Vivir y morir cantando en Antofa-lombia

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En Antofagasta hay 32 mil colombianos de los que ha dicho de todo: que les quitan el trabajo a los chilenos, que son fiesteros y ruidosos, que las mujeres andan levantando maridos… Pero más allá de esos prejuicios, lo cierto es que le han puesto color y alegría a la castigada y hosca pampa nortina. Ellos se declaran felices, pese a la segregación y pobreza que muchos viven. "Acá ando tranquilo en la calle, sin temor de ver morir amigos por poco menos que nada", asegura uno de ellos.




Paula 1207. Sábado 27 de agosto de 2016.

Un temblor 5,8° eleva una nube de polvo en los cerros de Antofagasta y el acordeonista de vallenato Fabio Noscué (35) deja el ensayo en una sede y sube corriendo por las empinadas callejuelas de tierra hacia su casa: un verdadero castillo de naipes de tabiquería y lata, casi colgando de una ladera del cerro El Ancla. Ahí, junto a 45 familias de colombianos y ecuatorianos, horadaron un terreno con una máquina de aplanar e instalaron sus precarias casas y fundaron el campamento Familias Unidas II. El más reciente de todos.

Cuando la nube de polvo se disipa, hacia abajo reaparece Antofagasta iluminada con los barcos en el horizonte. Las estrechas calles del campamento más alto de la ciudad, casi en las nubes, se vuelve, en cambio, una boca de lobo. Hace recordar las favelas.

En el 2000 había 4 campamentos en Antofagasta. Hoy hay 70. En ellos viven 3900 familias, unas 15 mil personas y el 80% son extranjeros. En las calles de más abajo viven peruanos, en las siguientes bolivianos, al final, en lo más alto, los últimos en llegar, ecuatorianos y colombianos.

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Las tomas tienen nombres esperanzadores: Juntos por un Sueño, Mujeres Emprendedoras, Familias Unidas, Américas Unidas, Rayito de Esperanza. O nombres singulares: Ecua-Chile-Pe, La Quiebra y hasta Luz Divina, que bautizaron así no por religiosidad "sino porque cuando llegó la electricidad una vecina exclamó: ¡Llegaste por fin, luz divina!", cuenta el sacerdote Felipe Berríos, quien vive en el campamento de La Chimba.

Según él, este brote espontáneo de campamentos "no es solo por pobreza, sino por segregación. Por ser pobres y ser extranjeros" dice. "Llegaron atraídos por el mercado, pero el mercado no se preocupó dónde iban a vivir, estudiar, o si habían casas o no para ellos. Y el Estado, que apenas atiende a los chilenos, menos va a darles a los extranjeros. Quedan a su suerte". Hoy ha bajado la migración, pero no cesa.

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Como en Antofagasta la reineta cuesta 10 mil el kilo y una empanada 2.500, arrendar una pieza con baño no baja de 200 mil. Por eso muchos inmigrantes optaron por irse a los campamentos, porque el sueldo no les daba para tener una casa digna. "Llegó un punto en que pagaba 350 mil por un departamentico (una vivienda social de 2 dormitorios en un barrio del sector norte) y ganaba 500 mil como soldador", cuenta Fabio. "Compraba un par de cositas, pagaba las cuentas y me quedaba sin plata". Por eso optó por la toma: "aquí no pago nada".

En la toma Familias Unidas II el acordeonista colombiano Fabio Noscué toca en paz porque a los vecinos ecuatorianos y bolivianos no les molesta su música. Cuando vivía en el centro de Antofagasta los vecinos chilenos llamaban a la policía cada vez que ensayaba con su grupo.

No todo lo explica el costo de la vida. Desde 2009, cuando estalló la migración colombiana (desde entonces han ingresado 250 mil con visa de turista a Chile), hay una discriminación solapada contra esa nación. Los peruanos, bolivianos y ecuatorianos pasan más piola. Pero hacia ellos, los chilenos tienen prejuicios: los consideran bulliciosos, "de mal vivir", traficantes. Y hay 32 mil colombianos en Antofagasta, casi el 10% de la población; son la segunda colonia más grande después de la de Santiago.

Cuando Fabio vivía en el departamento, los vecinos llamaban a los carabineros cada vez que ensayaba con su grupo Tierra Vallenata. "No me dejaban vivir", recuerda. Terminó tocando en el baño con la ventana tapiada con frazadas. "Igual llegaba la policía".

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"Somos felices acá. Nos cuidamos. Nadie roba a nadie", dice Fabio Nascué, quien vive en la toma Familias Unidas. 

Hoy si un colombiano busca arriendo en Antofagasta lo tapan de papeles. Incluso, el periodista presidente de la Colectividad de Colombianos en Chile, Benjamín Cruz, que trabaja para la alcaldesa Karen Rojo, cuenta que "ahorita no me quisieron arrendar simplemente por ser colombiano". Y agrega: "Y si eres de color, olvídalo. Eres doblemente discriminado. A veces te preguntan derechamente '¿usted es blanco o moreno?'. Y si dice moreno, le cortan".

En el campamento Familias Unidas, hoy Fabio toca su acordeón en paz entre sus vecinos ecuatorianos, bolivianos y colombianos. Ellos ponen su música fuerte y a nadie parece molestarle. A los ecuatorianos les da por cantar folclor y tampoco nadie se queja. Los peruanos también hacen sus fiestas. Todos parecen ser mucho más tolerantes que los silenciosos chilenos.

La casita de Fabio parece que se la lleva el viento, pero él es feliz. "Somos felices. Nos cuidamos. Nadie roba a nadie. No venden droga. No hay delincuencia. El centro es más peligroso que acá", dice. La mayor parte del día su frágil casa queda sola y no teme que le roben el acordeón. Cada vez que lo toca dice que se acuerda de su padre.

–¿Te lo dejó él?

–No pues. Lo compré con un dinerico que dieron como reparación a las víctimas de la violencia, porque me lo mataron en 1993.

–Ah, chuta.

El acordeón de Fabio es un bello Hohner rojo que suena muy agudo. Su padre era campesino en el Valle del Cauca. "Se lo llevaron y nunca más apareció", dice. Pero no hay recuerdo que lo ponga triste. Está feliz porque recién tiene agua potable por mangueras. Antes tenía un estanque y entre todos los vecinos pagaban un camión aljibe a una tarifa usurera.

Ahora están haciendo su propio alcantarillado a pala y picota.

Los voluntarios de Techo hacen veredas. Los jesuitas consiguen mediaguas. Los evangélicos, comedores y guarderías de niños. Hay 14 ONG en Antofagasta que ayudan a los inmigrantes y los campamentos. El Estado solo parece presente en los carteles que dicen Propiedad Fiscal y una orden de desalojo contra las 35 tomas.

"No nos gusta pedirle nada a la municipalidad", dice Fabio. "Sabemos que esto es una invasión (así llaman a las tomas), así que nos las batimos solos. Trajimos luz, agua, ahora alcantarillado". En las casuchas hay antenas parabólicas y dentro, leds de 40 pulgadas. Se comprueba lo que dice Felipe Berríos: "no es la clásica pobreza, sino segregación". En la casa de Fabio no hay paredes ni puertas, solo cortinas. En una cama, entre cien mil cachivaches, distingo ¡otro acordeón celeste!

–Este me lo compré con un dinerico de mi hermano.

–¿Ese sí te lo regalaron?– le digo, tratando de no meter la pata.

–¡Noooo puessss! Es que también me lo mataron.

Morir en tierra ajena

Las rancheras y vallenatos del programa Charanga Latina suenan fuerte en los campamentos entre las 16 y 18 horas. Es un programa de radio Centro que creó la colombiana Angie Guzmán y lo anima junto al William "Loco" Valencia. Se parece a esas radios de pueblo con mensajes y avisos. Es la verdadera radio de los campamentos.

Entre canciones, chistes y avisaje, de pronto anuncian las condolencias por el joven de 21 años Juan Camilo Bedoya, "que murió trabajando en el ferrocarril portuario. Celebró la misa fúnebre el cura colombiano Edemid Bastidas en la población Bonilla". Luego sube la música y aquí no ha pasado nada. Sigue la bullaranga.

El 80% de los colombianos en Chile tienen entre 20 y 40 años. Y su sueño es reunir dinero y regresar a sus pueblos de origen. Pero muchos quedan en el camino. Y peor, si mueren aquí, sin familia.

"Es caro morirse acá y para todo se necesita papeles" dice el locutor Loco Valencia. "Enviar un finado cuesta 2 millones, sepultarlo allá otro tanto. Así que si alguien no tiene parientes, prefieren dejarlo ahí; en el depósito, más nada". en el Servicio Médico Legal de Antofagasta hay dos cuerpos de extranjeros sin retirar: de un boliviano muerto en enero y el de una brasileña asesinada el 9 de febrero.

El caso de la joven es paradójico pues el consulado de Brasil consiguió traer al afligido padre y darle algún dinero para repatriarla. Sin embargo, el padre en busca de consuelo, se gastó el dinero del ataúd en jarana y tras un mes, regresó a Brasil dejando a su hija en los depósitos del SML. El director del SML, Francisco Grisolía dice que la ley los obliga a tener tres días un cuerpo antes de recurrir a la municipalidad que sepulta NN e indigentes. Pero proceden a criterio. Asegura que esperan hasta que se agoten las gestiones para repatriar los cuerpos o a que falte espacio.

En el hospital regional también mueren extranjeros. Un caso dramático fue el de Liliana Betancourt, una colombiana de 47 años, que ingresó ilegalmente a pie por Arica en 2013. Vivía sin pasaporte ni RUT en Antofagasta. En mayo de 2015, por una tos muy fea, fue al hospital regional, pero como no tenía papeles no la atendieron. Hasta que se agravó y ya no dio más.

"Llegaron atraídos por el  mercado, pero el mercado no se preocupó dónde iban a vivir, estudiar, o si habían casas o no para ellos. Y el Estado, que  apenas atiende a los chilenos, menos va a darles a los extranjeros. Quedan a su suerte", dice el sacerdote Felipe Berríos.

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El colombiano Wilton Molina ya tiene rut chileno y aquí ha trabajado como obrero, panadero y haciendo aseo. Le duele que los chilenos piensen que las colombianas son prostitutas. "¡Es puro prejuicio!", alega. "A las mujeres de color ustedes las tratan peor", dice.

Marcos Provoste, un soldador chileno, que arrendaba otra pieza en la misma pensión, en calle Coquimbo, se apiadó y firmó una serie de papeles haciéndose responsable de la cuenta hospitalaria para que atendieran a Liliana el 28 de abril del 2015. Quedó nueve días hospitalizada y descubrieron que no era pulmonía, sino un cáncer uterino con metástasis. La cuenta salió 2.800.000.

"La dieron de alta por la tos, pero al mes empeoró", cuenta Marcos. "Volvimos al hospital: no la querían readmitir".

La ONG Migr-Acción, que fundó el abogado de la Defensoría Penal Pública, Ignacio Barrientos, tuvo que amenazar al hospital con un recurso de protección para que la hospitalizaran. Lo lograron. Antes habían ganado otro recurso para que atendieran a una boliviana indocumentada con un embarazo complicado.

Estuvo 18 días hospitalizada esa segunda vez y el 3 de julio la mandaron a "seguir el tratamiento en su casa", como dicen cuando despachan a los moribundos. "Agonizó 10 días sola en la pensión. Pedía que se la llevaran de vuelta a Colombia", cuenta Marcos.

Ni en el consulado, ni la Colectividad de Colombianos en Chile, nadie se hizo cargo de ella. El 14 de junio murió en su pieza rodeada de 5 extranjeras y el chileno Marcos Provoste. Él pagó de su bolsillo un nicho y su funeral.

"Pensaba: no me gustaría que mi madre muriera sola en otro país y nadie la enterrara dignamente", cuenta emocionado. La velaron en una capilla de la Basílica de la Inmaculada Concepción. Intentó invocar la piedad del cura, "pero igual cobró 30 mil pesos por el servicio" relata Marcos.

La sepultó el 15 de junio en la tumba 30780 del Cementerio Municipal N° 2. Antes de volver a Concepción, supo que en la tumba pusieron la lápida de otra persona: El Maradona, Mario Núñez Gálvez. O la vendieron dos veces. O donde hay extranjero muerto a nadie le importa.

Tras la muerte de Liliana el hospital regional y la ONG Migr-Acción acordaron un protocolo para tratar inmigrantes indocumentados en casos de gravedad.

Parece ser tanta la preocupación de algunos extranjeros por regresar algún día a su patria, aunque sea con los pies por delante, que la funeraria Nuevo Amanecer comenzó a vender un seguro funerario. En planes desde 9 mil mensuales pueden asegurarse para enviar su cuerpo hasta su ciudad de origen dentro de Sudamérica. Ya tienen una veintena de clientes.

Somos pocos, parecemos muchos

Wilton Molina (37) es un colombiano de color del campamento El Bosque que atropelló un ciclista y tronchó su carrera de camionero en Cali hace 4 años. Aquí ha trabajado de panadero, obrero y haciendo aseo municipal. Siete de cada 10 colombianos son vendedores en el comercio, donde los cotizan por su correcta manera de hablar y su trato cariñoso. En este reporteo, mil veces me dijeron "mi amor" las vendedoras colombianas. En cambio, recuerdo a una chilena de un restorán que me ladró: "¿va entrar o se va quedar mirando?".

Antes de ser el actual encargado de una válvula de agua en los cerros, Wilton fue portero de cabaret. "Era realmente un prostíbulo", precisa. Prefiere ni acordarse. "Vi cada cosa, compañero. Desde niñas chicas hasta mujeres con profesión. Y todo por un dinerillo que a veces era miserable".

A Wilton le duele en el alma cuando los chilenos piensan que las colombianas son prostitutas. "¡Es puro prejuicio! Los colombianos somos machistas. Ojalá que la mujer no trabaje. No salga. Y no que ande ofreciéndose en la calle" dice.

Una investigación de la ONG Fractal, que trabaja con mujeres inmigrantes, descubrió que el 70% de las más de mil prostitutas de Antofagasta, ¡son chilenas! Solo hay 350 colombianas en el comercio sexual. Pero se notan más por el color y exuberancia.

"A las mujeres de color ustedes las tratan peor", dice Wilton "Ni las respetan. En Argentina están más acostumbrados a la gente morena, acá no". Sin embargo, a diferencia de peruanos y ecuatorianos, que soportan la discriminación y el maltrato chileno sin chistar, los morenos colombianos reclaman de inmediato.

"Una sola vez le di a un chileno" cuenta Wilton. "Me decía 'negro para allá, negro para acá o negro culiado', como hablan ustedes, llenos de garabatos. Una sola vez le enseñé y ¡nunca más!". Debe ser excelente pedagogo, con su 1,80 m de altura, 100 kg de peso y manos como martillo. Con él me di cuenta de que es fácil incomodarlos por error. Le pregunté sin querer:

–¿Y tú trabajas a la negra?

Me puso la peor cara de Mike Tyson.

–Perdón, ilegal quise decir– pero ya era tarde. ¡Además, tenía rut chileno!

Otra metida de pata en este reporteo: en un boliche donde había unas colombianas de color con poca ropa, recordando su verde Buenaventura: que iban al monte y sacaban piñas en la selva del Chocó, húmeda y tupida.

–En esa selva, ¿hay monos?– pregunté con ingenuidad animalista.

Estalló un griterío. Una entendió mal y pensó que me refería a ellos, los de piel morena, porque "mono" en Colombia es el insulto más común a las personas de color. Se acercaron varios hombres a sacarme con empujones, aunque sin decir un solo garabato. Una de las mujeres me dijo:

–¡Así no se trata a la gente, chico! ¡Eres muy humillativo!

Fue falta de costumbre en cómo tratar con gente de color.

Indira Montaño, una morenaza de 21 años hermosa y curvilínea, que participa del grupo folclórico de la colectividad, tiene una tesis singular sobre el prejuicio racial: "A los chilenos les encanta lucir a sus morenas colombianas cuando conquistan una. ¡Pero cuando una chilena anda con un negro! ¡Pobre papacito, lo llevan escondidos, ¿usted me va creer?".

De hecho, en Antofagasta, ciertamente se ven mucho más chilenos con morenas en la calle. Y no al revés.  En octubre de 2014 un grupo de mujeres antofagastinas despechadas, porque sus maridos las dejaron por exuberantes colombianas, organizaron una protesta xenófoba en el Mercado. Pero llegaron solo 10 personas a encender la chispa del odio racial. La xenofobia más bien se esconde en las redes sociales donde una clase media, que habita al sur de Antofagasta, los ve como una molestia y un peligro. "Los medios colaboran bastante", dice Benjamín Cruz; él fue periodista de Antofagasta TV y le impactó al llegar. "Ciudadano colombiano hizo esto, ciudadano boliviano hizo esto otro... Cuando roba un chileno, simplemente titulan robo o estafa", observa Benjamín.

Las estadísticas de la Defensoría Penal Pública como de la Fiscalía no muestran una incidencia mayor de extranjeros en la delincuencia. Tampoco de colombianos. Las tasas se mantienen, todavía, parejas. Es algo más complejo. "En el centro, en calle Condell, (donde prácticamente hay un barrio rojo en formación) ves solo traficantes colombianos", dice el Loco Valencia que, además, anima el Salón Habana, donde los domingos rumbean colombianos. "Les digo: muchachos, dedíquense a otra cosa. ¡Háganlo en otra parte! Si no a todos nos tachan de lo mismo. Pero no hacen caso".

En Colombia por semejante intromisión le habrían "hecho la vuelta". "Me habrían pegado un tiro y ya", dice Loco. Acá no siente el temor de ver muertos en la calle o ver morir a un amigo por menos de nada. "Acá vivo tranquilo", dice y se zambulle en la salsa, las luces y el ruido de Salón Habana.

Verlos rumbear sin tapujos, contrasta con sus historias de tragedia. Según un estudio del Barómetro Global de Felicidad los colombianos son el pueblo más feliz del mundo, Chile ni hablar. Apenas suena un vallenato o una salsa los hombres desembolsan instrumentos y maracas, y las mujeres comienzan a cantar y menear su famosa genética.

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