Qué es el síndrome del impostor y cómo saber si lo estás sufriendo
Siete de cada diez personas sentirá, al menos una vez en su vida, que no es merecedora de sus logros y que su vida es un "fraude". ¿Hay manera de enfrentar este fenómeno? ¿De dónde viene? Aquí las respuestas y algunas soluciones.
Meryl Streep es una de las más grandes actrices en actividad: no sólo ha ganado tres veces el Óscar a Mejor Actriz (en 1980, 1983 y 2011), sino que ostenta el récord a mayor número de nominaciones en dicha categoría: nada más ni menos que 21. Y no sólo la crítica se suele rendir a sus pies: también sus colegas le han rendido sentidos homenajes, como el que ocurrió en los Globos de Oro de 2017. Pese a todo esto, ella aún duda de sus capacidades. ¿Cómo es posible?
Streep admite que su problema radica en el síndrome del impostor, un fenómeno psicológico que, según el International Journal of Behavioral Science, puede llegar a afectar al 70% de la población mundial en algún momento de su vida. “Piensas: ‘¿por qué alguien querría verme de nuevo en una película? Ni siquiera sé actuar tan bien, ¿por qué estoy haciendo esto?”, dijo la actriz en una ocasión. Y no es la única celebridad que ha reconocido públicamente el tema: Emma Watson, Taylor Swift e incluso Michelle Obama lo hicieron en su minuto.
Las personas que padecen el síndrome del impostor son incapaces de asimilar sus logros, y suelen acreditar su éxito a factores como la suerte o la casualidad. “Están convencidas de que no son suficientemente buenas como para desempeñar un rol o hacer determinada actividad, lo que les hace sufrir miedo persistente a ser descubiertos como un fraude, y que no se merecen estar en el sitio en que están”, describe Luis Rozas, psicólogo de RedSalud.
De acuerdo a Solange Anuch, psicóloga de Clínica Alemana, este síndrome lleva a que las personas “sobreestimen las expectativas que otros tienen de ellos, y desestiman sus méritos con escasa percepción de autoeficacia”. Esto genera en quienes lo padecen la creencia de que están actuando un rol con competencias que no les corresponden, “porque según ellas no las tienen, por lo tanto se ven a sí mismas como impostores”.
“Sin embargo”, reflexiona Pía Nitsche, psiquiatra del Programa Mindfulness de la Red UC Christus, “aprender y desarrollarnos en la vida implica no saber”. Es decir: para conseguir alguna habilidad tuvimos que antes no haberla tenido. Pero si no somos capaces de reconocer esto, dice la especialista, significa que no estamos validando la etapa de aprendizaje.
Pese a lo conocido que se ha vuelto en el último tiempo, el síndrome del impostor no está tipificado como una enfermedad; eso sí, está altamente asociado a cuadros ansiosos y depresivos. Junto a él, son habituales la insatisfacción, el miedo al fracaso y algo que llaman el “pesimismo defensivo”: una especie de mecanismo que lleva a siempre anticipar que las situaciones futuras saldrán mal. De esta manera, en caso de que todo se dé como lo piensan —es decir, negativamente—, no saldrán tan lastimados. Por ejemplo, ante la posibilidad de acceder a un trabajo que desean mucho, prefieren no postular o, bien, lo hacen con una muy baja expectativa, porque la sensación dominante es que no lo van a conseguir.
Alguien podría creer que esto se relaciona a la baja autoestima y la inseguridad, pero éstas y el síndrome del impostor son cosas distintas, aunque a veces complementarias. “La inseguridad o la autoestima baja se refieren a una autovaloración negativa de uno mismo, pudiendo ambos ser parte basal de la sintomatología del síndrome del impostor”, expone Rozas.
El impacto laboral
¿Pero cuál es la raíz del síndrome del impostor? Solange Anuch explica que entre quienes sufren este síndrome existe un centro de creencias nucleares de desvalorización, asociadas a la experiencia de crianza y las relaciones sociales tempranas, donde “habitualmente predomina la comparación y el desprecio por lo propio”. En efecto, las y los supuestos impostores están permanentemente comparándose con su entorno.
El ambiente laboral suele ser un campo fecundo para el desarrollo del síndrome. De hecho el término “impostor” fue acuñado por las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes, en 1978, luego de observar y analizar durante años a mujeres que, pese a su éxito laboral y académico, vivían invadidas por la insatisfacción. En ese sentido, un posible gatillador es la autoexigencia desproporcionada.
“Este fenómeno ha impactado especialmente al entorno laboral, perjudicando aspectos como la productividad, la seguridad y la autoestima, lo que finalmente les impide empoderarse de sus propios logros”, describe Luis Rozas. De acuerdo al psicólogo, existe una presión constante que mantiene en alerta o incluso paraliza a quienes padecen el síndrome. “Además, la falta de empoderamiento y la presión de no equivocarse o mantener una buena imagen produce que no se tomen decisiones oportunas”, agrega.
De ahí que no identificar ni tratar el síndrome del impostor aumente el riesgo de desarrollar otros malestares y patologías, como ansiedad, baja autoestima e insomnio. También aumenta los niveles de estrés, al punto de provocar una “somatización a nivel muscular, articular o de diversas otras estructuras corporales o funcionales”.
Todo esto, dice Rozas, puede generar un “constante e inconsciente” autosabotaje, entorpeciendo las relaciones sociales, trayendo pesimismo e insatisfacción permanente. Eso fácilmente es capaz de recalar en afectaciones del estado de ánimo, hasta llegar a una depresión. Una verdadera bola de nieve.
Es habitual que las personas con síndrome del impostor trabajen en exceso, no solo para cumplir con sus responsabilidades sino que también para evitar quedar expuestos. Ante el miedo al fracaso, también es común que eludan nuevos desafíos.
Pese a que el síndrome del impostor se suele ver en adultos, sería un error pensar que no se da en niñas y niños. De hecho, se considera que es en la infancia cuando se comienzan a gestar las variables que podrían incidir en el desarrollo del fenómeno. Las altas expectativas de padres y tutores, las constantes comparaciones con otras niñas y niños e incluso un coeficiente intelectual mayor al promedio aparecen como denominadores comunes entre las y los afectados.
¿Cómo saber si su sufro del síndrome del impostor?
Pía Nitsche sostiene que “la gran emoción” que radica en el centro del síndrome del impostor es la vergüenza. “Muchas veces, uno puede ver que una persona es rabiosa, apática, muy angustiada, y con mucho miedo, pero lo que realmente está en el centro es la vergüenza. Y eso pasa porque en su cabeza solo piensa en lo que los demás estarán pensando de él, o sea pura fantasía catastrófica. Es súper importante abordar esa vergüenza”, apunta la psiquiatra.
Para llegar a ese centro, primero es necesario identificar el problema. Según Solange Anuch, entre las señales más comunes del síndrome están:
- Las dudas recurrentes al tomar y ejecutar decisiones
- Los diálogos negativos y autodescalificatorios
- La mala evaluación de las propias competencias y habilidades,
- La atribución de los éxitos a factores externos
- El temor constante a no cumplir las expectativas de los otros
- Sabotear los propios éxitos
- Tener una actitud defensiva
- Seleccionar metas altamente desafiante
- Decepcionarse extremadamente en caso de no cumplirlas.
“Las personas que padecen de este síndrome no son capaces de evaluar de manera realista sus propias habilidades y competencias, atribuyendo el éxito a factores externos o fortuitos. Eso lleva a experimentar de manera regular emociones negativas, promoviendo una mayor sensación de exposición y aislamiento que genera dudas o desconfianza”, complementa Luis Rozas.
El psicólogo dice que hay que poner atención al hecho de que la mayor prevalencia de este síndrome está en la población activa y trabajadora. Sin embargo, “pueden presentarse con mayor frecuencia en aquellos que poseen puestos o cargos situados más arriba dentro de una organización o con una mayor carga de responsabilidad, pudiendo tener características perfeccionistas, adictos al trabajo o con un grado alto de especialización”.
Terapia y consejos para enfrentar los síntomas
El síndrome del impostor se puede superar, aunque para ello es necesario acudir a especialistas. “Requiere psicoterapia y, en aquellos casos de desórdenes ansiosos o depresivos, una evaluación psiquiátrica para generar el tratamiento adecuado”, advierte Anuch.
“El modelo de terapia cognitivo conductual es muy eficiente, puesto que va a trabajar en el centro crítico del problema: el desarrollo temprano de un falso concepto de sí mismo, creencias distorsionadas y pensamientos irracionales que aplastan al individuo”, especifica la psicóloga.
Luis Rozas asegura que, además, existen ciertas técnicas que se pueden aplicar por cuenta propia, las que pueden ayudar a enfrentar los efectos del síndrome:
-Poner en perspectiva los pensamientos intrusivos
“Cuando experimentan un pensamiento intrusivo, es importante ponerlo en perspectiva y preguntar si eso me ayuda o me hace daño, además de separar los hechos de los sentimientos. Mientras los hechos son una verdad observable, lo segundo son una interpretación de ello”, dice el psicólogo de RedSalud.
-Escribir los sentimientos
Pasar las emociones al papel permite darle perspectiva al asunto. Al leerlo, se verá como si se tratara de una tercera persona, lo que puede servir para abstraerse de los sentimientos negativos. En esta misma línea, dice Rozas, muchas personas hacen un listado de las fortalezas o logros que han alcanzado. Eso ayuda a romper la barrera del miedo o la sensación de que es un “farsante”. Así, cuando aumente la ansiedad, se puede acudir al listado para mitigar el malestar.
-Reconocer las cualidades y las limitaciones
Esto es fundamental, de acuerdo al especialista. “No es necesaria la perfección absoluta y el hecho de no lograr algo no siempre tiene que ser algo negativo o por lo que debamos sentirnos mal”. Por ejemplo, entender que no saber hacer algo no es el fin del mundo, y que existen un montón de posibilidades para averiguar cómo hacerlo. “Es clave entender eso y comenzar a su vez a valorar lo que se consigue día a día, aunque sean pequeños cambios, de modo de celebrar cada éxito”.
-No caer en comparaciones respecto a los compañeros
Una buena manera de evitar esto es reenfocando el fin de la observación: en vez del afán competitivo, identificar qué se puede aprender del resto. “En cualquier trabajo al que te incorpores puede haber personas que sean mejores en algunos aspectos y esto hay que visualizarlo como una oportunidad para adquirir nuevos conocimientos”, dice Rozas.
Pía Nitsche, en tanto, recomienda recurrir a prácticas de mindfullness, como la meditación, ya que estas pueden ayudar a “reconocer las emociones, a la voz crítica y trabajar sobre ella para hacerla más amable”.
“La terapia basada en la compasión y la autocompasión que enseña a cuidar de uno mismo, validar sus emociones, sus miedos y su vergüenza y conectar con las vulnerabilidades. Conversar estos temas con quienes nos rodean, significa un alivio en relación al síndrome del impostor, porque además permite ver que muchas otras personas también sufren con estos temores”, asegura la psiquiatra.
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