Columna de Tomás Casanegra: “Mi tipo de error”
“Destacados economistas nacionales (y algunos vendedores de humo de renombre internacional) le prestaron ropa tanto al programa de gobierno del Presidente Boric como a la refundacional Constitución plurinacional, con un fuerte “sí, se puede”. Y de un dos por tres estábamos en el sinsentido del que habitualmente habla Buffett: poner en riesgo algo que se tiene y se necesita, para ganar algo que no se tiene ni se necesita”.
Ya que es imposible estar completamente libre de vicios, la meta no debiera ser evitarlos, sino que escogerlos sabiamente, dijo un sabio. Lo mismo se aplica a errores en general: como los vamos a cometer, escojamos los menos dañinos, esos que no matan.
La estadística nos ayuda con la elección anterior, separando claramente los errores en dos tipos: “error tipo 1″ y “error tipo 2″. Los primeros son los errores de acción, los segundos los de omisión; los primeros te hacen perder algo, los segundos te impiden ganar algo; los primeros te hacen daño, los segundos te dan envidia. Si quiero reducir el error de perder mis ahorros cuando invierto (error tipo 1), lo más probable es que pierda la oportunidad de invertir en la próxima Nvidia (error tipo 2); si quiero reducir la posibilidad de que mi país se descarrile por experimentar con una fórmula no probada (error tipo 1), quizás pierda la oportunidad de que mi país se convierta en una especie de Suiza sudamericana (error tipo 2). Mientras más tratemos de reducir un tipo de error, más probable haremos la ocurrencia del otro. Así es la vida; choose wisely.
Si usted cree que ambos errores son igualmente dolorosos, permítame agregar dos argumentos al debate para convencerlo de lo contrario. Primero, existen mucho menos “Nvidias” que “No Nvidias”, así como existen mucho menos “Suizas” que “No Suizas”. Por lo que si destina todos sus recursos para cazar un unicornio, lo más probable es que termine perdiendo todos sus recursos, sin siquiera divisar el unicornio.
Segundo, es muy fácil y tentador, mirando un resultado (alguien que ya tiene su propio unicornio, por ejemplo), creer que tenemos alguna noción de su causa, cuando el mundo funciona exactamente al revés. Si usted tira una piedra a un vidrio (causa) sabe que el vidrio se romperá (resultado), pero si usted ve un vidrio roto (resultado) no tiene cómo determinar su causa. Un tocayo mío, circa 1700, creó una fórmula matemática para explicar lo anterior.
La nueva generación política chilena visitó en su juventud países europeos (no me consta, pero lo sospecho) observando una serie de resultados: altos impuestos, poca desigualdad, buenas pensiones, salud y educación gratuita, mucha cosa pública, poca cosa privada, y todo rodeado por muchos trenes. De alguna manera pensaron (mi teoría) que estos resultados observados eran la causa del desarrollo. Bastaba entonces implementarlos en Chile, dejando de hacer lo que sea que veníamos haciendo, para obtener nuestro propio bienestar europeo. Craso error.
Desde el regreso de la democracia, Chile había buscado minimizar el “error tipo 1″ (jamás poner en riesgo lo que con tanto esfuerzo habíamos conseguido). Pero bastó una crisis social para desordenarnos mentalmente y apostar a los unicornios. Destacados economistas nacionales (y algunos vendedores de humo de renombre internacional) le prestaron ropa tanto al programa de gobierno del Presidente Boric como a la refundacional Constitución plurinacional, con un fuerte “sí, se puede”. Y de un dos por tres estábamos en el sinsentido del que habitualmente habla Buffett: poner en riesgo algo que se tiene y se necesita, para ganar algo que no se tiene ni se necesita.
Cuando el comodoro Vanderbilt (personaje que recomiendo conocer y que tuvo suerte con los unicornios) estaba en su lecho de muerte, llamó a su hijo y le dijo: “Hijo, cualquier idiota puede llegar a hacer una fortuna, pero para mantenerla se requiere cerebro”. Espero que la falta de cerebro de la descendencia del comodoro, que hizo desaparecer la mayor fortuna que los Estados Unidos había conocido, no nos siga acompañando.
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