China en la cuerda floja: reducir el crecimiento sin caer en el estancamiento
Xi Jinping deja claro que el crecimiento a toda costa está descartado. El reto ahora es encontrar un nuevo camino. Xi está dispuesto a aceptar un crecimiento más lento, porque cree que las nuevas prioridades fortalecerán el control del Partido Comunista y reforzarán la capacidad de China para hacer frente a las potencias occidentales, ayudando a devolver al país al lugar que le corresponde en el mundo.
BEIJING- Es el fin del milagro del crecimiento chino tal y como lo conocemos, y el líder chino Xi Jinping parece estar de acuerdo con ello.
La cuestión ahora es si puede dirigir el país hacia un nuevo rumbo y mantener al resto de China a bordo.
Después de tres años de distorsiones propias de la era de la pandemia, la trayectoria a largo plazo de la segunda economía más grande del mundo está saliendo a la luz, y muestra un estancamiento del crecimiento que habría alarmado a los anteriores líderes chinos.
Xi, sin embargo, tiene otras prioridades. En los últimos años ha dejado claro que el crecimiento a toda costa no es lo que le interesa. Lo que quiere es lo que denomina “desarrollo de alta calidad”, un concepto algo nebuloso que, según economistas y asesores, incluye un mayor énfasis en la seguridad nacional, la estabilidad política y la igualdad social.
Al centrarse cada vez más en la pureza ideológica, le importa menos mantener las apariencias ante los mercados, como demostró el sorprendente anuncio del lunes de que Beijing eliminaba la comparecencia anual del primer ministro Li Qiang ante los periodistas para responder a preguntas sobre la economía.
Xi está dispuesto a aceptar un crecimiento más lento a cambio de avanzar en estos objetivos, porque cree que las nuevas prioridades fortalecerán el control del Partido Comunista y reforzarán la capacidad de China para hacer frente a las potencias occidentales, ayudando a devolver al país al lugar que le corresponde en el mundo.
Llevar a cabo una transición de un crecimiento rápido a un ritmo más lento es un reto complicado para cualquier gobierno. Intentar llevarla a cabo en medio de crecientes amenazas geopolíticas y un descontento interno cada vez mayor resultará especialmente difícil.
El riesgo es que Xi rectifique en exceso y permita que la economía china caiga en un estancamiento a largo plazo, como le ocurrió a Japón en la década de 1990, provocando un mayor descontento en el proceso.
En los últimos meses se han multiplicado las señales del cambio de actitud de los dirigentes: en los discursos de Xi, en las redadas contra empresas extranjeras y en los anuncios de servicio público de la agencia de espionaje del país, en los que se pide a los chinos que estén más atentos a las amenazas extranjeras.
“La seguridad es la base del desarrollo, mientras que la estabilidad es un requisito previo para la prosperidad”, dijo Xi en un discurso el año pasado.
Las señales también se manifiestan en lo que falta, sobre todo en las medidas de estímulo de gran calado, como el gasto público en infraestructuras que supuso una sacudida económica en anteriores ralentizaciones. A pesar de los recientes llamados de economistas e inversores para que Beijing haga más por estimular el crecimiento, Xi ha dejado claro que considera que las medidas tipo bazuca son actos de despilfarro, que acumulan dolor a largo plazo en nombre de la ganancia a corto plazo.
Este martes, Li dará a conocer el objetivo oficial de crecimiento económico del país en una sesión legislativa anual en Beijing.
En general, los economistas esperan que Li fije un objetivo de crecimiento del producto interno bruto en torno al 5% este año, el mismo nivel que el año pasado. Pero incluso si es un poco más alto que eso, es probable que reafirme la voluntad de Beijing de vivir con un nivel de expansión económica permanentemente más bajo que el crecimiento fulgurante en el que el mundo había llegado a confiar durante mucho tiempo.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha pronosticado un crecimiento del 4,6% para este año, el más bajo de las últimas décadas, exceptuando el periodo de la pandemia.
Sin duda, nadie esperaba que el crecimiento de China continuara a un ritmo de dos dígitos porcentuales para siempre. Pero la velocidad con la que el ritmo de crecimiento de China se ha ralentizado hasta niveles no muy superiores a los de economías desarrolladas maduras como EE.UU. y Corea del Sur, ha sorprendido a muchos economistas.
La estabilización en un nivel de desarrollo inferior al de esos países -el PIB per cápita de China está más cerca del de México o Tailandia-, también consolidaría el estatus de país de renta promedio, con implicaciones inciertas para la política interna de China, para su relación con otros países y para la economía mundial.
El viejo modelo se desvanece
Durante décadas, bajo el mandato de los tres predecesores inmediatos de Xi, el libro de jugadas de China fue clarificador en su simplicidad, situando el crecimiento en primer plano. Permitía a China dar rienda suelta al ingenio de su población y elevar el nivel de vida, mientras funcionarios y empresarios locales se alineaban en una causa común que llenaba las arcas del país y reforzaba su influencia mundial.
Esta ortodoxia de décadas llegó a su fin en octubre de 2017, cuando Xi aprovechó un congreso del Partido Comunista para eliminar los límites a los mandatos presidenciales y proclamar el advenimiento de una “nueva era” en la que el líder chino declaró, efectivamente, que el crecimiento ya no era la principal preocupación de los dirigentes.
Al año siguiente comenzó la guerra comercial lanzada por el entonces presidente Donald Trump, que inauguró un periodo de relaciones más tormentosas con Estados Unidos. Tres años de aislamiento de Covid-19 y más tensiones geopolíticas no hicieron sino reforzar la preocupación de Xi por la resiliencia económica y estratégica.
Estas preocupaciones ayudan a explicar por qué, en 2021, Xi trató de frenar al sector privado, tomando medidas enérgicas contra las empresas de educación con fines de lucro, las plataformas de Internet para consumidores y los promotores inmobiliarios. Estas medidas afectaron a la economía y sorprendieron a los inversores extranjeros, pero no parecieron inquietar a Xi ni a otros altos mandos, que hicieron poco por aliviar la presión, incluso cuando los expertos pidieron que se levantaran algunas medidas.
Desde entonces ha quedado más claro que las medidas formaban parte de una estrategia a más largo plazo para reafirmar la autoridad del Partido Comunista y sus prioridades ideológicas, reducir la asunción de riesgos excesivos y fortalecer la economía frente a posibles crisis, sobre todo desactivando una burbuja inmobiliaria que muchos responsables políticos consideraban una bomba de relojería.
“El mensaje es: ‘Hay otras cosas en la vida aparte del crecimiento, así que tenemos que reequilibrar las prioridades’”, sostuvo Andrew Batson, responsable de estudios sobre China en la empresa de investigación Gavekal Dragonomics.
Incertidumbre sobre el futuro
Economistas y académicos del exterior han apoyado algunas de las medidas de Xi, junto con otros esfuerzos de China por ascender en la cadena de valor manufacturera y promover la investigación y la innovación.
Pero también afirman que muchos de los objetivos de Xi serán difíciles de alcanzar dados los numerosos vientos en contra a los que se enfrenta China, como una enorme carga de deuda, una demografía desfavorable y las crecientes tensiones con los socios comerciales en Occidente.
Los planes de Xi también dejan a muchos funcionarios de bajo nivel en China menos seguros sobre cómo proceder, ya que muchos de los nuevos objetivos de los líderes son más vagos -y menos atractivos- que el ethos de que “enriquecerse es glorioso”, que animó a China durante tantos años. Ello podría exacerbar la parálisis política y la reticencia de los funcionarios locales, reacios al riesgo, a encontrar soluciones creativas a los problemas económicos del país, al tiempo que alimentaría la sensación de malestar que se ha instalado a medida que la economía se ralentizaba.
Las reformas que, según los economistas, son necesarias para que China se asiente sobre una base más segura -como la introducción de un impuesto sobre bienes inmuebles, el desarrollo del sistema de pensiones, el aumento de la edad de jubilación y la reestructuración de los balances de las administraciones locales-, llevan años estancadas.
Una mayor apatía económica también se dejará sentir más allá de las fronteras de China, especialmente cuando los propietarios de fábricas traten de descargar en los mercados mundiales el exceso de mercancías que no pueden vender en su país.
“El problema para el Presidente Xi y los dirigentes del Partido Comunista es que sus objetivos no son intrínsecamente lo bastante convincentes ni responden a todas las preguntas que se plantean los funcionarios de bajo nivel cuando se plantean qué hacer”, señaló Gabriel Wildau, director gerente de Teneo, una empresa de consultoría y asesoramiento con oficinas en Nueva York y Shanghái. “Ya no está claro hacia dónde se dirige China ni cuál es realmente el objetivo general”, manifestó.
Pero si Xi siente alguna ansiedad, no la muestra. “El hecho de que algunas élites que se beneficiaron del viejo modelo de crecimiento por encima de todo no estén contentas, no le molesta”, comentó Wildau. “Ya pueden comerse alguna amargura mientras el país atraviesa esta desgarradora transición”, agregó.
Comenta
Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.