Columna de Gonzalo Restini: “Frozen”
"Estuve tentado a titular esta columna haciendo referencia a la canción infantil de los elefantes que se balanceaban en la tela de una araña. Me preguntaba cuánto puede aguantar un país que no avanza para ningún lado si le seguimos sumando elefantes, estancamiento y división, a una estructura que está más frágil de lo que aparenta".
Déjalo ir”. Elsa, de Arandelle, Disney
La historia de Frozen se desarrolla en Arendelle, un pueblo que, después de un antiguo período de felicidad, queda literalmente congelado por la incapacidad de sus líderes para administrar sus enormes poderes. Curiosamente, está inspirado en Noruega, país alrededor del cual se construyeron tantas historias fantásticas en las que quiso creer nuestra generación gobernante. De alguna manera difícil de entender, Chile estaba destinado a ser Noruega. Pues bien, lastimosamente, se transformó en algo parecido a Arendelle. Un país congelado económica, política y emocionalmente.
El anquilosamiento económico es evidente. El Imacec de 1,8% de julio se recibió con una algarabía que sólo refleja la modestia de las expectativas. Luego el Ipom y la Cepal confirmaron la Recesión 2023 y nuestra condición de colistas latinoamericanos con Haití y Argentina. Hice el ejercicio de revisar antiguos Imacec y era como ver fotos de Arendelle con sol. Ahora estamos entumidos: el promedio de los últimos 12 Imacec es casi tan malo como los peores 12 meses de la crisis subprime, de octubre del 2008 a septiembre de 2009 (-0,87% versus -1,1%). Sin tener a quién culpar, nos estamos hundiendo a la misma velocidad que en la peor recesión global desde los años 30. Impensable. Mientras los jerarcas chinos se desvelan pensando y lanzando a diario medidas para no caer del 5% de crecimiento, nosotros estamos en recesión y nadie se despeina. A nadie le importa. Ni un ministro sale a decir algo. Para justificar por último que son las bases de comparación. No hay accountability. Como si no hubiese nada que hacer.
Otro dato demoledor para cualquier aspiración de progreso y cohesión social salió hace pocos días y tampoco nadie dijo ni pío: Un estudio del OCEC de la UDP muestra que los salarios reales están estancados desde 2017. Aumentaron 0,2% en media década. Dramático para cualquier país que quiera generar esperanzas de futuro, pero consistentes con la cantidad de metros cuadrados de oficina que se están construyendo en Santiago Centro, el epicentro del país: Cero.
Nuestra decadencia económica es sólo un síntoma. La real enfermedad es el deterioro de las políticas públicas y el exacerbamiento de nuestras diferencias. No hemos sabido dejar ir.
Por el contrario, tenemos un gobierno obsesionado con el pasado. De espaldas al presente y sin plan de futuro. Su fijación ha terminado por arrastrar emocionalmente a todo el país. Se me viene a la memoria el aplastante final del Gran Gatsby: “Así seguimos adelante, como botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado”. La conmemoración de los 50 años finalmente nos ha dividido mucho más, con declaraciones descuidadas y crueles, desperdiciando una oportunidad única, no para unirnos, pero sí para reencontrarnos. La oposición ha sido incapaz de ofrecer una respuesta que no conduzca sino a más polarización. Un triste desenlace, cuando la única conclusión transversal de quienes protagonizaron la crisis de hace 50 años es que la polarización es un callejón sin salida.
Este estancamiento político es extremadamente preocupante. Los líderes aparecen sin convicciones, confusos, añejos, a punta de cachetadas de payaso para la galería, lejos de las prioridades de la gente. ¿Hacia dónde quieren llegar esos botes de Gatsby? Imposible saberlo… las reformas no salen y a este paso, no saldrán. Y quizás sea mejor así, pero ni siquiera tienen la madurez y el realismo para reconocerlo y buscar alternativas. La Constitución, que podría ser, sobre todo, una tremenda oportunidad para resetear el sistema político, avanza a ritmo de Rodeo, a los empellones.
Estuve tentado a titular esta columna haciendo referencia a la canción infantil de los elefantes que se balanceaban en la tela de una araña. Me preguntaba cuánto puede aguantar un país que no avanza para ningún lado si le seguimos sumando elefantes, estancamiento y división, a una estructura que está más frágil de lo que aparenta. Ojalá, en estos días tan significativos fuéramos capaces de avanzar. De poner nuestra atención en el presente y en futuro, que demandan a gritos urgentes nuestra energía. Y que una bocanada de calidez y amistad cívica nos hicieran salir de este invierno que ya se ha hecho demasiado largo.
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