Los laboristas británicos dan una lección de economía al Partido Demócrata de EE.UU.

FILE PHOTO: UK Prime Minister Keir Starmer attends the 79th United Nations General Assembly
El Primer Ministro británico, Keir Starmer, apuesta por la estabilidad del país. Foto: Reuters/ Leon Neal

El Primer Ministro británico, Keir Starmer, da prioridad al crecimiento económico y a derribar las barreras a la inversión frente al gran gasto. Al igual que los laboristas antes de Starmer, los demócratas se han escorado hacia la izquierda en los últimos cuatro años, y eso podría costarles la Casa Blanca.




Dados los pésimos resultados económicos de Gran Bretaña, nadie debería haberse sorprendido de que los conservadores en el poder perdieran frente a los laboristas por una amplia mayoría el pasado mes de julio.

Sin embargo, la disposición del público a confiar la economía a los laboristas sólo ha sido posible gracias a un giro político diseñado por Keir Starmer cuando se convirtió en líder en 2020. Con su predecesor, Jeremy Corbyn, el partido se había movido bruscamente a la izquierda, abrazando la nacionalización de varias industrias y aumentando enormemente los impuestos y el gasto.


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“Después de que perdiéramos muy mal las elecciones de 2019, mi primera tarea fue cambiar el Partido Laborista y convertirlo, entre otras cosas, en un partido proempresarial”, comentó Starmer en una entrevista en Nueva York la semana pasada, donde asistía a la Asamblea General de las Naciones Unidas. “Obtuvimos la recompensa de un enorme mandato de los votantes para lograr el cambio que desean desesperadamente”, agregó.

Que Starmer consiga revitalizar la economía británica es algo que, por supuesto, importa mucho a los británicos. Pero también puede haber lecciones para los estadounidenses, en concreto para los demócratas. Al igual que los laboristas antes de Starmer, los demócratas se han escorado hacia la izquierda en los últimos cuatro años, y eso podría costarles la Casa Blanca. Las encuestas muestran que los votantes piensan que la vicepresidenta Kamala Harris, ahora candidata demócrata a la presidencia, es demasiado liberal.

En un discurso pronunciado el miércoles, Harris trató de restablecer la narrativa, describiéndose a sí misma como “pragmática” y “una capitalista” que cree en una “asociación activa entre el gobierno y el sector privado”. Sin embargo, tras escuchar a Harris y Starmer en la misma semana, me sorprenden más las diferencias que las similitudes.

Todo empieza por el crecimiento económico. Starmer habla mucho de ello; lo llama su “misión número uno”. Dirigiéndose al Partido Laborista a principios de la semana pasada, lo llamó “el propósito impulsor de todo lo que hacemos”.

UK Prime Minister Keir Starmer attends the 79th United Nations General Assembly

Esto no debería parecer digno de mención, y sin embargo el Presidente Biden y Harris no dan mucha prioridad al crecimiento económico, prefiriendo hablar de cómo se distribuyen los ingresos, entre empresas y trabajadores, ricos y clase media, y comunidades prósperas y pobres.

Por supuesto, las diferentes prioridades podrían reflejar el hecho de que Gran Bretaña ha crecido mucho menos que Estados Unidos, con un promedio anual del 0,5% desde finales de 2019, el segundo más bajo entre las siete mayores economías industriales y una fracción de Estados Unidos, con un 2%.

La causa de raíz es la inversión, que ha sido más baja en Gran Bretaña como proporción del PIB que en otros países del G-7 durante años. Starmer lo explica con una sola palabra: inestabilidad. Desde 2019, Gran Bretaña ha tenido cinco primeros ministros y siete cancilleres de Hacienda (ministros de Finanzas). Eso, por supuesto, siguió a años de tortuosas negociaciones del Brexit.

“Me he pasado buena parte de los dos últimos años hablando con inversores internacionales, simplemente para decirles: bueno, miren, tenemos universidades líderes en el mundo, tenemos altas cualificaciones, tenemos infraestructuras, ¿por qué no invierten? Y su respuesta fue: ‘Porque es demasiado inestable’”.

Starmer dice que sólo su mayoría parlamentaria proporciona cierta estabilidad, ya que “nuestras decisiones pueden medirse en años, no en meses”. La opinión pública se ha vuelto en contra del Brexit, pero Starmer no volverá a polemizar sobre él, sino que se centrará en mejorar las relaciones con la Unión Europea. Su canciller, Rachel Reeves, ha dicho que su presupuesto, previsto para el mes que viene, subirá algunos impuestos, pero que el tributo corporativo se mantendrá en el 25% (Harris quiere subir el impuesto corporativo estadounidense, del 21% al 28%).

Democratic presidential nominee and U.S. Vice President Harris holds a campaign rally, in Las Vegas

En busca de inversiones, Starmer se complace en hacer de pitchman. En Estados Unidos se reunió con ejecutivos de Blackstone, Carlyle Group, Bank of America, Citigroup, Microsoft, Boeing y Lockheed Martin, entre otros. Su gobierno organizará una cumbre internacional sobre inversión en octubre y otra sobre inteligencia artificial en Silicon Valley en noviembre.

Un ejecutivo aparentemente no invitado: Elon Musk. El gobierno de Starmer y Musk están enredados en una guerra verbal por las acusaciones de que los usuarios de X, propiedad de Musk, fomentaron disturbios de tinte racial en Gran Bretaña. No obstante, Starmer sostuvo que vería con buenos ojos que Tesla, la empresa de Musk, invirtiera en Gran Bretaña: “Tesla es una buena empresa” y anima a “todas las buenas empresas” a invertir. ¿Se reunirá con Musk para exponerle sus argumentos?: “Tal vez”, fue la respuesta.

Al igual que Biden y Harris, Starmer ha abrazado la política industrial: el uso de recursos gubernamentales para promover industrias favorecidas. El laborista ha creado un Fondo Nacional de Riqueza para invertir junto a inversores privados en “industrias del futuro” y Great British Energy, un vehículo estatal para construir proyectos de energía baja en carbono en todo el país.

Sin embargo, los US$ 21.000 millones destinados a estos fondos palidecen al lado de lo que Estados Unidos ha hecho bajo el mandato de Biden: US$ 53.000 millones para la fabricación de semiconductores y hasta un billón de dólares para energías renovables en la Ley de Reducción de la Inflación. Harris propuso la semana pasada US$ 100.000 millones en créditos fiscales para la fabricación avanzada.

Las modestas sumas son un reflejo de la preocupación de los laboristas por el déficit presupuestario, una preocupación que Harris y Biden (o el expresidente Donald Trump, el candidato republicano) no parecen compartir, aunque el déficit estadounidense es en realidad mayor que el británico como porcentaje del PIB.

En cualquier caso, el dinero no es el mayor obstáculo para la inversión británica; lo son la incertidumbre política y las restricciones a la planificación. “Aquí el capital está inmovilizado durante demasiado tiempo, y la gente se da por vencida y sigue adelante”, declaró Reeves la semana pasada.

Los laboristas se han centrado en esta cuestión, levantando rápidamente una moratoria sobre la energía eólica terrestre y reabriendo solicitudes para construir centros de datos en el Cinturón Verde que rodea Londres, que las autoridades locales habían rechazado anteriormente. Starmer propondrá un sistema de “pasaporte” para aprobar automáticamente edificios de apartamentos en zonas urbanas de alta densidad.

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Por ahora, los laboristas dicen lo que hay que decir para reactivar la inversión y el crecimiento. Que funcione es otra cuestión. A las empresas les preocupan las medidas laboristas para aumentar la regulación, por ejemplo, de las condiciones laborales. El gobierno planea nacionalizar los ferrocarriles y limitar las nuevas prospecciones de petróleo y gas en el Mar del Norte. La mayoría de Starmer no le protegerá de las consecuencias de decisiones impopulares, como dar luz verde a proyectos de capital en lugares que no los quieren.

Starmer insiste en que está preparado para ello. “Vamos a tener que hacer las cosas difíciles... Tengamos una conversación honesta sobre las compensaciones”, ha señalado.

E incluso si Starmer acaba gobernando como lo hizo Tony Blair, como centrista del “Nuevo Laborismo” de 1997 a 2007, el mundo exterior ha cambiado. Entonces, Gran Bretaña podía vender su experiencia al mundo.

Hoy, la globalización va a la inversa, China y Estados Unidos inclinan cada vez más el campo de juego a su favor, y Gran Bretaña ha perdido el atractivo que suponía formar parte del segundo mayor bloque económico del mundo. Si Trump, con quien Starmer se reunió la semana pasada, vuelve a la Casa Blanca, ha amenazado con imponer aranceles a todo el mundo. Eso difícilmente favorecería la estabilidad que Starmer ha prometido.

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