El respaldo social al sistema de primarias
Una vez más, el electorado chileno ha dado muestra de su espíritu cívico y de su respeto a la institucionalidad democrática como forma de participar en las decisiones políticas. Mientras algunos dirigentes estudiantiles llamaron a no votar en estas elecciones primarias y otros propusieron marcar la papeleta en favor de una supuesta asamblea constituyente, tres millones de ciudadanos optaron, simplemente, por respetar las reglas de juego y elegir a su representante para los comicios presidenciales de noviembre.
Se valida, de esta manera, el sistema de elecciones primarias oficiales como el mecanismo más representativo, adecuado y democráticamente validado para elegir a los candidatos. Una prueba de legitimidad que, difícilmente, podrán superar los otros modelos utilizados por las coaliciones políticas, desde los acuerdos cupulares hasta las llamadas primarias convencionales. Muy significativo resulta, en este contexto, que ayer un candidato reconociera su derrota tan sólo un par de horas después del cierre de las mesas de votación. Como contrapartida, casi todas las primarias internas realizadas por partidos políticos terminaron con denuncias de irregularidades por parte de los candidatos derrotados.
No parece necesario insistir en la necesidad de retornar al esquema de voto obligatorio. El incentivo debe estar puesto en la exposición de ideas y planteamientos por parte de los representantes políticos, que sean lo suficientemente atractivos como para convocar al electorado.
Y en ello no hay riesgo. Porque el proceso de primarias oficiales tampoco representó para las coaliciones participantes un costo interno tan alto como anticipaban algunos detractores de esta instancia. Y así como en la campaña no se observaron diferencias radicales entre los candidatos de cada sector, tampoco los derrotados tardaron anoche en confirmar su respaldo a su respectivo representante electo. Quizás el mayor castigo del electorado quedó reservado para aquellos sectores que, paulatinamente, han ido desperfilando convicciones en favor de pactos electorales de corto plazo y dudosa conveniencia.
Mensaje potente, asimismo, de la ciudadanía a los dirigentes de las llamadas movilizaciones sociales. Podrán convocar a miles de personas en una marcha o reunir estudiantes en torno a una toma, pero nada de ello se compara con los tres millones de chilenos que respaldaron ayer la democracia representativa, con sus instancias de votación, como la forma más adecuada de manifestar sus preferencias políticas. No supone, necesariamente, un respaldo a la dirigencia política. De seguro que ahí todavía queda mucho terreno por mejorar. Pero sí está claro que los movimientos sociales tienen un desafío de legitimidad importante. Más que representantes de los intereses comunes, aparecen motivados por demandas particulares y, muchas veces, difusas. Es evidente que deben respetar y someterse a los sistemas democráticos, los mismos que han criticado y descalificado, y que ayer tuvieron una nueva prueba de vigencia y preferencia popular.
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