“No volvieron a despertar”; “Una muerte solitaria”; “Hoy cumplo un mes de alta”: libro recoge relatos de quienes han padecido, estudiado y luchado contra el coronavirus
"Historias de Covid" es el testimonio obtenido 66 estudiantes de la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI), que en 416 páginas recopila historias en primera persona de los protagonistas de la pandemia.
Otra mañana triste en el Hospital de La Florida. No muy distinta a las anteriores. Quizás, mejor que las que vendrán. El cansancio se asoma tras cada mascarilla que corre por los corredores. Con cada noche que pasa, las mañanas son de incertidumbre, donde pacientes de buen pronóstico, no volvieron a despertar.
A Pablo Amigo, un joven anestesista de ojos cansados y apariencia desmejorada, le corresponde ser el portador de malas noticias a las familias. Abriéndose paso entre los pacientes con incómodos trajes protectores, están listos para la acción. Algunos tensos por el estrés, mientras que otros se duermen apoyados en la pared, esperando a ser llamados para actuar. Todos con un pensamiento común: vencer la infección y mantener a salvo a los que más se pueda. No todos estaban preparados, pero aprendieron en la práctica. La angustia y el cansancio se acumulan. Antes de empezar ese día, algunos jamás habían imaginado que un desconocido les diría sus últimas palabras.
Este, y otros relatos y experiencias presenta el libro Historias de Covid, una recopilación de 416 páginas con relatos de quienes han padecido, estudiado y luchado contra el coronavirus, realizado por 66 estudiantes de la Escuela de Comunicaciones y Periodismo de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI).
El libro, editado por los académicos y periodistas Manuel Délano y Karen Trajtemberg (disponible en formato digital), reúne relatos de experiencias en Chile, otros países de Latinoamérica y Europa. En todos éstos, se puede observar la huella que ha dejado la pandemia, no solo en términos de contagio, sino también económicos y de salud mental.
Trajtemberg señala que “los estudiantes emprendieron el desafío de adentrarse en los secretos del Covid y que -pese a que se trataba de un ramo- lo hicieron como si en eso se les fuera la vida. Ya no se trataba solo de reportear para una tarea universitaria, sino que en el horizonte estaba la posibilidad de que ese reporteo, esa observación, esa inhalación de la verdad, se convirtiera en un libro que permitiera masificar los hechos mucho más allá de las fronteras de una sala de clases”.
Estas son páginas con sentimientos, dolor, tragedia, solidaridad, amor y amistad en otros países y en Chile, “que están presentes en muchos de sus 18 capítulos y 416 páginas”, establece Délano, otro de los editores de libro.
Hoy cumplo un mes de haber sido dado de alta, después de dos meses y medio de hospitalización por el Covid. Fue una etapa difícil para mí y mi familia, pero gracias a Dios pude superar esta enfermedad, a pesar de las pocas expectativas de vida que en algún momento tenía. Facebook fue la herramienta escogida por José Aynaya para dar a conocer que –por fin– estaba fuera de peligro y en su casa. El hombre, de 54 años y nacionalidad peruana, agradeció a su familia y amigos por la preocupación y fortaleza tras su hospitalización, señala el Capítulo 10, Covid-19: el delgado límite entre la vida y la muerte.
Magdalena Browne, decana de la Escuela de Comunicaciones y Periodismo, explica en el prólogo de la obra que “en el epicentro de las enormes y aceleradas transformaciones que experimentan las sociedades, se encuentran las comunicaciones. En nuestras aulas intentamos formar estudiantes para que ejerzan las comunicaciones del presente y futuro, y el proyecto que dio vida a este libro es una experiencia que abre un camino por el cual nos proponemos seguir transitando, con las herramientas e instrumentos del rigor, la reflexión, la interdisciplinariedad”.
Sara Sorza, una de la autoras del libro, señala que “además de ser un punto de encuentro de las historias humanas que personifican las distintas caras de la pandemia, también será, en unos años, un gran recuerdo de lo que fuimos como generación. Así como la pandemia nos impuso nuevos obstáculos para reportear, también nos abrió otras puertas que en un contexto distinto parecían poco posibles: pudimos contactar a personas en otros países, llegar a entrevistados que en la presencialidad hubiera sido más complejo y generar un texto conjunto entre periodistas que estábamos en distintas ciudades”.
Darle voz a lo que estaba pasando
La cruda realidad: La solitaria muerte de Mercedes en el hospital marcó a su familia. Y así ha sido también en otros casos, sobre todo de adultos mayores que han contraído el virus. “Lo triste es que la gente se deja morir”, dice Francisco Rojas, kinesiólogo de la Posta Central de Santiago. El joven comenzó a trabajar en el recinto de salud después del primer peak de Covid-19 en Chile. Allí, llegó a experimentar la cruda realidad. La lucha entre la vida y la muerte de cientos de personas dentro de los pabellones de urgencias. “Eso es lo penca de esto, es que te mueres solo, eso es lo más penca de morir de coronavirus”, asegura Rojas.
Era un 9 de marzo de 2020 cuando Daniel Encinas iba rumbo al club donde trabajaba como entrenador de tenis. Lo hacía con preocupación. Su rutina era la de un día normal, en la academia que formó hace año y medio en la localidad de Aventura, Florida (EE.UU.), para dedicarse a entrenar jóvenes promesas del circuito junior. En su cabeza rondaban las conversaciones que había tenido en esa semana con los dueños del recinto sobre un posible cierre. Ya se empezaban a conocer los primeros casos de Covid-19 en el estado y la pandemia se acercaba al área de Miami.
Se agarra el virus a un niño y contagia a los papás, tienen que parar de trabajar dos semanas, es duro. Nadie quiere ir a un hospital. Acá no existe la licencia de trabajo. El que no trabaja no cobra, salvo que seas dueño de tu negocio, relata Encinas en el libro.
Ignacia Canales, otra de las autoras de la publicación, sostiene que reunir los testimonios fue un desafío para cada uno de los estudiantes. “Este ramo nos dio la oportunidad de desenterrar estos testimonios y poner en contexto estas cifras y de darle voz a lo que estaba pasando. Un desafío que al mismo tiempo fue un privilegio. Cada historia que leerán en el libro, representa el trabajo de horas, días y meses: pusimos en él más de lo que pedían, sacrificando nuestros ratos libres y el tiempo con la familia y amigos, pero creo que todos podemos decir que el resultado lo valió”.
La recopilación busca plasmar la tragedia que han vivido millones de personas alrededor del planeta, con experiencias asociadas a contagio por parte del virus, así como también fallecimientos y personas afectadas de una u otra manera. La pandemia ha cambiado el mundo, se trata de la noticia más importante en lo que va del siglo XXI.
En la página 219, se encuentra la historia de Marcelo Gajardo. El libro relata que nadie conoce todas las historias y vivencias que hubo dentro de los centros de salud en 2020. Tal como en una zona de guerra, hubo heridos, muertos y personal médico que hizo todo lo posible por curar y sanar a todos. Pero, ¿quién se preocupa por ellos? Quienes están horas trabajando para atajar al virus, se vieron sobrepasados. El trabajo bajo presión les pasó la cuenta y la tensión se siente en el ambiente. Cada vez que el técnico en enfermería Marcelo Gajardo llega a sus turnos de noche nota desde el otro lado de la sala las ojeras y el cansancio en los rostros de sus compañeros. La frase “tiene derecho a guardar silencio” en este caso parece una buena idea. Al más mínimo error, no tardan en llegar esas miradas de enojo e irritación producto de la falta de descanso y agotamiento. Él confiesa que bastan nimiedades para generar discusiones y surgen problemas que si no fuera por el estrés de la pandemia, jamás habrían pasado. Gajardo lo vivió en carne propia.
Las discusiones no duraban más de cinco minutos y bastaba que quien la inició se disculpara con un “sabes qué, te traté mal y lo siento”, para que las diferencias se solucionaran. El cansancio magnificaba esos incidentes. Vio a colegas suyos apoyarse en la pared y quedarse dormidos. A veces, la lucha era contra las ganas de cerrar los ojos y descansar, para mantenerse alerta durante el turno sin sucumbir. Tener que llegar a cocinar después de largas horas de trabajo pasó de ser una entretención al calvario de Gajardo, quien por un tiempo prefirió pedir comida a domicilio para llegar a su casa, cerrar sus ojos y desconectarse de todo. La pandemia no solo alteró el entorno laboral, también volvió frágil la salud mental y la vida de varios de la primera línea. Vivir a diario situaciones límite gatilla el estrés e incluso crisis de angustia.
También fue el caso de la enfermera Francisca Fuentes, lejos de su familia y ciudad natal. Le correspondieron varios turnos donde no conocía a ningún otro miembro del equipo y el ambiente se ponía tenso con facilidad. Alguien cometía un error y todos se esmeraban más en buscar al culpable que en solucionarlo. Cuenta que algunos compañeros renunciaron, “gente que vino igual que yo no aguantó y se devolvió a sus casas”. Ella también lo pensó.
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