"Teníamos vecinos, pero del campo. Vivían cerca, pero lejos". La casa en que crecí de Mitsue Kido
"Hasta los cinco años viví en un barrio en Puerto Montt, pero cuando tenía cuatro la empresa en la que trabajaba mi papá mandó a construir unas casas para sus empleados y empezamos a ir a ver los avances de esa construcción. Lo que más me entusiasmaba era que sería una casa mucho más grande que la donde vivíamos. Eso me hacía pensar en la posibilidad de tener una mascota. Me hice amiga de los maestros de la construcción contándoles dónde iba a estar mi pieza y que iba a tener un perro, por lo que antes de irse me hicieron una casita de perro con las maderas que sobraban. Llegamos a esa casa el año en que yo entraba a primero básico, y al principio ni siquiera había electricidad. Todo era por generador. Mi papá la activaba en la tarde para que yo viera Tom y Jerry, a las cinco, y después se prendía en la noche.
La casa estaba a unos veinte kilómetros de Puerto Montt, en un cerro entre el mar y la carretera, y el camino para llegar estaba pavimentado solo hasta la mitad. Era muy linda y de todas las piezas se veía el mar. Estaba puesta ahí para que mi papá pudiera ver las jaulas con salmones. El piso era de una cerámica roja porosa, como al natural, y en el living comedor había una chimenea que no usábamos tanto, y que en verano mi mamá convertía en pesebre. Por ese lugar no pasaban micros, solo podía moverme con mis papás. Como no tenía hermanos ni vecinos de mi edad, andaba con mis perros para todas partes. Tuvimos varios. Mi papá le puso nombres japoneses a todos: el primero fue Tori, que significa pájaro. Era un braco que había sido de un señor que cazaba y se fue a vivir a un espacio más chico, entonces nos lo regaló. También estuvo Yuki, que significa nieve, y después tuvimos un setter que se llamaba Akai, que es rojo, por el color de su pelo. Todos los nombres eran cortos y relacionados con sus características.
Como vivíamos al lado del mar, en verano siempre teníamos visitas, primos que se venían a quedar o mis abuelos, pero en invierno era muy solitario. Tenía la costumbre de salir a caminar cuando llovía junto a mis perros. A veces mi mamá me acompañaba, otras no. Generalmente iba a un cementerio abandonado que había cerca o al mar. Siempre con música: tenía un My First Sony que era como una carterita que me podía colgar, y salía con él a escuchar un cassette de Michael Jackson que me grabó una amiga del colegio. Ese fue un regalo que me hizo mi papá porque estaba chato: en mi casa había un solo equipo de música y yo ponía, ponía y ponía mi cassette.
Teníamos vecinos, pero del campo. Vivían cerca, pero lejos. Más arriba en el cerro había una pareja de hermanos viejitos, solteros, que tenían frambuesas rojas, amarillas, una variedad enorme. También teníamos una vecina cuya nieta estudiaba en Puerto Montt y se iba todas las mañanas con nosotros. Esa vecina nos vendía verduras y huevos. Tenía todo gigante: papas, lechugas, zanahorias y flores. Con el tiempo nos hicimos amigos de esa vecina, cuando iba mi abuela íbamos a mostrarle las flores de la señora y nos quedábamos tomando té un rato.
Yo estaba muy involucrada con el trabajo de mi papá. Era muy curiosa, entonces sabía las máquinas que usaban y conocía a toda la gente que trabajaba abajo. Me gustaba cuando venían los peces chiquititos. Las pisciculturas son en agua dulce y el salmón naturalmente va bajando hacia el mar, pero como estos eran de cautiverio, los llevan en unas piscinas y los tiraban al mar. A mí me gustaba ver cuando llegaban por algo un poco terrible: como el agua del mar era salada, cuando los ponían ahí saltaban y se veían muchos destellos. Era una imagen hermosa. Mi papá también me llevaba en la lancha a dar una vuelta por las jaulas y alimentar a los peces. En ese tiempo era manual, con palas. De hecho, mi primera bicicleta me la gané en un concurso de dibujo de la empresa: había que dibujar la Navidad y yo dibujé al Viejito Pascuero en una jaula alimentando a los peces. Estaba medio chalada con la Sirenita también, entonces el dibujo tenía un corte y abajo había un fondo marino con salmones y almejas y cosas, y un radar que tenía una marca escrita, porque yo estaba muy metida y cachaba todo.
Vivimos en esa casa hasta que tuve quince años. Mi papá cambió de trabajo y nos fuimos a vivir a la ciudad. Recuerdo que cuando vivía a las afueras, creía que el trayecto de mi casa a Puerto Montt no me gustaba, pero cuando nos cambiamos empecé a echarlo de menos. Me gustaba ese viaje porque todo el viaje era bordeando el mar. Y eso me daba un espacio de calma".
Mitsue Kido tiene 35 años y es arquitecta.
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