José Luis Daza sobre economía y nueva Constitución: “El panorama de crecimiento a largo plazo para Chile es muy oscuro”
Pese a que se declara “escéptico con ganas de tener una sorpresa positiva” sobre el proceso constituyente, advierte que “la inversión privada va a estar totalmente estancada hasta que no sepamos cuáles son las reglas del juego”. Critica que “en América Latina esto de cambiar constituciones es una droga que nos hace sentir muy bien por un tiempo”, y plantea que en el país “hay un nivel de inequidad inaceptable”, pero que se debe corregir “con políticas inteligentes, sin eslóganes”.
José Luis Daza no pudo viajar a Chile y tampoco se encontraba en Nueva York, donde está el consulado, el domingo pasado. Así, se quedó sin votar en el plebiscito sobre una nueva Constitución. El economista chileno radicado en EE.UU. y socio del hedge fund QFR Capital Management, dice que su opción era el Rechazo y que en la segunda pregunta estaba por una convención constituyente. Ese es el marco del análisis que hace sobre el proceso constitucional que vivirá el país por dos años y respecto del cual señala estar “escéptico”. Si bien su deseo es que “salga muy bien”, advierte que hay muchas interrogantes, que eso afectará la economía y que hay una posibilidad de que “salga muy mal”, por las visiones tan distintas que tendrán que conjugarse. Por ahora, no le ve mucho contenido a quienes plantean un ideario socialdemócrata y asegura que “las causas del fracaso reciente de Chile tienen poco y nada que ver con la Constitución”.
¿Le sorprendió el resultado del plebiscito y a qué atribuye la amplia ventaja del Apruebo?
-No tenía un número en mente, pero pensé que el Apruebo ganaría por un alto margen, dado que la Constitución actual competía con la Constitución ideal en la mente de cada votante.
¿Valora la participación que hubo y el clima mayoritariamente pacífico?
-Sin ninguna duda, es muy positivo que se hizo en un clima pacífico y bajo un acuerdo institucional. La población se pronunció claramente y la votación da legitimidad al proceso que empieza. Ojalá salga muy bien.
¿Puede este contundente resultado ayudar a poner fin a la violencia?
-Creo que puede descomprimir por un tiempo. Pero dudo que en el largo plazo. Hoy todos los sectores están de luna de miel. Todos los que votaron por el cambio se sienten vencedores: los violentistas y vándalos que forzaron la mano a Piñera, la izquierda que aprovechó la debilidad de Piñera y saborea una nueva Constitución que incorpore todas sus preferencias, y la derecha que aspira a que con algunos cambios simbólicos comprarán la paz, pero mantendrán lo sustancial del modelo actual. En este momento todos ven por delante la posibilidad de la Constitución ideal.
¿Por qué cree que la violencia puede volver?
-La violencia en Chile ha sido un tumor creciente desde hace años y un gran sector de la clase política ha sido tolerante a ella, incapaz de condenarla y rechazarla como método para conseguir cambios. He visto racionalización y esfuerzos por justificarla. No olvidemos que la violencia logró conseguir lo que la oposición no pudo en la competencia democrática en 30 años: un Presidente que ganó ampliamente fue obligado a abandonar la plataforma con que ganó esa elección. Esto no empezó el año pasado, empezó hace mucho tiempo en el sur y se fue expandiendo; los ataques a colegios, al Instituto Nacional y muchas otras instancias no tuvieron la sanción que merecen en una sociedad civilizada que resuelve sus problemas democráticamente.
¿No le hace sentido el argumento de que se necesita una Constitución que sea legítima y apreciada por una mayoría sustancial?
-Por supuesto que sí. Pero la legitimidad se puede obtener de diferentes maneras. Una, con perspectiva a largo plazo, de continuidad histórica, de mejora continua; reformándola, mejorándola, adaptándola a los tiempos. Y otra, periódicamente rompiendo con el pasado y empezando a fojas cero. La historia latinoamericana es querer inventar la rueda cada ciertos años, empezar a fojas cero. Venezuela ha tenido 26 constituciones, Ecuador 20, República Dominicana más de 30. EE.UU. ha tenido una, con 27 reformas. Por un buen tiempo nos distinguimos de la trágica historia de fracasos económicos y sociales de América Latina, pero en los últimos años retomamos muchas de sus prácticas y esta es una de las más tradicionales. En América Latina esto de cambiar constituciones es una droga que nos hace sentir muy bien por un tiempo, nos quita la obligación de enfrentar la causa de los problemas. Eventualmente la realidad golpea, vienen las crisis y vamos con una nueva Constitución.
¿Cómo se deben recoger entonces las demandas de la sociedad, sobre todo de quienes sienten que se quedaron abajo del progreso?
-Hay que distinguir entre políticas públicas y la Constitución. La Constitución provee el marco en que se diseñan e implementan las políticas públicas. Con esta Constitución Chile generó resultados sociales y económicos espectaculares, con buenas políticas públicas, y frustración y estancamiento con malas políticas públicas. Pero son estas últimas las que definen el éxito en satisfacer las demandas sociales, en ayudar a que nadie se quede abajo del progreso. Para mí, la evidencia es clara que las causas del fracaso reciente de Chile están en las malas políticas públicas, y tienen poco y nada que ver con la Constitución.
¿Pero reconoce que el statu quo no es una solución?
-Por supuesto que no es la solución. Se requieren muchos cambios y lo vengo advirtiendo desde hace 20 años. Desde hace 20 años, una vez al año, le doy una entrevista a La Tercera. En prácticamente todas, en forma majadera, repetitiva, aburrida, advertí que habían abandonado el crecimiento como prioridad. Advertí una y otra vez que necesitábamos modernizar el Estado, darle flexibilidad a la economía, incentivar la inversión, aumentar el ahorro, facilitar introducción de tecnología, etc. En una entrevista hace ya varios años, advertí que si no cambiábamos tendríamos confrontación y violencia. Los políticos, de derecha e izquierda, no hicieron nada de eso. Por el contrario, empeoraron el marco y pasamos de un país que crecía al 7%, a uno totalmente estancado, que no crece. Sin mejorar la productividad y aumentar el crecimiento no vamos a solucionar los problemas sociales, aunque tengamos la Constitución perfecta, si existiera.
¿Y qué se debe hacer para ir cerrando la brecha entre los dos Chile que existen?
-Sin duda, hay un nivel de inequidad inaceptable y que tenemos que intentar corregir con políticas inteligentes, sin eslóganes. Necesitamos mejorar drásticamente la productividad de los sectores más pobres. Ello significa mejorar la calidad de la educación, aumentar la inversión, aumentar la tasa de ahorro, aumentar la demanda por trabajadores por parte de las empresas, facilitar la introducción de tecnología, facilitar la movilidad de trabajadores y capital de un sector a otro, mejorar el acceso y la provisión de salud tecnológicamente moderna, modernizar el Estado para que no sea un pozo negro de productividad. Necesitamos cambiar dramáticamente la infraestructura en regiones y áreas más pobres, aumentar eficiencia y foco en programas de distribución de ingresos directa. Una nueva Constitución no va a hacer nada de esto.
¿Tiene una visión negativa del proceso constituyente que viene?
-No tengo una visión negativa, simplemente no tengo una visión clara, porque no hay información suficiente. Diría que soy escéptico, con ganas de tener una sorpresa positiva. Hay muchos imponderables, entre ellos, quiénes serán los constituyentes. Hay aspectos positivos, como el hecho de que los artículos requieran consenso de ⅔; también es positivo que los constituyentes no sean miembros del Congreso sometidos a presiones de reelección, lo que permite que puedan impulsar visiones a largo plazo. Por otra parte, hay quienes quieren una Constitución corta, como la de EE.UU., con cinco páginas; algunos quieren una como la Constitución de Chávez y otros como la brasileña, de cientos de páginas que regulan desde políticas de empleo estatal a nivel de tasas de interés.
¿Pero ve posibilidad de que esto salga bien, que sea un proceso participativo, equilibrado, donde se llegue a ciertos consensos básicos?
-Claro que hay una posibilidad de que salga bien. Ojalá salga muy bien. Pero también hay una posibilidad de que salga muy mal, porque las visiones de lo que debe ser una Constitución son muy diferentes.
¿Deben incorporarse los derechos sociales y cómo?
-Entiendo como derecho algo intrínsecamente asociado a la persona, que nadie le tiene que dar ni tampoco debe quitar: derecho a libre expresión, a buscar la forma de ser feliz, a practicar la religión que se me antoje, a irme o regresar del país, a formar o no familia, a qué hacer con mi vida.
¿Entonces está en contra de incluir los derechos a salud, educación de calidad y pensiones dignas?
-Me parece un engaño llamar “derecho” a objetivos sociales, totalmente válidos, pero que requieren esfuerzo y plata de terceros. Gran cantidad de países incluyen derechos sociales como método de señalización virtuosa; muestra la empatía y alta conciencia social que tiene quien escribe la Constitución. Pero están en permanente violación de la Constitución. Venezuela garantiza el derecho a la salud, pero los hospitales no tienen agua, sábanas, algodón, alcohol, ni medicinas.
Hay quienes ven también en esta nueva Constitución el fin de lo que llaman el modelo neoliberal instaurado en Chile.
-No sé qué dirección tomará la política económica a futuro. Pero las señales de la clase política, salvo escasas excepciones, son malas.
¿Ha vivido Chile un capitalismo salvaje como señalan sus detractores?
-La mejor forma de responder es mirando los resultados en el contexto latinoamericano. En 1985, Chile estaba entre los países más pobres del continente. Tenía un ingreso per cápita más bajo que Argentina, Uruguay, Brasil, México y un 50% del ingreso de Venezuela. Tenía una de las tasas de desnutrición más altas del continente, expectativa de vida más baja, mortalidad infantil más alta. Hoy es el país con ingreso per cápita más alto de la región, expectativa de vida más alta -incluso superior a EE.UU.-, tenemos la menor tasa de pobreza, menor tasa de desnutrición, mejores índices educacionales.
Todos los países tienen una forma diferente de capitalismo, incluyendo a Venezuela y Argentina. Me parece que el capitalismo salvaje es el de Maduro, que hizo que uno de los países más ricos del mundo tenga un salario mínimo menor a US$ 1 al mes, cuando la línea de pobreza mundial es de US$ 2 al día. O el que llevó a Argentina a ser un país agobiado por la pobreza extrema, siendo también uno de los más ricos.
Ahora se habla de apuntar a un ideario socialdemócrata, y el propio Joaquín Lavín se ha mostrado partidario de él. ¿Cómo lo entiende usted?
-Hay una larga tradición de hablar sobre socialdemocracia, pero en este contexto no sé a qué se refieren. Me parece marketing vacío, que suena razonable, pero no tiene conceptos definidos y cuantificables. ¿Argentina es socialdemócrata? ¿Es Italia socialdemócrata? ¿Francia, con todos sus problemas? Grecia decía ser socialdemócrata y vieron cómo le fue. Que definan los principios, políticas, con números, más allá de generalidades. Frases útiles, conceptos vagos, barnizados en razonabilidad, pero en términos de atacar los problemas más esenciales, no dicen nada.
¿Y lo que se denomina la derecha social?
-Por las propuestas que he visto hasta ahora, me parece otro intento de marketing, pero aún más liviano en contenido. Es no entender la dinámica de desarrollo económico, el funcionamiento de una economía, ni la forma de identificar problemas y solucionarlos. Si la derecha es realmente social y quiere atacar problemas de pobreza, inequidad, pensiones y salud, me imagino que su primer objetivo será el crecimiento, el segundo será el crecimiento y el tercero será el crecimiento. El crecimiento es la política social más efectiva y dará muchos más recursos a los políticos para que gasten en prioridades sociales.
¿Cuál debiera ser el impacto de todo este proceso en la economía del país? ¿Puede afectar la recuperación pospandemia?
-La economía posiblemente tenga una recuperación cíclica; hay una enorme capacidad instalada ociosa y altos niveles de desempleo, por lo que la economía responderá bien a cualquier normalización de la pandemia.
¿En este minuto es más relevante para la economía lo que pase con el control del Covid o cómo avance el proceso constituyente?
-En el corto plazo la evolución del Covid es más determinante. En el largo plazo el tema constitucional será mucho más importante.
¿Qué escenario de crecimiento ve para el país hacia adelante?
-El panorama de crecimiento a largo plazo es muy oscuro. La inversión privada va a estar totalmente estancada hasta que no sepamos cuáles son las reglas del juego que regirán en la sociedad. Las reformas de los últimos años mataron la posibilidad de alto crecimiento sostenido. Y el cuerpo político perdió totalmente el rumbo, tanto la izquierda como la derecha. Siguen haciendo daño, como con la votación del primer y ahora segundo 10% de las pensiones.
¿Podrá ser Chile un mejor lugar para todos finalizado este proceso constituyente?
-No lo sé, soy escéptico, pero ojalá así sea. Hay muchas interrogantes. ¿Existirán mecanismos para proteger a los individuos de la intromisión del Estado en sus vidas? ¿Se respetará el derecho de propiedad? ¿Existirán monopolios estatales que prohíban capital y recursos privados? ¿Generarán mecanismos de gasto estatal fuera del control del Ejecutivo y Congreso? ¿Banco Central independiente? ¿Generarán derechos que, en la práctica, resultarán en que el sector privado no puede prestar servicios? Y muy importante, ¿requerirán mayorías calificadas para modificar la Constitución, de manera que no cambie según mayorías simples, temporales, circunstanciales?
“La noción de que el retiro del 10% no tuvo costos, porque la Bolsa no cayó, es de una ignorancia supina”
Usted calificó de “absurdo” y de “idiotez” el primer retiro del 10% de las AFP. ¿Sigue pensando igual?
-Totalmente. Lo que dije que iba a pasar, pasó, como vemos con este segundo retiro. Es la típica medida cortoplacista que sacrifica el largo plazo por satisfacción inmediata. Totalmente irresponsable. Tenemos un serio problema de insuficiente ahorro de largo plazo; tenemos a administradoras que generan retornos de más de 4%, en circunstancias que el gobierno puede transferir dinero con tasa de interés cero a la población.
También se plantea que el primer retiro no tuvo los efectos negativos que se vaticinaba y que ayudó a la economía. ¿No hubo costos, fue una exageración?
-Si el retiro del 10% era destructivo, la noción de que no tuvo costos porque la Bolsa no cayó es de una ignorancia supina, indescriptible. Los costos de este retiro no tienen nada que ver con el movimiento de la Bolsa de una semana. El costo es el monto retirado, incrementado por el interés compuesto de los retornos por 20 o 30 años, que es posiblemente múltiplo del retiro. Lo grafico así: imagine que tengo una arteria tapada en el corazón; el médico me opera y tapa una segunda arteria. Me da morfina para que no tenga dolor. Al despertar digo que estoy muy bien, porque la morfina me hace sentir mejor y, además, lo más importante, no estoy despeinado. Quedo feliz, porque no estoy despeinado, aunque ahora tengo dos arterias tapadas. La caída o no caída de la Bolsa una semana es tan irrelevante como estar o no despeinado después de una operación. Los políticos son el médico que tapó la segunda arteria.
¿Y qué pasará con el sistema si se concreta un segundo retiro?
-El ahorro disponible para jubilaciones, ya insuficiente, será todavía menor. Los recursos que queden en las AFP estarán más concentrados entre las personas con mayores ahorros. La capacidad del sistema, de entregar buenas pensiones, está siendo destruida aún más. Usarán eso para decir ‘ven, el sistema entrega malas pensiones’.
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