“Quiero matar a Ignacio, mi marido: ¿No se da cuenta este orangután que tenemos dos hijos?”

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Running y embarazo: ¿Cómo manejar las interrupciones?


Durante septiembre revisamos -en el diván del runner- los cuatro niveles de la salud: física, social, psíquica y espiritual. Gracias a Jaime, un caso ficticio construido a partir del relato de varios clientes, vimos los desafíos que implican para un runner una lesión, pues ésta puede deteriorar no solo su condición física, sino su vida social -al apartarse de los entrenamientos, las carreras y el equipo-, su vida psíquica -perdiendo motivación por cosas que anteriormente disfrutaba- y su salud espiritual… a tal punto… que llegan a desconocerse.

Ahora, para reforzar la mirada a los cuatro niveles de la salud, lo haremos de la mano de Javiera, corredora que después de dos embarazos siente que su mundo se ha venido abajo. Para resguardar la identidad de esta clienta, se han cambiado nombres y alterado algunos datos de la historia.

Hola Sebastián, gracias por recibirme. Jaime me dio tu contacto. Me habló maravillas de ti, pero a mi realmente lo único que me importó es que fueras hombre. Estoy cansada de hablar con mujeres sobre lo que me pasa, pues me siento constantemente juzgada. Y sé que puede ser cosa mía, pero estoy chata. Cada vez que hablo de lo que me pasa me pongo mal, excepto con Jaime, pues él me relaja.

“Quiero matar a Ignacio, mi marido: ¿No se da cuenta este orangután que tenemos dos hijos?”

¿Por qué crees que te pasa esto?

Mira, Jaime está en otra y no se las da ni de súper papá ni de súper hombre. Aunque todas lo encuentren un tiro al aire, a mí me encanta hablar con él porque te escucha y no tiene ningún consejo útil que regalar. En cambio, me enfurecen las miradas comprensivas de mis amigas, me pongo mal con mis hermanas y a mi vieja no me queda más que aguantarla, pues es la que me ayuda con los niños… Pero ahora que te hablo, a quien de verdad quiero matar es a Ignacio, mi marido…

¿Por qué?

Porque el muy barsa sigue entrenando como si nada hubiera pasado. Él jura que no molesta a nadie porque se despierta a las 05:00 para entrenar, pero no se da cuenta de que odio que él pueda hacer lo que yo ya no puedo. Y cuando me pide permiso para ir a una carrera literalmente lo quiero asesinar. ¿No se da cuenta este orangután que tenemos dos hijos? ¿No se da cuenta que yo tuve que dejar mis entrenamientos y las carreras por casi dos años, siendo que era lo que más me apasionaba?

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¿Tienes respuestas para tus preguntas?

Sé que es totalmente irracional, pero yo lo metí en este cuento. Yo soy… o era… triatleta desde mucho antes que él. Nacho solo corría detrás de la pelota, andaba en bici para ir a la casa de un amigo y con suerte nadaba mil metros en la piscina cuando lo conocí en la Universidad…

¿Desde esa época se conocen?

Sí, en primer año de la universidad él tomó un electivo de natación y nos topamos varias mañanas, pues yo entrenaba todos los días. Él me miraba, pero no se atrevía a acercarse, hasta que un día me vio trotar por la calle y me preguntó si alguna vez paraba. Me dio risa su pregunta, me puse roja y tuve que dejar de correr. Era cierto… nunca paraba… de hecho seguí corriendo los primeros seis meses de mi primer embarazo y nadé casi hasta el final… (silencio).

¿Y ahí qué pasó?

Me enamoré de León, mi primer hijo. Tanto, que durante unos meses me dio lo mismo haber dejado todo por él. Sebastián, entiéndeme, mi papá era triatleta, mi hermano mayor también, por lo que estoy en el alto rendimiento desde que abrí los ojos. Nunca, hasta que nació León, había parado, pero ya en ese entonces me daba rabia que Ignacio siguiera con su vida y me contara las últimas novedades de mi mundo. Así que a los cuatro meses empecé de nuevo a entrenar, gracias a la ayuda de mi mamá y de mis hermanas, pero lo que nunca imaginé es que estaba nuevamente embarazada… (silencio).

Mira, me muero antes de confesar esto en público, pero me dio un bajón heavy cuando lo supe. Ignacio, todo optimista, me decía que con dos guaguas ya habíamos hecho la pega, que después cerrábamos la fábrica y que yo podía volver a mi vida de antes…

¿Y no fue así?

Fue un desastre Sebastián. Mi segundo embarazo fue muy complicado. Pasó todo lo que no pasó en el primero. Náuseas, vómitos, dolores, reposo obligado. De repente la pega se transformó en el único espacio donde era competente y ahí no paraba. De la oficina volaba a la casa e inmediatamente me sentía o me hacían sentir culpable por trabajar tanto, pues Ignacio y mi madre juraban que ahora que no entrenaba iba a pasar más rato en la casa. Todo ese período fueron quejas y peleas… y nunca, ni en mi peor pesadilla, pensé que mi matrimonio pudiera llegar a eso. Finalmente nació Ismael y tuve una segunda luna de miel como mamá. Fue maravilloso, pero Ignacio tuvo que hacerse más cargo de León y ambos me pasaron la cuenta. Ignacio, por primera vez, era papá de verdad, pues mi mamá dejó de apoyarnos tanto porque mis hermanas también se pusieron a tener guaguas. Y León, bueno, el típico drama del príncipe destronado… Así, si bien era feliz como mamá, tenía la cagada en mi matrimonio y te juro que no lo vi venir. Y llegamos a estar tan mal con Ignacio que me ofreció quedarse en las mañanas con los niños para que yo saliera a correr… y así él entrenaba en las tardes sin que yo me quejara…

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¿Cómo fue ese retorno?

No volví al triatlón, sino que me metí a un equipo de running que entrenaban cerca de mi casa. Ahí había de todo, gente muy pro y gente como Jaime, que no habían corrido nunca. Te juro que hacía años que no me reía tanto, pues Jaime en ese entonces salía con la Maida, una amiga. Al principio llegaba hecho bolsa a los entrenamientos y salía destruido, pero de a poco fue entendiendo que no podía seguir carreteando como lo había hecho hasta entonces. Y como yo no andaba físicamente bien, muchas veces lo acompañaba caminando y trotando. Ahí me contaba todo su rollo con su ex señora, con la Maida, con la pega. Me hacía bien escucharlo, pues yo siempre me había exigido al máximo y ahora no podía. Además, era lo opuesto a Ignacio… y a casi todas las personas con las que me rodeaba…

¿En qué sentido?

Ignacio es el niño perfecto y como no ha cometido grandes errores, cree que es buena persona. Pero no lo es y de esto solo me di cuenta cuando fui mamá. Es terriblemente egoísta y nuestro primer hijo ni lo despeinó. Él siguió con su pega, con sus entrenamientos, con sus viajes con amigos, con sus viajes familiares y con sus viajes de trabajo. ¿Fantástico no? Pero claro, es un encanto, es educado y muy seguro de sí mismo. Y el triatlón le vino perfecto como excusa para no estar. Al principio mi familia le prestaba ropa, sobre todo mi papá, pero después mis hermanas y mi mamá cacharon que era un fresco de raja y dejaron de darnos tanta ayuda. ¿Y qué hizo Ignacio? Le pidió auxilio a sus papás, estos le pagaron una enfermera cuando nació Ismael y anduvo de lo más campante hasta que mis suegros también decidieron cortarle el agua, el gas y la electricidad, pues el muy barsudo ni siquiera era agradecido. Y ahí, recién ahí, Ignacio colapsó y se mostró tal cual es. Un niño mimado que, con nuestro segundo hijo tuvo que -por primera vez- dejar de hacer algo que le gustaba y empezar a hacer algo que no quería. ¿Me cachai?

Creo…

Básicamente tuvo que dejar de entrenar como a él le gustaba y ya no podía viajar tanto y tuvo que empezar a ayudar en la casa y con los niños… Te mueres como le cambió el carácter, lo amargado y hasta violento que se puso… por eso cuando me ofreció quedarse con los niños para que yo entrenara, acepté sin pensarlo dos veces.

¿Ayudó?

Sinceramente creo que empeoró las cosas entre nosotros, pero al menos podía respirar en las mañanas, después de dos años casi sin oxígeno. Toda su familia se puso de mi lado y empezaron a ayudar más. Y aunque me cargara estar mal físicamente, lo bueno es que conocí a Jaime y a otros compañeros y compañeras que ya habían reventado y que ahora intentaban reinventarse. Con ellos me di cuenta que no podía seguir viviendo como vivía…

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¿Y cómo vivías?

Con la máxima exigencia. Tenía que tener los mejores tiempos. Entrar a la mejor universidad. Tener el mejor pololo, las mejores amigas, un matrimonio increíble, niños preciosos, trabajo con sentido, vacaciones soñadas, familia unida… todo… todo tenía que ser así… hasta que conocí a Jaime y me di cuenta que las cosas podían ser distintas y lo podía pasar mejor…

Gracias a Javiera podemos ver como los embarazos y el cuidado de los hijos pueden causar alteraciones en el bienestar físico, en la vida social, psíquica y espiritual de una persona que gran parte de su identidad se sostiene en ser deportista. Los embarazos, los partos y la crianza pueden transformarse en largas interrupciones para las atletas, interrupciones que pueden causar rabia, frustración y depresión de no ser bien manejadas y alterar de manera dramática sus relaciones personales y laborales.

Así, tal como hicimos con Jaime, revisaremos en posteriores columnas el impacto de la salud física en las demás dimensiones, adentrándonos, gracias a Javiera, en los difíciles equilibrios y en las presiones y demandas que deben gestionar los y las deportistas amateur.

Continuará…

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