Romper con la mujer ‘bien portada’ en la oficina: “Creer que tenemos que adaptarnos a lo que quieran los demás para ser validadas, es sometimiento”

mujer bien portada paula



Deborah Orr, quien fuera una exitosa editora del medio inglés The Guardian, publicó una vez una columna llamada Haz que mi vaso sea grande: ¿Por qué pasó de moda tomar una copa –o tres– en el almuerzo? En ella, explica por qué tener esta “entretenida y rebelde conducta” era parte de “una historia de mujeres privilegiadas, que podían darse el lujo de portarse mal sin sufrir demasiadas consecuencias. Pero si beber cuando se debía estar trabajando era un gesto de desafío en ese entonces, ahora es un gesto moribundo. Hoy, la moderación en todas las cosas, excepto en la dedicación al buen sentido y al deber, está a la orden del día. Un trago en el almuerzo es rebelión. Dos es sedición. Tres es revolución”.

Lo que ahí describía, es un ejemplo más de una historia de actitudes y rasgos de personalidad que siguen siendo juzgados para las mujeres en la oficina, y nada en lo absoluto para los hombres. Esto ha provocado que la “mujer bien portada”, según Michelle Cascardo, manager regional de la consultora de recursos humanos DNA Human Capital, “se perpetúe producto de un estereotipo de mujer exitosa que no se ha logrado adaptar a los tiempos. Sigue existiendo una dicotomía entre las conductas de hombres y mujeres particularmente difícil en las oficinas, donde las condiciones y liderazgos siguen siendo masculinas”.

Entonces, surgen cuestionamientos sobre por qué aún tenemos que moderar cómo nos vestimos, cómo hablamos, el volumen de nuestra voz, lo que comemos, lo que tomamos y hasta los permisos que pedimos en nuestros entornos laborales. Daniela Molina (33) cuenta que su historia en el mundo de los abogados ha sido exactamente así: llena de juicios por conductas que jamás se les han reprochado a sus colegas varones. “Cada vez que me he salido del rol que todos tienen para las mujeres hay un juicio incontenible. A mi me encanta comer, por ejemplo, y siempre en el trabajo recibo comentarios de personas que están pendientes de cuanto me sirvo en el plato, juzgando que coma lo que quiera. O cuando no estoy de buen ánimo y no quiero ni sonreír, me llenan de los típicos ‘sonría que se va a ver más bonita’, juzgando que no quiera ser agradable”.

Pía Vergara, psicóloga clínica de la Universidad Católica con especialización en coaching y liderazgo personal, asegura que este estereotipo de la mujer que tiene que verse y comportarse como los demás esperan que lo haga, es parte de un “modelo que dice que las mujeres tendemos a ser más conciliadoras, empáticas, sonrientes y mesuradas en los espacios que habitamos. Ese es el rol que una aprende desde la casa, en el colegio y la universidad, y que luego se perpetúa por el modelo de liderazgo masculino al que estamos atadas en la oficina”.

Ese estereotipo sigue permeando los roles femeninos de sumisión, mientras que los de liderazgo siguen siendo masculinos. Según Alejandra Barría, psicóloga organizacional de la Universidad Católica y gerente de Consultoría y Estudios de Grupo GBE, “este sesgo se ve en que para los hombres el éxito tiene que ver con sus logros, dedicación, e incluso, con su capacidad económica, pero para las mujeres integra su vida completa, no solo su desempeño laboral. Se está siempre pendiente de su personalidad, de su apariencia, de sus relaciones sociales y familiares para evaluarlas, haciendo que el estándar que se exige no tenga que ver con sus subjetividades, y que no responda a la verdad”.

Cómo cuenta Karla Bravo (23) que le pasó desde el primer día que comenzó a trabajar. “Al entrar a un nuevo trabajo donde todos mis jefes eran hombres, como no sabía a qué me enfrentaba, pretendía ser lo que ellos me celebraban que fuera: callada, bien portadita y obediente. Yo sé que hice un esfuerzo por cumplir con esas expectativas para conseguir el trabajo, porque en realidad tengo una voz muy potente y siempre digo lo que pienso. Pero el límite llegó cuando me pidieron que coqueteara con los clientes para generar más ventas, esperando que no protestara”.

Gracia Dalgalarrando, gerenta general y fundadora de WoomUp, analiza esa situación como un hecho de sometimiento, que también está evitando que cada mujer pueda ser ella misma en su trabajo. “Si el salir a vender significa para tus jefes que tengas que vestirse con un escote porque ‘así vendes más’, estás frente a una conducta asociada a los estándares de un género que no es el tuyo, y te estás privando de plantear tu propia identidad por miedo a no encajar. Esos sesgos siguen pasando en las sutilezas, porque lo más probable es que si llegas a evaluar una empresa, te digan que está todo bien si las mujeres ganan lo mismo que los hombres, pero se salten el resto de las conductas del día a día”.

Por eso es tan grave que las exigencias de moderación queden invisibilizadas, porque según agrega Gracia, “los detalles, aunque se consideren menores, en realidad están forjando una cultura. Por ejemplo, cuando les exigimos a las mujeres tomar nota en las reuniones solo porque son mujeres, también estamos olvidando que otro podría capacitarse para eso, y dejamos que pase. Si años atrás existían cosas impresentables como pedirle a la mujer que traiga el café, hoy tenemos símiles igual de graves, como pedirles que sean buenas, coquetas, que anoten, que organicen todo o que no peleen”.

Daniela Molina cuenta que está tratando cada día de liberarse un poco más de esos pequeños sesgos ahora que ocupa un cargo de jefatura en su trabajo. “Es súper fuerte llamarle a la independencia un acto de rebeldía, pero es real que a estas alturas de la historia, sigue aplicando. Por eso creo que me he sentido rebelde expresando opiniones que generan incomodidades o desacuerdos. Antes, tenía excesivo cuidado y trabas para llegar al punto que quería expresar solo por no querer incomodar, pero ahora trato de hacerlo con convicción, sin pedir disculpas por plantear argumentos. Lo fundamental fue darme cuenta que esa opinión no era la de una bruja o una histérica, sino una que valía y era potente”.

Para Michelle Cascardo esa moderación en nuestro actuar responde al hecho de que sentimos que si no la tenemos, no seremos consideradas como válidas. “Por eso no estamos acostumbradas a confrontar con la opinión, ni salirnos del estereotipo que históricamente ha sido exigido para llegar a alguna parte”. Es una trampa que si no se trabaja fuertemente, no tiene salida.

Gracia Dalgalarrando explica esta trampa de la expresión femenina en la oficina como el “fenómeno de la cuerda floja”, donde “si nos vamos a los extremos de la cuerda, en uno está la mujer pasiva que no alza la voz para dar su opinión y se dice que le falta liderazgo, mientas que en el otro, la que sí opina y lidera acorde al modelo masculino, es tildada de agresiva. En el medio está la asertividad, donde una dice lo que piensa a través de una comunicación efectiva y sin rodeos, pero luego entra dentro del juicio de la agresividad”.

Si caminamos por esa cuerda entre ser vistas como demasiado femeninas para ser ‘competentes’, o demasiado masculinas para ser ‘agradables’, “lo que la sociedad machista siempre va a esperar es que nos mantengamos más en la línea de lo agradable y bien portado”, dice Gracia. ¿Cuál es la salida? Alejandra Barría explica que en las dinámicas organizacionales es donde los liderazgos y estereotipos de éxito siguen apuntando a lo masculino, y es ahí donde podemos romper con los sesgos que, muchas veces, nosotras también hemos ayudado a perpetuar.

“Las mujeres debemos nutrirnos entre nosotras, rompiendo con la valoración implícita de estos modelos, pues hemos sido nosotras las que hacemos juicios machistas hacia la conducta y personalidad de nuestras compañeras”, dice, a lo que Pía Vergara agrega que “no hay esclavitud más grande que la del esclavo que se confabula con su agresor”.

Eso pensó Nicol Moslow en 2018. Es la fundadora del grupo Bolsa de Trabajo Feminista en Chile, que a principios de la pandemia contaba con 10 mil seguidoras, y hoy con 25 mil. El grupo es exclusivamente para mujeres que buscan trabajo, pero desde un espacio de sororidad que tiene como principal misión educar. “Las normas del grupo son muy estrictas sobre lo que podemos publicar y lo que no, porque la idea es comenzar a eliminar la violencia que hay entre nosotras mismas y en vez de eso, nos apoyemos y aprendamos a validarnos entre nosotras, porque creemos que un espacio de mujeres es la única solución para empoderarnos”.

Y eso es lo importante del empoderamiento, en una época donde el cambio de paradigma implica que validarnos a nosotras mismas como mujeres, es la verdadera rebeldía. Una que según Pía Vergara, “no significa ‘ir en contra’ de las personalidades de nuestras compañeras. El error es exactamente creer que siendo mujeres de liderazgo tenemos que adaptarnos a lo que quieran los demás para ser validadas, porque eso es lo que significa el sometimiento. No si te vistes de rosado o de negro, con escote o sin. Lo que tenemos que aprender, es a amar nuestras subjetividades, y validarlas tanto como para ser triunfantes sin seguir respondiendo al estereotipo de ‘bien portadas’”.

Si como dijo ONU Mujeres en diciembre del 2020, estamos retrocediendo 25 años de avances en igualdad de género en el área laboral producto de la pandemia, a Nicol le preocupa que en esta época “hayan vuelto las conductas abusivas y machistas, siendo las más graves siempre el acoso y abuso sexual, poniéndolo muchas veces como exigencia para conseguir logros y asensos en el trabajo. Las mujeres llegan al grupo porque están cansadas de que todo tenga que ver con su sometimiento, uno que muchas veces se transforma en abuso en los grupos mixtos de trabajo en los que han estado. Esa es lejos la consecuencia más grave que hemos visto de ‘portarse bien’ para encajar”.

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