Columna de Nicolás Eyzaguirre ¿Seguiremos topando?
"Hago votos porque las ideas inspiradoras del pacto social moderno, fundamento de las naciones hoy prosperas, sean las que prevalezcan. Y esas son pocas y simples. Respeto irrestricto a la iniciativa individual y al derecho de propiedad, junto a un Estado que asegure a todos el acceso a una educación y salud de calidad equivalente y mínimos dignos en pensiones y vivienda".
Que no nos pase de nuevo. Tras el estallido social la centro izquierda fue acorralada por la izquierda más radical, la que logró el control de la convención acordada en la época. El resultado fue una propuesta extrema que rechazó la mayoría. Esta vez la opinión pública -en parte por la inercia del rechazo y en parte por una coyuntura frágil en materia de seguridad y economía- parece haberse desplazado hacia la derecha. Qué tragedia sería cometer el mismo error con signo contrario, esto es, que la centro derecha, temerosa del auge de la derecha más radical, fuera incapaz de detener esa nueva ola y el consejo constitucional fuera hegemonizado por propuestas ideológicas de inspiración conservadora y acaso autoritarias.
La historia parece elocuente respecto de que los proyectos sesgados por opciones ideológicas polares, de izquierda o derecha, terminan en el fracaso. Europa Occidental, tras el horror de la segunda guerra, tomó distancia del nazismo y el estalinismo, acordando un pacto social basado en el respeto a la iniciativa privada y el derecho de propiedad y un rol activo del Estado en la búsqueda de la igualdad de oportunidades. Convinieron así que el sector privado esté a la cabeza de la dinámica económica, pero que el solo mercado con propiedad privada genera una peligrosa concentración económica y del poder que, a su turno, destruye la cohesión social y fomenta los discursos radicales contrarios a la libertad económica y política.
Pero lograr tal pacto dista de ser trivial. De hecho, es la absoluta excepción si miramos la historia larga y es aún minoría en el mundo actual. Fueron condiciones muy particulares en estos territorios europeos –así como en los países llamados ramificaciones occidentales- las que, conforme los historiadores, subyacen su particular evolución. En una frase, población relativamente escasa en un ambiente de ricos recursos naturales que dieron suficiente poder al pueblo para derrotar a las monarquías absolutas. El pacto social de la posguerra es de algún modo una segunda versión de las transformaciones iniciadas por las revoluciones burguesas de los siglos anteriores, esta vez poniendo coto a la concentración del poder de los capitalistas a expensas de la exclusión de las masas de trabajadores. La sociedad de bienestar no es más que el esfuerzo social permanente por “reenganchar” en las oportunidades a quienes provienen de hogares más desfavorecidos.
Pero el resto del mundo, incluyendo Latinoamérica, no siguió esos derroteros. En nuestro caso no fue el trabajo arduo y el tesón de emprendedores lo que explicó el origen de las primeras fortunas, sino la herencia de los recursos naturales cedidos por la corona a las oligarquías criollas. Y es desde ellas que se fue construyendo, con elementos que se conservan hasta nuestros días, la sociedad actual. En algunas latitudes, como Cuba, Nicaragua o Venezuela -tal como en Rusia- dicho modelo explotó, dando paso a la conquista de un poder casi absoluto por parte de nuevos grupos que, a corto andar, reprodujeron con distinto nombre los mismos rasgos oligárquicos que decían reemplazar. Y su operatoria y promesa es bastante equivalente. Generar altos volúmenes de ahorro, sobre la base del subconsumo de la población, que al ser reinvertido generaría un crecimiento tal que todos se terminarán beneficiando. Esta es meramente una nueva versión de la teoría del rebalse, que algunos nos pretenden volver a vender. Falso. La prosperidad es el fruto del esfuerzo, ingenio y libertad humana, esparcida por todos los rincones por una política activa de igualdad de oportunidades.
Chile ha cambiado mucho desde sus primeros años. Hoy tenemos empresas pujantes y una clase media copiosa que, habiendo accedido a algunos beneficios del progreso, no suscribirá proyectos refundacionales. Ese es nuestro equilibrio. Pero también permanecen -y con fuerza- ideas retrógradas de que es posible el progreso solo sobre la base del orden y el respeto a la propiedad. O su símil alternativo, con el orden y control de la propiedad en manos de una jerárquica burocracia estatal.
Hago votos porque las ideas inspiradoras del pacto social moderno, fundamento de las naciones hoy prosperas, sean las que prevalezcan. Y esas son pocas y simples. Respeto irrestricto a la iniciativa individual y al derecho de propiedad, junto a un Estado que asegure a todos el acceso a una educación y salud de calidad equivalente y mínimos dignos en pensiones y vivienda. Si a eso agregamos un sistema político electoral que permita que las mayorías gobiernen, con los debidos contrapesos para evitar la volatilidad de los ciclos políticos, habremos dado un tremendo paso adelante.
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