Los megaincendios ocurridos en el centro sur de Chile siguen latentes: cinco años después la naturaleza aún sufre los efectos del fuego
Hace cinco años pueblos enteros, como Santa Olga, sufrieron con las llamas, totalizando 600 mil hectáreas, de las cuales 86 mil correspondieron a bosques nativos. Lo sucedido dejó una estela de destrucción, muertes y cenizas que el tiempo aún no ha logrado disipar.
Chile es un país con un amplio historial de desastres asociados a la naturaleza. La lista es larga: terremotos, sequías, maremotos, entre otros. Y los incendios también forman parte de este grupo. Si bien, en su mayoría, son generados por el hombre, terminan afectando a la naturaleza.
En el período 2021-2022, según la estadística de Conaf, se han registrado 4.331 incendios, totalizando 50979.82 hectáreas, en lo referido a superficie afectada.
Esta situación no es nueva, se repite año a año. Uno de los más recordados (para mal), fue 2017, cuando se produjeron una serie de megaincendios, con la localidad de Santa Olga como el lugar más afectado. El saldo de los megaincendios de principios de 2017 fue de cerca de 600 mil hectáreas destruidas, 86 mil de ellas correspondientes a bosque nativo, daño que aún no ha sido cuantificado del todo y cuya huella sigue latente en términos del impacto sobre la naturaleza y los paisajes.
Recientemente un grupo de investigadores nacionales de la Universidad de Concepción publicó un paper sobre aquel verano, hace ya cinco años, analizando el impacto sufrido y cómo se han recuperado, o no, las funciones ecosistémicas. Bajo el título The Effects of a Megafire on Ecosystem Services and the Pace of Landscape Recovery, el trabajo monitoreó las modificaciones en la dinámica espacial y la provisión de servicios ecosistémicos provocadas por los megaincendios en Chile central, intentando también valorar el grado de recuperación cuatro años después de los siniestros.
Para ello seleccionaron la cuenca del estero Empedrado, concluyéndose que tras los años transcurridos, este paisaje no ha alcanzado el nivel de provisión que tenía antes del megaincendio, evidenciando la necesidad de acciones de manejo forestal y monitoreo de los servicios ecosistémicos.
Aquel verano de 2017 dejó una estela de destrucción y cenizas que el tiempo aún no ha logrado disipar. Junto con la gran catástrofe humana que significó que pueblos enteros fueran consumidos por las llamas, como Santa Olga, además de víctimas fatales y grandes pérdidas materiales, la naturaleza también sigue sufriendo los efectos del fuego.
El fuego no es solo una herida en el corazón del bosque, “sino que también lastima el paisaje más allá de lo que podemos ver, afectando o directamente acabando con servicios ecosistémicos clave para la vida en esos sectores, con efectos no solo sobre la biodiversidad, sino que también en las propias comunidades rurales. Particularmente entre estos servicios se encuentra la provisión de agua en cantidad y calidad”, comenta Trevor Walter, coordinador de Paisajes Terrestres de WWF Chile.
Restauración de paisajes afectados y sus bosques
Los incendios generan un gran impacto sobre los servicios ecosistémicos, cuantitativamente los hace caer en un 50% de manera violenta tras su ocurrencia. En este caso, después de cuatro o cinco años lo que uno puede observar es que de no mediar planes de restauración, por supuesto con vegetación nativa, o bien de manejo de los sectores cubiertos por plantaciones forestales, lo que ocurre es que las especies exóticas, tanto plantadas, como otras especies invasivas, crecen con mucha violencia y son cada vez más difíciles de manejar”, explica Francisco de la Barrera, académico de de la Facultad de Arquitectura Urbanismo y Geografía de la Universidad de Concepción, investigador del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable Cedeus y uno de los autores de la investigación.
Esta pérdida de servicios ecosistémicos tiene que ver particularmente con aquellos que regulan la escorrentía, es decir, cuánta agua fluye sobre la superficie, por lo tanto los sedimentos que puede arrastrar y la erosión que genera. “Se genera también una explosión de especies exóticas, que pueden llegar a ser muy persistentes, porque una vez que las especies exóticas dominan el paisaje es muy difícil erradicarlas posteriormente. Entre éstas está el pino, que regenera, o el eucaliptus, que rebrota desde los mismos individuos, así como los aromos y la retamilla, especies que generan un mayor riesgo de ocurrencia de incendios a partir de dos a cinco años luego de ocurridos los incendios”, agrega de la Barrera.
El mismo investigador señala que lo que uno esperaría, después de cinco o incluso diez años, “es que los paisajes sean capaces de volver a su condición pre-incendios, no obstante, las plantaciones forestales siguen con las mismas especies pero con menos valor económico y control, por lo que requieren de un manejo activo, y en los sitios en los cuales había vegetación natural, la invasión de especies exóticas pasa a ser un problema muy grande cuando éstas no son controladas, generando un cambio en el estado del sistema”.
El déficit de recuperación de los servicios ecosistémicos, así como la densidad de la colonización de áreas afectadas por especies invasoras son dos marcas importantes del incendio, huellas que no son específicas de este siniestro, sino de una gran cantidad del creciente número de incendios que azotan los territorios cada año en el país. Sin manejar estas condiciones disminuye la viabilidad de la vida rural y pone en riesgo la seguridad, ya que la densa vegetación exótica es propensa a propagar un incendio y volver a afectar el paisaje.
Ante este escenario, Walter reitera la necesidad de impulsar acciones articuladas y colaborativas de restauración de los paisajes afectados y sus bosques, lo cual puede generar beneficios para las comunidades locales incluso en términos de ocupación laboral.
Vemos que se ha avanzado en reforzar la prevención y el control, “pero sigue siendo muy relevante fortalecer la institucionalidad relacionada con los incendios, por ejemplo, con un Servicio Nacional Forestal que también tenga atribuciones en ámbitos como la planificación territorial y que pueda impulsar activamente la restauración ecológica en los paisajes y bosque nativo”, indicó el profesional de WWF Chile. “Aún falta una visión integral del paisaje que incluya la participación de todos los actores y permita tomar decisiones en base a la totalidad de las dimensiones interrelacionadas que afectan a las personas y la naturaleza”, explica este último.
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