Súper modelo
Columna de María Paz Rodríguez (@soylaro), autora de la novela Mala Madre y El gran hotel.
Paula.cl.
"Soy la mujer más alta que conozco, no me caben las piernas ni en las micros ni en los aviones. Vivimos en un país donde medir o calzar sobre la media; ser diferente en cualquier aspecto físico, es agotador, ya que todo está pensado para una mayoría talla única. Se mira raro, y hasta con cierto desprecio, lo diferente. Desde que tengo algún grado de conciencia, gente que no me conoce, me comenta: "qué alta". Voy caminando por la calle, "qué alta". Llego a cualquier parte y siempre, "qué alta". Y si yo les contestara, "qué bajos", ¿qué pensarían de mí? En fin, complejos adolescentes que decantaron en la historia a continuación.
Cuando tenía 17 años y vivía con mis padres, justo en la casa del frente se mudó una familia. Su hija era dos años menor que yo, y desde chica, me llamó la atención por su aspecto. Ella todavía era una adolescente, pero se veía que iba directo a ser la mujer más linda que yo hubiera visto. El tiempo me dio la razón, y rápido, mi vecina se transformó en una súper modelo y yo la envidié durante toda mi juventud. Además como éramos del mismo porte, asumo, una parte de mí se identificó con ella. Por primera vez, yo veía que ser alta era algo bueno, glorioso. Y cuando podía, la espiaba por la ventana de mi baño. Ahí, con la nariz asomada, observaba los autos de los pretendientes y amigos que llegaban a verla. Imaginaba que su vida debía ser tanto más glamorosa y entretenida que la mía, leyendo para la universidad o viendo MTV en pijama, acompañada de un paquete de galletas oreo, mientras mi vecina se iba a carretear a fiestas a las que yo no tenía acceso. A veces nos topábamos en el super o en la calle, pero no nos hablábamos y yo tenía que esforzarme por no mirarla.
Con los años nos dejamos de ver, pero por amigos que la conocían siempre sabía de su vida: con quién andaba, qué hacía, en qué estaba metida. La buscaba en fiestas y en cumpleaños comunes, en fotos de las distintas redes sociales de la época, para examinar cómo andaba vestida y quiénes eran sus pololos. Cuando podía trataba de copiarle el estilo, me compraba su ropa y hacía dieta y ejercicios para ser como ella, a la vez que me despreciaba por eso. Hasta que un día nos topamos en un cumpleaños y, como si nada, ella se acercó a hablar conmigo. Yo ya estaba casada y había superado mis complejos, pero lo que descubrí esa noche, fue que con ella, no solo teníamos el porte y nuestras antiguas casas de infancia, en común. Mi vecina me contó que su vida no ha sido nada de fácil por distintas situaciones familiares, profesionales, pero sobre todo amorosas. Yo le confesé que por años quise ser como ella; que la odié y envidié varias veces. Mi vecina se rió en mi cara, según ella, también me espiaba y seguía mis pasos de cerca; había leído mis libros y mis columnas y estaba al tanto de mi vida. Y era al revés, era ella la que me envidiaba a mí. Se arrepentía de no haber estudiado en la universidad, y como me confesó ese día, hubiera cambiado su belleza por ser más segura de sí misma, por tener amigas que no la envidiaran, por construir algo en estos años. Fue rara esa intimidad entre las dos esa noche, la recuerdo nítida entre medio del humo de cigarro y las piscolas que nublaban lo que pasaba alrededor.
Siempre fantaseo con la vida de los otros, tendrá que ver con mi quehacer de estar inventando ficciones. Supongo que lo que ella encarnaba para mí, no era más que un teatro; sombras en la pared en la cual se representan mis inseguridades inconscientes, siempre susurrándome eso que no tengo, eso que me falta, para así no ver la realidad. Hoy somos amigas y aunque siempre va a ser preciosa, hoy, por suerte, eso ya no me llama la atención. Tampoco me importa, ya, ser la más alta. Quizás, conocerla a ella, al final, cambió mi percepción sobre la estatura, sobre lo que se esconde detrás de una foto publicitaria y sobre la belleza".
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.