“Le tengo infinito cariño y me encanta que sea el papá de mis hijos, pero hace rato que no lo admiro”
La semana pasada, en el diván del runner, vimos algunos de los desafíos de la maternidad y de la crianza para las corredoras. El embarazo y los primeros años de esos locos bajitos pueden causar fuertes estragos en mujeres que, hasta ese entonces, construían gran parte de su identidad en torno al deporte. Una identidad construida sobre valores y creencias asociadas a la importancia de cuidar la salud, ser estricta con los entrenamientos, disciplinada y dispuesta al trabajo duro.
Para ilustrar los efectos y consecuencias de la maternidad en atletas, expuse el caso de Javiera, mujer que tras el nacimiento de su segundo hijo se siente ahogada. Su salud -física, social, psicológica y espiritual- estaba muy deteriorada hasta que se puso a correr y en esta entrega nos centraremos en los efectos de la salud social en el proceso de transformación de una deportista… en una mamá deportista.
Vamos con Javiera:
Si bien mi vida social siempre estuvo vinculada y limitada por el deporte, igual era bien activa. Como triatleta viajas un montón y es una pequeña comunidad con la que se crean vínculos muy intensos y duraderos. Además, es una familia que se mezcla con la mía, pues mi papá y mi hermano mayor también son triatletas. Y como en toda familia, hay diferencias, pues tengo dos hermanas a las que les carga este cuento y una mamá que siempre me obligó a desarrollar otros intereses y a mantener relaciones fuera del triatlón. Y aunque no era de carretear ni de salir hasta tarde, siempre tuve muchas amigas y amigos en el colegio y en la universidad, que con gran esfuerzo sigo conservando, pues con la maternidad e Ignacio se hace difícil…
Me imagino…
Mira, antes me bancaba los viajes de Ignacio, pues a muchos íbamos a competir juntos o nos turnábamos. Y cuando salía solo con sus amigotes de colegio yo igual descansaba y aprovechaba de ver a mis amigas. Pero nació León y se puso barsa.
“Le tengo infinito cariño y me encanta que sea el papá de mis hijos, pero hace rato que no lo admiro”
¿En qué sentido?
Empezó a sumarse a viajes con amigos de la universidad -que antes nunca pescaba- y estoy casi segura que en la pega pidió que lo mandaran para afuera, pues en todos los años que lo conozco nunca había viajado tanto. Y cuando el perla se iba, la pega de la casa y de los niños se me triplicaba. ¡Y la rabia! Y ya con mi segundo hijo literalmente me quedé sin vida social, pues mi mamá tenía que repartirse como abuela. Por eso meterme al equipo de running fue como un balón de oxígeno, pues estaba chata de vivir de la casa a la pega y de la pega a la casa. Siempre apurada, enojada con Ignacio, culposa con los niños y frustrada en lo deportivo y social.
¿Y qué cambió desde que empezaste a correr?
Todo o demasiado, pues siempre me había exigido mucho en el triatlón y aunque la gente crea que todo es mental, eso es mentira. Se necesitan buenas condiciones físicas, emocionales, familiares y laborales para poder competir a buen nivel y yo claramente no las tenía. Después de dos embarazos y de pasar largos meses sin entrenar, mi cuerpo, por mucha cabeza que le pusiera, no daba. Y para que te cuento mi carrusel de emociones. En una semana cualquiera podía haber tenido alguna pelea matrimonial, con mi vieja, mi jefe, una amiga o todas las anteriores. A eso súmale vivir apurada y la culpa... Como dice Jaime, un batido de toxinas que ya no quería tomar. Lo bueno es que todo esto me obligó a relajarme, a darme cuenta que más que prepararme para una carrera, me estaba rehabilitando. Ya no estaba ganando, pero al menos ya no seguía perdiendo y la mejor forma que encontré de salir adelante fue socializando y hablando con mis nuevas compañeras y compañeros. Al principio me costó cambiar el switch, pero Jaime me lanzó un par de tallas y me cagó.
¿Cómo así?
De partida me llamó ardilla. Al toque cachó lo acelerada y ansiosa que estaba y me decía que aún hecha mierda le podía ganar en su mejor día. Me chocaba que fuera tan poco competitivo, que se riera tanto de sí mismo y que no le importara llegar siempre el último y destruido. Gozaba con el webeo y aunque estuviera pa’ la cagada en la pega y en su divorcio, se reía. Igual lo vi bien mal, sobre todo cuando quedó sin pega y la Maida no lo pescó más, pero aún así en vez de enojarse con el mundo, se hacía responsable de lo pastel que había sido. Además, si bien iba a todas y llegaba a la hora a los entrenamientos, no hacía lo que le pedían y muchas veces puro conversaba. Y se acababan los entrenamientos y en vez de volar a la pega preguntaba quien quería ir a algún lado a desayunar. Y una vez que no quise volver a mi casa, fuimos varios del equipo a desayunar juntos y te juro que hacía años que no me reía tanto.
¿De qué te reías?
Eran muy divertidas las historias, pues o estaban separados o estaban a punto de separarse. Y todos se reían de sus propios dramas y a mi me llamaba la atención como Jaime, pese a todo, hablaba bien de su exseñora, de la Maida y de su exjefe. No se amargaba como Ignacio y no era picota como yo. Y de repente esa se transformó en mi mejor terapia y empecé a salir más y más con el equipo de running, lo que me trajo problemas en todos lados.
¿Por qué?
En la pega estaban acostumbrados a que llegara la primera y trabajara a mil por mis eternas culpas de tener que irme antes por ser mamá. Y de repente empecé a llegar más tarde y a estar más relajada. A algunos les gustó el cambio y a otros no. Mi mamá al principio también empezó con el discurso de que tenía que cuidar más a Ignacio, cuidar más mi matrimonio y estar más con los niños. Ardía Troya, pero después cachó que si no corría me iba a volver loca. Y a Ignacio le empezó a molestar mi nuevo grupo de amigos y empezó con unas suaves críticas al running y de ahí en unas amargas críticas por el poco tiempo que le dedicaba a él y a los niños. ¿Puedes creerlo?
¿Qué cosa?
El muy barsa metía a los niños, siendo que no había cambiado nada con ellos. Siempre trabajé y siempre entrené y no les quité tiempo. Lo que sí era cierto es que ahora lo pescaba menos y no lo invitaba a mis cosas de running, pues era el único espacio bueno que tenía. Con él en la casa todo era tenso. Para que hablar cuando venía mi mamá, pues ahí aprovechaba de hacerse la víctima. ¡Descarado máximo! Y de repente atiné a que si no activaba a mis amigas del pasado me iba a quedar solo con el running, así que las empecé a invitar a la casa y a juntarnos más, cosa que a Ignacio no pudo cargarle más. De repente lo vi extremadamente flaco, chico y amargado. Nunca lo había visto así, pero claramente los entrenamientos, las carreras, los viajes y la paternidad también le estaban pasando la cuenta. Y no pude evitar compararlo con Jaime, que si bien era diez años mayor y no era un gran atleta, se veía, escuchaba y sentía mucho más sano, calmo y tranquilo. Y un día le pregunté como lo hacía y me contó lo que le dijiste de que tenía que aprender a tener conversaciones más profundas y aprender a estar solo. Aluciné con eso y pensé en darle tu contacto a Ignacio, pero se enfureció conmigo. ¡Que él no necesitaba psicólogos, ni coach, ni nada! Que el estaba perfecto y que todo lo resolvía entrenando duro y que la única que necesitaba ir a verse era yo, pues desde que corría había perdido la cabeza… (silencio).
Fue una pelea dura, de esas que te quedan doliendo varios días. Al principio no lo hablé con nadie. No me atrevía, pues sabía que si contaba esto a mi familia o a mis más amigas iba a quedar la cagada, pues ya sabían que las peleas estaban aumentando (silencio). En la pega también me empecé a desmotivar y a perder la paciencia y ahí me acordé de lo que contaba Jaime, de cómo había perdido el trabajo por no atinar antes y ahí decidí llamarte.
¿Qué fue lo que más te motivó a llamarme?
Ver lo mal que estaba Ignacio y lo mal que estaba yo, pues durante mucho tiempo creí que la única terapia era correr, pedalear y nadar. Creía que lo tenía todo bajo control, pero la maternidad y tener que parar me hizo ver que no. Gracias a Jaime me di cuenta que era bueno hablar de verdad, sincerarse, mostrarse frágil, reconocer que no todo está bien y que uno puede pedir ayuda, pues aunque hay mucha gente a mi alrededor, desde que soy mamá me siento sola, sola con mis temas, pues ni Ignacio ni mi mamá -que finalmente son los que más me ayudan- son capaces de ir un poco más allá. No pueden o no saben, como le dijiste a Jaime, tener conversaciones más profundas y yo creo que tanto Ignacio como yo seguimos juntos porque somos incapaces de estar solos. No me puedo imaginar separada y con dos niños chicos y menos como sería Ignacio de exmarido y papá separado. Me angustio de solo pensarlo, pero más susto me da reconocer que no lo amo, que a veces lo odio y que otras no siento nada. Le tengo infinito cariño y me encanta que sea el papá de mis hijos, pero hace ya un rato que no lo admiro. Y de estas cosas es imposible hablar con él, así que decidí partir contigo a ver si me aclaro…
El relato de Javiera plantea varios de los desafíos de ser mamá. Cambia el cuerpo, cambian las rutinas, la vida de pareja, la forma de trabajar y de socializar. Y tanto cambio, de no ser bien contenido y oportunamente conversado, desestructura. Cuando el matrimonio, la familia y el trabajo y las amistades no logran contener las presiones de esta etapa, la tensión psíquica aumenta y empiezan los cuestionamientos al mundo, al otro y a uno o una misma.
En el caso particular de una atleta de alto rendimiento, la maternidad y la crianza pueden desafiar seriamente uno de los pilares de su identidad, pues ser deportista las ha definido desde temprana edad. Estar fuera de las pistas y del equipo, no solo tensiona la salud física y social, sino que acrecienta los desafíos psíquicos que conllevan ser mamá, y es por ello que los abordaré en extenso la próxima semana.
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