quema de los pagarés de los deudores de la infame y quebrada Universidad del Mar, el golpe más mediático de su carrera; la obra Deber donde exhibió huesos carbonizados de los internos que murieron en la cárcel de San Miguel, la desclasificación de la comisión Valech y, para más adelante, anuncia que sus fichas están puestas en las reivindicaciones del pueblo mapuche. "Tengo una deuda ahí con la Ñaña Nicolasa", dice. "Y con todo Wallmapu".
Llegó a convertirse en un artista político también influenciado por unos coloquios de arte y política a los que asistió y donde escuchó al paraguayo Ticio Escobar y a Alfredo Jaar, quienes le dieron sentido y teoría a lo que estaba haciendo de forma intuitiva.
Es bueno Jaar.
No lo encuentro tan bueno ahora. Su trabajo es muy higiénico para mí, y eso le quita un poco la fuerza. Lo encuentro muy Benetton. Pero de que fue una influencia en un momento para mí, lo fue.
Papaslandia
Tu nombre se puede confundir con alguien poco serio.
Sí, he sido tomado como alguien poco serio. Pero me gusta, porque rompe prejuicios. Cuando levanté la ONG 81 (en memoria de las víctimas del incendio de la cárcel de San Miguel) y tuve reuniones con el ministro de Justicia, me presentaba como Papas Fritas, y no porque fuera la eminencia yo me iba a presentar de otra manera. Y lo que me importa es que tú sepas lo que te quiero decir, y la mierda que están haciendo en las cárceles. Que me llame Papas Fritas da lo mismo. Por mis propios méritos quería lograrlo, y no por tener un apellido ordinario o tener un nombre flaite, no se iba a tomar en serio el contenido de lo que yo quería decir.
Tú te pusiste un obstáculo más…
Es que al principio no fue consciente. Nunca pensé algo como "me voy a poner mi nombre artístico para ser de vanguardia", podría haber sido Francisco Tapia no más. Pero me decían Papas Fritas. Pero estamos en un país súper clasista, en un país súper academicista, en que sí importa, en que sí es necesario tener un nombre redundante. Y es lo que le gusta a Nicanor Parra justamente de mí. Él me invita a su casa solamente porque me llamo Papas Fritas. La Colombina me dijo que Nicanor encontró que era el huevón más genial de todos, y que llamarse "Papas Fritas" era la mejor obra de arte contemporáneo en Chile", dice.
Zurita coincide: "los que se ponen seudónimos en el mundo del arte o de la literatura son súper rebuscados (como Neruda y Mistral, que adoptaron apellidos de figuras extranjeras) y son de una de una pretensión alucinante como un tipo cuyo nombre no era muy distinto a Juan Soto y se puso Tristán Altagracia, o son inexplicables como la poeta Elvira Hernández cuyo nombre verdadero es Teresa Adriasola, la misma cosa. Papas Fritas rompe con todo eso y se pone un seudónimo súper chileno, popular, qué más popular y común que las papas fritas".
"El paquetito de papitas fritas recién freiditas, calientitas, ¿a quién no le gusta?", dice riendo el propio artista.
¿Nunca te sentiste ridiculizado?
Nunca, jamás. Soy orgulloso, mi casa se llama Papaslandia, tengo la bandera de la papa frita afuera, no sé si viste la placa...
En el frontis de su casa hay un mástil con una bandera con el escudo de Papaslandia: un cambucho de papas fritas rodeado por una corona de laurel donde se lee "ERROR.RESISTENCIA.AMOR". En la entrada hay una placa de metal que homenajea, entre otros, a los muertos en la cárcel de San Miguel, a Matías Catrileo, José Huenante, los migrantes, los estudiantes de la Universidad el Mar, y las comunidades LGBTI y a "todos los y las resistentes al capitalismo".
Sí, por un momento pensé que me había equivocado...
Que estabas en una embajada.
Sí. ¿Esta es una embajada?
La embajada de Papaslandia, de un país que no existe.
Un país en el que está encarcelado hace ya dos años: Papas Fritas sufre de agorafobia, el miedo irracional al los espacios abiertos, públicos. Tiene crisis de pánico. A su casa tiene que venir a verlo su siquiatra, su sicólogo, y también quienes quieren comprarle los cuadros que hace por encargo. "Yo le tengo miedo al miedo.
Y más específicamente, tengo miedo a vomitar".
¿Por qué?
No sé. Lo dejo ahí para que reflexiones, no quiero entrar al terreno más rocoso de mi cuerpo.
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