Neil Turok: el astrofísico que forma “Einsteins” en África
El científico sudafricano se ha hecho de un nombre como un destacado físico teórico, trabajando junto a Stephen Hawking en la Universidad de Cambridge y contribuyendo a elaborar una teoría alternativa al Big Bang como el origen del universo. Pero el mayor impacto de Turok -quien se presenta mañana sábado a las 7pm en el Festival de Ciencia Puerto de Ideas de Antofagasta- ha sido en la educación, particularmente en la formación de científicos de primera categoría en África. Para él, todo es parte de lo mismo.
El astrofísico Neil Turok se ha hecho de un nombre y un prestigio en la física teórica trabajando en una teoría alternativa al big bang para explicar el origen del universo. Pero su propia historia de origen la cuenta con claridad: nació en la Sudáfrica del apartheid, y su madre y su padre fueron encarcelados por participar en la lucha contra el racismo.
Cuando salieron, la familia se fue como refugiados a Kenya y luego a Tanzania, para terminar en Inglaterra. Ahí, Turok se enamoró de la física y comenzó a construir una destacada carrera que lo llevaría a compartir trabajo con Stephen Hawking en la Universidad de Cambridge.
Hasta ahí, una buena historia para contar a propósito de la presentación de Neil Turok, el sábado 17 a las 7pm, en el Festival de Ciencia Puerto de Ideas Antofagasta, online por razones obvias. Su charla se titula “Big Bang, ¿el origen del Universo?” y cubrirá el concepto del “big bounce”, derivado del modelo cíclico que plantea que aquella primera “gran explosión” fue un evento derivado de una realidad anterior, el resultado de una contracción que llegó a un punto de colapso y desde ahí la expansión. O sea, ha habido “big bangs” antes y los habrá después.
Pero lo más determinante en la vida de Neil Turok es que realmente nunca dejó África. Volvió primero como profesor voluntario a los 17 años, y más tarde, ya hecho un profesional. Pero particularmente Sudáfrica ya no era Sudáfrica, para mejor. El apartheid había terminado, sus padres habían elegidos al parlamento. Todo pintaba bien. Pero no tanto. Como muchos, Turok se dio cuenta de que por mucho progreso que se lograra en un país, África, el continente, seguiría siendo África.
Y llegó a la conclusión de que la herramienta más importante para romper ese determinismo catastrófico era algo de lo que él sabía: el conocimiento. “Lo único que podía hacer, realmente, era tratar de darle a los jóvenes africanos las mismas oportunidades que yo tuve”, recuerda.
“Y todo empezó como un experimento. Estaba profundamente convencido de que encontraríamos personas talentosas, porque esa es una de las cosas más maravillosas de la ciencia: es transcultural. Gente inteligente de Bangladesh, Japón o Nigeria, todos pueden compartir un pensamiento lógico, las matemáticas, la física, la ingeniería, todo eso lo comparten. Las matemáticas son un lenguaje común y debería ser un factor unificador para las personas. Lo segundo es que es gratis. El conocimiento es gratis, y uno puede compartirlo libremente cruzando todas las culturas. Y eso fue lo que intentamos”, añade.
Todo eso se tradujo en la compra de un edificio donde había funcionado un hotel en Ciudad del Cabo y la creación del Instituto Africano de Ciencias Matemáticas (AIMS, por sus siglas en inglés). Ahí, Turok llevaría por temporadas a algunos de los mejores científicos de su área (contactos no le faltaban), para dictar clases a los más brillantes postulantes de todos los países de África, para quienes el sueño de ser los mejores del mundo era sólo eso. Las reglas del lugar: todos, académicos y estudiantes, viven juntos, en el mismo edificio.
Y los extranjeros, los brillantes invitados no africanos, estarían sólo de visita por tres semanas. “No queríamos que la mentalidad occidental se instalara y tomara el control”, explica.Ahora el AIMS suma cinco centros en total, repartidos en el continente. Porque el objetivo es a recibir estudiantes de todos los países, pero también llevar su centro (y su cultura organizacional) a la mayor cantidad de territorios en África.
“Empezamos en 2003 y ahora tenemos más de 2000 graduados con nivel de master y más de 500 con PhD. Y diría que estamos comenzando a ver el surgimiento de algunos jóvenes científicos realmente talentosos”, describe hoy, orgulloso.
Y lo que los mueve es más o menos una prueba de principio. Está en sus entrañas: quieren probar que los africanos también pueden hacer ciencia de primera categoría. Y la ciencia es así: es una cancha nivelada para todas las culturas, donde necesitas trabajar duro, necesitas agilidad mental y tener una determinación máxima, porque la mayoría de las veces fallas. Todo el tiempo intentas con ideas que fallan; la probabilidad de un éxito significativo es muy baja. Tienes que estar decidido.
Pero eso es lo que la gente tiene cuando viene de comunidades en desventaja, que realmente tiene que luchar para llegar tan lejos, para estar cursando un master o algo así. Y son los primeros en su familia, su villa, su cultura, en hacerlo. Estamos empezando a ver que algunos de ellos son realmente brillantes. De verdad creo de aquí a 10 o 20 años más veremos que la mismísima ciencia será transformada por gente como ellos.
-Es impresionante el nivel de ambición que usted se ha fijado desde el principio. Declaró hace unos años que quería encontrar al próximo Einstein en África y transformó eso en una institución: ahora existe The Next Einstein Initiative…
-Así es. No fue mi idea, la verdad. En nuestro centro en Ciudad del Cabo suelo ir a dar charlas de cosmología. Los estudiantes quieren saber qué pasa en el universo, y ese es mi campo. Es algo divertido, es social, hacen muchas preguntas. Y la cosmología no es un tema popular en la mayoría de los países africanos. Y una noche en particular, durante una de estas charlas, mostré una foto de Einstein y dije: “Miren, ¿no es impresionante? Este tipo descubrió una ecuación que describe a todo el universo”. Y como bromeando dije: “Quizás uno de ustedes sea el próximo Einstein” . Al día siguiente teníamos una reunión con un potencial donante, una compañía de comunicaciones, de donde esperábamos obtener fondos para algunas becas. Invité a las estudiantes mujeres a presentar. Una de ellas era de Darfur, en Sudán.
Tenía que hablar en sólo tres minutos. Se puso de pie y dijo: “¿Saben? Acá todos creemos que el próximo Einstein vendrá de África”. Poco después de eso, la organización TED contactó a Turok para informarle que había ganado un premio en virtud de su trabajo educativo. El premio era ir a presentarse frente a los más importantes y acaudalados emprendedores de Silicon Valley y pedir un deseo. “Les dije de inmediato: sé exactamente cuál es mi deseo”, recuerda. Ese día le informó al mundo que la meta era aquello del próximo Einstein africano. “Yo no estaba tan seguro de este eslogan, a todo esto, porque soy un físico, y Einstein es Dios para nosotros. Temí que mis colegas me acusaran de usar su nombre en vano Así que llamé a una serie de amigos físicos muy escépticos y les pregunté su opinión. Me dijeron: “está bien, necesitamos a África a bordo”. Y sus estudiantes lo tomaron muy en serio. “Claramente uno necesita subir las expectativas. En vez de decirles: vamos a ayudarte a conseguir alimentos y medicinas para que puedas sobrevivir, les decimos: esperamos que ustedes cambien todo”.
-Uno habla de África como un todo, pero es un continente con muchas realidades y con muchos conflictos también. ¿Cómo evita que esas diferencias se reproduzcan en una institución con vocación continental?
-Como dije antes, la ciencia y en particular las matemáticas son un increíble factor unificador cultural. Y al principio sí tuvimos problemas. Me acuerdo que teníamos a un joven nigeriano que era un fundamentalista cristiano, y un argelino que era islamista. En la misma sala. Y en el mismo edificio, viviendo juntos. Pero compartiendo en ese nivel en torno a las matemáticas, la religión pasó a otro plano. Cuando la gente se conoce, comparte, encuentra sus puntos en común, esas diferencias no significan conflicto.
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