Renacer tras una depresión severa: “Reviví gracias al coaching ontológico”
En la vida de Marie Claire Dumont todo parecía ir bien hasta que en 2020 terminó internada en una clínica psiquiátrica por depresión. Se sentía vacía y su vida dejaba de tener sentido. Tres años después, su camino ha transitado por medicamentos, psicoterapias y más recientemente, coaching ontológico, lo que dice, le salvó la vida al permitirle encontrar un propósito.
“Mi gran quiebre de vida fue en 2020, al poco tiempo de comenzar la pandemia. En marzo nos habían mandado para la casa y en abril comencé con unas jaquecas horribles. Tengo dos hijos, en ese entonces tenían 12 y un año y medio. Mi esposo y yo teletrabajábamos.
Recién habíamos comprado nuestra casa. Habíamos pasado de un departamento chico a este espacio más grande. Tenía pega, una linda familia, dos hijos sanos, casa. En el trabajo lo estaba pasando horrible, pero como muchos. Si miraba mi vida, lo tenía todo. Cualquiera podría preguntarse qué pasó, y yo tampoco me lo explicaba. No entendía por qué había colapsado. El quiebre que tuve no lo asumí ni siquiera cuando iba camino a la urgencia psiquiátrica con mi esposo.
Debo de haber sido de las primeras personas que se enfermó de depresión en la pandemia. Empezó con dolores de cabeza consistentes. Me traté un mes con una neuróloga, pero no hizo efecto. Ya antes había sufrido dolores de cabeza, pero esto era raro. Además de las migrañas constantes, terminaba el día destruida. Me tenía que ir directo a acostar y no podía estar con los niños. No podía escribir, me costaba leer, empecé a tener deterioro cognitivo.
Un día estaba haciendo un Live en el trabajo y me fui a negro. No me acuerdo de nada, no sé cómo terminé. Lloraba mucho, y no me di cuenta en ese momento, pero empecé a tener ideas suicidas. No lo hablaba con nadie. Me había cambiado la cara, me llené de acné. Después de un tiempo, volví a la neuróloga, y me derivó a un psiquiatra. Vio algo más.
Estaba desesperada, tenía dolor. Sentía que me quería escapar: de mi casa, de mi vida, de mi trabajo, de mi esposo, de mis hijos, de todo. Quería que me apagaran. Es raro como actúa la mente. Así como en las películas, un día estaba lavando la loza y me pillé planeando cómo matarme. Después la psiquiatra me dijo que no llegué a la planeación, pero existía una ideación suicida. Fantaseaba con eso. Lo peligroso es que se te presenta como una idea súper tentadora. Cuando estás en esos momentos de dolor profundo, la percepción de la muerte cambia. Morir se te presenta como algo atractivo. Lo ves como una salida, un descanso. En ese momento no me importaba nada, ni siquiera mis dos hijos que amo y que son lo mejor de mi vida.
Dilaté un poco la cita con la psiquiatra. Creía que podía controlarlo. Un sábado, me quedé sola con mi hijo menor y me pillé fantaseando con que lo mataba a él y después me mataba a mí. Fue ahí cuando tomé conciencia. Llamé a mi marido y le dije que no podía estar sola. Antes de eso no le había dicho mucho. Le dije que estaba mal y que pediría hora con una psiquiatra.
Tomé una hora de telemedicina y me hizo un par de preguntas. Le comenté que algunas veces pensaba cosas, fantaseaba. Me preguntó con quién estaba en la casa. Me pidió que sumara a mi marido a la cita y así lo hice. Apenas entró, ella le dijo: tienes que internarla ya. Es un peligro para ella, para los niños y para todos en la casa. Le dijo que estaba con depresión grave y debía ser intervenida. Yo lloraba. Ya en esos momentos, no podía concentrarme, no me acordaba de las cosas, e incluso me costaba hablar. Era tanto, que cuando entré a la clínica no pude ni firmar los papeles. Era incapaz de escribir.
Con mi esposo tenemos una super buena relación y mucha confianza, pero con la depresión pasan cosas. Uno la vive super para adentro. Cuesta. A la primera persona que le admití que fantaseaba con el suicidio fue a la doctora. Allí recién supe que se trataba de pensamientos psicóticos que se detienen con remedios.
Un colapso de vida
Recuerdo que era un jueves. Mi marido llamó a su papá para que viniera a quedarse con mis hijos, echó ropa al bolso y nos despedimos de los niños. Camino a la clínica no dejaba de insistirle a mi marido que no era para tanto, que podía superarlo, que cómo se le ocurría que podría atentar contra mi vida o ser una amenaza para nuestros niños.
Mi marido me pidió que fuéramos a la urgencia psiquiátrica y viéramos qué nos decían allí. Llegamos a la clínica y me dieron una pastilla para calmarme. El psiquiatra dijo que me tenía que quedar. Me dejaron incluso con una cuidadora. Yo no dejaba de insistir que no iba a hacer nada. De esos días recuerdo que me la pasé durmiendo. La cabeza me explotaba y tenía una pelota en el cuello que pensaban era un tumor. Era una contractura muscular.
Me fue a ver un doctor que me habló de parricidio. Me decía que la mayoría de los casos eran cometidos por madres. Ya estaban estudiando si lo que me pasaba era un trastorno bipolar o una depresión mayor. En mi familia hay antecedentes de ambas.
Pasé el fin de semana en la clínica con vistas a la cordillera, pero se activó el GES y tuve que irme a Macul. Fue terrible. Llegué a una casona antigua donde no podía recibir visitas. Era como la imagen que uno tiene en la cabeza de psiquiátricos terroríficos. Estaba medicada hasta las patas.
Yo me dedicaba a ganar lucas, y logré hartas cosas materiales, pero estaba vacía. Era una máquina programada para producir, pero la máquina se fundió.
Estuve tres semanas allí, súper intervenida. Había pacientes de todo tipo, y yo estaba en taichi, yoga, entre otros. Me vine a la casa con ocho pastillas. No tengo muy claro ese primer periodo porque estaba muy medicada. La psiquiatra también me recomendó hacer psicoterapia. Mi diagnóstico fue depresión mayor severa, la peor que se puede tener.
En mi familia materna hay mucha depresión. Mi abuelo, mi mamá, tres de mis cuatro hermanos, tíos, primos. Ahora se va a asumiendo, pero antes no se trataba. Mi mamá hasta el día de hoy no asume que tiene depresión. Con todo este proceso por el que he atravesado he ido entendiendo muchas cosas de mi infancia, y de ella. Mi mamá cocina exquisito, y ahora entiendo por qué había días que se comía maravilloso en mi casa y otros que no se comía; por qué todos los paseos y fiestas siempre fueron solo con mi papá; por qué muchas veces me iban a buscar del colegio a la casa; por qué mi mamá se pegaba unos viajes y se perdía. Crecimos con una mamá ausente a ratos y un papá que se hacía el tonto, y que era alegre, chacotero. Para nosotros siempre él fue el alegre y ella la amargada, la jodida. Nunca entendimos en ese entonces que tenía un dolor tremendo y nunca tuvo las herramientas para tratárselo.
Lo que me pasó fue algo así como un colapso de vida. Mi familia estaba súper bien, pero lo estaba pasando muy mal en el trabajo. Me desvivía por mi pega, llevaba 15 años, y era super buena, inquieta, proactiva. Lo dejaba todo por mi trabajo. Creo que ese fue mi primer error. Soy también mamá, con una familia linda, y también me desvivo por ellos.
Me acuerdo que, una de las primeras cosas que me preguntó la psicóloga, fue qué te gusta hacer. Yo no sabía. No hacía nada para mí, nada que me conectara con un propósito, que me hiciera sentir bien. Yo me dedicaba a ganar lucas, y logré hartas cosas materiales, pero estaba vacía. Era una máquina programada para producir, porque se me había enseñado que el éxito se traducía en tener, pero la máquina se fundió.
Me encontré a los 41 años con esta enfermedad de mierda. Estaba en el hoyo, no entendía nada, ni qué había hecho ni qué tenía que hacer, ni para dónde iba ni qué era lo que quería. Estaba totalmente perdida.
La búsqueda
Entremedio de todo este proceso, me despidieron del trabajo. A dos meses de estar internada, en noviembre de 2020, me llegó la carta. Fue una reafirmación de lo que me había equivocado al darlo todo allí. Me echaron estando con licencia, pero no solo eso, me hicieron pebre con la carta, como si no sirviera para nada.
Me encontré sin pega y sin plata. No podía pensar, así que tampoco podía volver a las comunicaciones, que era a lo que me había dedicado siempre. Me puse a hacer kuchenes mientras hacía terapia y buscaba un abogado para demandar a mi ex trabajo. En 2022 también vendí ropa de guagua y empecé a buscar trabajo de nuevo. Entré a una agencia de comunicaciones que me encantaba, pero luego de tres meses sin pagarme el sueldo, tuve que irme.
En junio de 2022 estaba nuevamente sin trabajo y llena de deudas. Me llegaban avisos de cobranza e incluso que me iban a embargar la casa. Me puse a estudiar cursos gratis, y empecé a asesorar a personas en comunicaciones. A fines de 2022 me llegó el dato que la escuela de coaching ontológico Newfield, necesitaba una asesoría comunicacional para su encuentro iberoamericano. Lo hice, fui al encuentro donde había cerca de 200 personas. Me impactó todo. No podía creer que había gente que podía vivir tan plena. Dije: yo quiero hacer esto. Fue todo el día, y cuando salí estaba plop. Yo necesitaba sentirme así, quería vivir eso.
Gané la demanda contra mi trabajo y con eso pude saldar mis deudas. Mi tema laboral estaba lejos de estar armado, y empecé a explorar en el tema del coaching. Recuerdo bien que un día mi maestro y uno de los fundadores del coaching ontológico nos habló de que en el mundo se vivía con mucho dolor, y lo ejemplificaba en los casos de depresión adolescente en Estados Unidos. Decía que lo que llevaba a eso era la pérdida de una vida con sentido, y de la necesidad de vivir con un propósito.
Decidí hacerme un regalo y me metí al programa que dura nueve meses, como una gestación. Al hacerlo te certificas como coach profesional, pero yo no sé si lo haré, lo que sí sé es que quiero hacerlo por mí y por mis hijos, para romper con esta herencia depresiva que arrastra mi familia hace años.
Con el coaching me di cuenta de que todo mi modelo de vida había perdido sentido. Había logrado mis metas económicas, pero estaba vacía. Quería volver a sentirme bien sin medicamentos. El camino del coaching es un proceso bonito, pero muy difícil. Hablamos de que estamos en el vientre de la ballena, en la máxima oscuridad sin saber si vamos a sobrevivir. En la parte más profunda de tu trabajo interior donde te duele todo. Con el coaching trabajas cosas muy profundas, y empiezan a salir cosas muy dolorosas, pero también empiezas a hacerte cargo.
En un tratamiento depresivo, el coaching no reemplaza la medicación ni el tratamiento psicológico, pero sí te entrega herramientas que los otros métodos no lo hacen. El coaching me enseñó a encontrar mi propósito. Siento que hoy estoy conectada con mi propósito y que tiene mucho que ver con mi historia. Estoy convencida que se puede vivir mejor. Hoy me preguntas qué me gusta hacer y tengo una lista de cosas.
No estoy en contra de la medicación ni los tratamientos médicos, pero ayudan a parar el síntoma, no a hacerse cargo de lo que realmente pasa adentro. Hacerme cargo es sacar las cosas de mi vida que no me hacen bien, y tienen que ver en mi caso con la presión, con poner límites, con decir no, con decir no sé. También con pedir ayuda.
Mi propósito hoy es vivir saludable y equilibrado. Hacer, pero no agotarme; producir, pero no reventarme; dar todo lo mejor, pero no sobre exigirme. Darme espacios para mí.
La vida sigue pasando, los problemas siguen ocurriendo, pero yo ya los veo de manera distinta. Vivo con más compasión por el resto, pero también conmigo misma. A la Marie Claire que veo en los próximos años es una que va a seguir aprendiendo y seguramente equivocándose, pero no viviendo al límite. Mi propósito es no volver a enfermarme nunca más como lo estuve, nunca más volver a sufrir tanto. Más allá de las cosas que pueda depararme la vida, al menos saber que tengo las herramientas para enfrentar las cosas.
El coaching me reenseñó a vivir, a relacionarme conmigo y con los demás, y también con las cosas que me van pasando. Actualmente estamos todos muy desconectados de nuestro mundo interior, y después de transitar por este camino, quiero enseñarles a mis hijos a convivir con sus emociones, y si así además podemos romper con esta herencia depresiva, mejor.
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