Un nuevo amor por el oficio
Durante muchos años, la maestra alfarera Doris Vallejos sintió que sus piezas de greda en miniatura eran “el pariente pobre” de Pomaire. Aunque aprendió el oficio a los siete años, no fue hasta ser parte de las formaciones de Fundación Artesanías de Chile, que entendió el valor que tenía persistir.
Lo de Doris y las miniaturas de greda no fue amor a primera vista, empezó cuando apenas tenía siete años obligada por su madre. “En ese tiempo no me gustaba, pero ella me decía que en algún momento me iba a servir”. A regañadientes, Doris intentaba darle forma a las más pequeñas figuras de greda que se han visto en Pomaire: chanchitos, gallos y utensilios tradicionales de la cocina de campo, como teteras y ollas. Si no le quedaban bien, había que empezar de cero.
Su abuela Rosa fue la encargada de traspasar ese conocimiento a las siguientes generaciones de la familia. En sus manos golpeaba la greda para prepararla y, usando la técnica de cancos, le daba la forma necesaria: teteras, pailas, ollas, jarros y sartenes de máximo dos centímetros. Esas miniaturas que hacía su abuela, eran los juguetes favoritos de Doris. Sin embargo, con el pasar de los años se dio cuenta que no todos las apreciaban de la misma manera. Para tener un puesto hay que tener mucha mercadería y las miniaturas no dan. En Pomaire, el que hace las miniaturas es como el pariente pobre, que en este caso es mi familia, porque no podemos tener local”, dice la artesana. Sacando la cuenta, Doris tendría que hacer más de dos mil piezas para llenar un local de venta en Pomaire y en ellas tardaría cerca de cuatro meses.
Por eso, su familia siempre le vendió a otros artesanos de la zona. Esperaban que los locales estuvieran vacíos para mostrar su trabajo. Aceptaban que les rechazaran varias piezas y tenían que conformarse con el precio que les ofrecían.
Pese a esa desalentadora realidad, Doris siguió adelante con el oficio de las miniaturas. “Mi sueño era ser carabinera, pero no terminé de estudiar, tuve a mi hijo y los planes cambiaron”, relata. Fue tras las formaciones de Fundación Artesanías de Chile que comenzó a ver con nuevos ojos el oficio que aprendió de malas cuando niña. “Nos dijeron que esto era especial y que valoráramos el trabajo que hacíamos. Eso me fue cambiando. Hizo que me diera cuenta de lo valioso que es mi oficio, porque yo en realidad no lo valoraba. En las capacitaciones te hacen sentir importante”, cuenta emocionada.
La primera vez que Doris se acercó a la fundación, no tenía piezas listas y tuvo que improvisar.
–Vecina, están las personas de Artesanías de Chile. ¿Por qué no va a mostrar sus piezas?–, le dijeron a Doris.
–No puedo ir, porque no están cocidas–, recuerda que respondió con tristeza.
Se armó de valor y fue igual. Agarró sus herramientas, un pedazo de greda y un par de piezas crudas que tenía casi listas. “Me preguntaron por qué se veían diferentes. Ellos solo habían visto piezas cocidas. Ahí les dije que estaban crudas y me preguntaron cómo se hacían. Les mostré cómo trabajaba y parece que les gustó”, cuenta.
Así, tal como había demostrado sus habilidades en Pomaire, tiempo después viajó a Santiago a un taller de exhibición. “Yo trabajaba, mientras la gente me veía. Ahí se empezaron a dar cuenta que esto es un proceso, que hay un tiempo para hacerlo. El recibimiento fue muy bonito y eso me ayudó a darme cuenta de que no cualquiera puede hacer esto. Me acuerdo que me presentaban como maestra artesana y eso me daba mucha vergüenza porque de maestra no tengo nada. Hasta el día de hoy siento que me queda grande que me digan así”.
Desde entonces, asegura que ha podido hacer la paces con su oficio y sacar la voz para contar su historia, incluso siendo capaz de presentarse y mostrar su trabajo a niños y adultos mayores que llegan de paseo a Pomaire. “Antes con suerte hablaba, me daba mucha vergüenza, me ponía roja. Ahora cuento mi historia y siempre termino llorando, porque me emociono”, dice.
Rodeada de esas miniaturas que solo ella y un grupo muy pequeño de artesanos sabe hacer, afirma que en Pomaire sigue siendo una artesana común y corriente. “Quizás porque acá hay muchos artesanos. Yo me siento más valorada cuando salgo de Pomaire, sobre todo cuando voy a eventos donde me invita la fundación”, cuenta
Aunque Doris conserva sólo cuatro miniaturas originales de su mamá, las guarda con religioso cuidado. “Recién ahora le agradezco que me haya enseñado a hacer juguetes de greda”, dice.
*Este testimonio es parte del libro Proartesano 2021. Semillas de Cambio, editado por Fundación Artesanías de Chile y publicado en exclusiva para Paula.cl
*Las entrevistas y textos fueron realizados por Antonia Cordero, Loreto Tagle, Pilar Navarrete y Almendra Arcaya.
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