Pensamientos rumiantes: ¿Qué son? ¿Podemos confiar en ellos?

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“Pongámonos en este escenario hipotético; captamos un comportamiento levemente extraño de nuestra pareja, algo que a nuestros ojos nos parece inusual, y automáticamente pensamos en la posibilidad de que nos va a dejar. Empezamos a darle vueltas a esa idea, de manera obsesiva, y nuestra cabeza se dispara hacia otro lado: ¿Qué voy a hacer? ¿Estará teniendo una relación paralela?, me pregunto. ¿Es porque ya no nos gustamos? ¿Ya no le atraigo? Rápidamente me paso a otro pensamiento, esta vez con mayor certeza; es porque ya no soy buena en la cama y por eso está buscando en otro lado. Y si está buscando en otro lado es porque en este tiempo mi cuerpo cambió. Y si es así, me va a dejar y cómo voy a encontrar a otra persona en esta etapa de mi vida”.

Esa espiral –que tiene la capacidad de ir en aumento hasta que se vuelve inabordable y excesivamente angustiante– es solo un ejemplo, en palabras de la psicoterapeuta Dominique Karahanian, de lo que pueden llegar a ser los pensamientos rumiantes. Pensamientos negativos que nos llevan a otros aun más grandes, que en conjunto generan un bucle que viene a exponer lo que nos está inquietando, preocupando o incomodando en el día a día, pero que tienen la capacidad de salirse de lo que realmente nos urge y volverse más incisivos, invasivos e inabordables.

Y es que los pensamientos rumiantes surgen de una inquietud que en otros momentos no nos detuvimos a revisar, eso es cierto, pero adquieren la forma de pensamientos que se apoderan de nosotros cuando le damos rienda suelta a la mente, sin necesariamente atenerse del todo a la realidad. En definitiva, se trata de pensamientos cuasi fantasiosos –más allá de la función de alerta que cumplen– y de los cuales no se puede del todo confiar.

Esto porque –como explica Karahanian– en su mayoría carecen de reflexividad y no otorgan solución a lo que nos tiene ansiosos, sino más bien tienen el potencial, sin mayor esfuerzo y si es que no logramos detenerlos, de distorsionar la realidad.

Entonces, las preguntas que aparecen cuando nos encontramos en ese estado de rumiación –muchas veces cuando nuestro cuerpo está poco activo y por ende nuestra cabeza tiene chipe libre para darle rienda suelta a los pensamientos obsesivos–, son: Estas ideas que caen en la repetición y en la autocrítica severa, ¿se sustentan en algo que realmente está pasando o dan paso a escenarios parcialmente ficticios e inventados? ¿Y cómo lo hacemos para ponerles un freno?

“El pensamiento rumiante tiene que ver con algo que está ahí y por ende sirve a modo de alerta, para ponerle ojo a algo que nos tiene tomados, pero no es una reflexión y aunque venga a tratar de buscar una solución, no la encuentra”, explica la especialista. “Más bien arma un entramado que por lo demás da paso a que nuestra conducta diaria se desarrolle de una manera que lleva a que lo que estamos rumiando con tanta dedicación, finalmente se vuelva realidad. El famoso efecto de la profecía auto cumplida que muchas veces va de la mano con la rumiación”.

Y es que, como relata la psicóloga doctorada en psicología social, Viviana Izraelevitch, en sus redes sociales, los pensamientos rumiantes producen angustia y, aunque sepamos que somos los creadores de ese contenido –muchas veces fantasioso y rebuscado–, nos cuesta mucho detenerlo. “Detrás de los pensamientos rumiantes se esconde el superyó que nos castiga por no ser suficientes. Por lo general es una expresión sintomática de la combinación de una baja autoestima con un nivel de exigencia alto que concluye en un supuesto fracaso y una corroboración de la hipótesis inicial ‘viste que haces todo mal’”, explica.

Sus sugerencias; “Revisar el contenido de los pensamientos; ¿Qué nos repetimos? ¿Qué es real y qué una creación de la imaginación? Revisar la semántica; ¿Hay algo de esto que alguien me haya dicho alguna vez? ¿Lo escuché en algún lado? Y finalmente, revisar cuándo aparecen; ¿En cualquier lado? ¿Después de algo en particular? ¿Hay alguna situación que dispara la rumiación?”.

A su vez, Karahanian es enfática al plantear que una de las maneras de intentar apaciguar esto es a través de la conversación con un otro; “Salirse de uno y poder verbalizarlo con otra persona que de alguna manera te dé su opinión, para así poder aterrizar esos pensamientos y posteriormente, si es necesario, convertirlos en acción, es clave”, explica. “Porque rumear es agarrar algo que nos tiene ansiosos y volverlo mucho más importante de lo que es, entonces para no sentirnos tan atrapados en estos pensamientos negativos sin mayor sustento, es fundamental darles cuerpo, externalizarlos, hablarlos y transformarlos en una conducta”.

También –según sigue la especialista– se puede recurrir a la meditación y a ejercicios centrados en la respiración. “Básicamente se trata de detenerse y ponerle juicio de realidad; es un pensamiento que tiene el potencial de apoderarse de nosotros pero no está basado necesariamente en lo que ocurrió”.

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