Kamoa Kakula y Manono
"Los álgidos procesos políticos que experimentan Chile y Perú tienen a la minería como uno de sus elementos centrales. Sería recomendable tomar en cuenta los acontecimientos mundiales, para que, con inteligencia y racionalidad, se adopten las mejores decisiones en pos del bienestar común".
Ambos nombres probablemente llamen la atención por su exótico origen, en la lejana África. El primero es el mayor proyecto de cobre que ha comenzado a operar comercialmente en el mundo en los últimos años y el segundo es uno de los mayores proyectos de litio que podría comenzar a producir en los próximos años. Y ambos tienen en común una cosa: están en la República Democrática del Congo, una de las jurisdicciones más difíciles para la inversión minera.
Hace pocos días, la principal empresa minera del mundo, BHP, operadora de tres grandes minas de cobre en Chile, informó que también está considerando invertir en este país en lo que representa un viraje histórico en su estrategia. Otro tradicional país de cobre, Zambia, vecina al Congo, ha anunciado que diseñará un régimen estable, predecible y competitivo para la minería.
Estos acontecimientos deben ser analizados con mucho interés en países como Chile y Perú, que han concentrado el interés de los inversionistas mineros del mundo en las últimas décadas. El hecho que la inversión minera en Congo y Zambia se esté viabilizando refleja que hay un gran apetito por minerales como el cobre, el litio, el cobalto y otros relevantes para la economía descarbonizada que busca lograr el mundo, capaz de digerir niveles de riesgo que otrora hubiera sido muy difíciles de tolerar. Siguiendo este argumento, el fuerte deterioro del ambiente de inversión en Chile y Perú podría no ser tan dañino pues, al final del día, si se invierte en Congo y Zambia, donde el riesgo ha sido históricamente aún más alto que en América Latina, ésta debiera ser capaz de mantener su capacidad de atracción de inversión.
Pero esta conclusión debe tomarse con extremo cuidado pues existen diferencias significativas. La más relevante es que mientras en Chile y Perú la ley de los proyectos de cobre se ubica debajo del 1%, en África las leyes promedian 4 a 5%, marcando una diferencia gigantesca. La calidad de los proyectos africanos puede más que compensar su peor ambiente de inversión, especialmente porque el tiempo en que los inversionistas pueden recuperar su capital es mucho más breve y con ello acotan el riesgo de manera significativa. En segundo lugar, aún cuando la institucionalidad africana es más débil que la latinoamericana, lo que marca diferencias es la capacidad de materializar los proyectos, es decir el delivery que una inversión pueda tener. En ese aspecto, de poco sirve tener una institucionalidad aparentemente superior si los proyectos mineros en Chile y Perú se enfrentan a una creciente hostilidad a nivel regulatorio y judicialización que termina generando pobre certeza jurídica y bajo delivery, especialmente de nuevos proyectos.
Y por último no puede ignorarse el factor geopolítico. Los proyectos africanos se están viabilizando porque China no solo está invirtiendo directamente en los proyectos en África, sino también porque por años ha invertido en infraestructura como energía y transporte, con lo cual ha generado las condiciones para que proyectos antes muy difíciles de explotar por su ubicación geográfica, hoy hayan aumentado sus chances de ver la luz del día.
Los álgidos procesos políticos que experimentan Chile y Perú tienen a la minería como uno de sus elementos centrales. Sería recomendable tomar en cuenta los acontecimientos mundiales, para que, con inteligencia y racionalidad, se adopten las mejores decisiones en pos del bienestar común.