“Soy el típico cuarentón en crisis: separado y carreteando con weones que estaban igual o peor que yo”
Nadie es una isla por completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de un continente, una parte de la Tierra (John Donne).
Es cierto. El running está de moda. Una buena moda para muchos. Una frivolidad inofensiva para otros y una verdadera molestia para algunos y algunas que ven en estos atletas un reflejo de una sociedad cada vez más individualista, competitiva y hedonista.
Consciente de lo que despierta esta disciplina en mis clientes y en su entorno personal y laboral, en consulta siempre revisamos los cuatro niveles de la salud y nos vamos deteniendo en aquellos donde la brecha entre el estado actual y el estado deseado es más grande.
El primer nivel, el de la salud física, es la puerta de entrada. Aquí, con mis clientes, hablamos de sus entrenamientos, energía, alimentación, horas de sueño, lesiones, exámenes médicos y tratamientos que siguen. En esta dimensión hay todo un mundo de profesionales y servicios; traumatólogos, kinesiólogos, dietas de todo tipo, acupuntura, coach deportivos, nutricionistas, suplementos alimenticios, masajistas, cámaras hiperbáricas y un larguísimo etc.
De este nivel hay abundante información en las redes sociales y en los grupos de WhatsApp de equipos de runners, por lo que pasaré de largo y me detendré en el segundo nivel, la salud social, no sin antes anunciar que en las próximas columnas seguiremos con la salud psíquica del corredor (nivel 3) y terminaremos con el cuarto y último nivel: la salud espiritual de los deportistas.
“Soy el típico cuarentón en crisis: separado y carreteando con weones que estaban igual o peor que yo”
Así, para abordar la dimensión social de la salud, lo haré a través de Jaime, cliente que presenté la semana pasada y que declara que correr, le cambió la vida.
Es loca esta webada del running. Todavía recuerdo la primera vez que fui a un carrete de runners y había cerveza sin alcohol. Nunca había estado en un carrete así y mi polola… o ex polola… me miraba con cara de… ¿qué les pasa a estas personas?… (silencio). Filo, fue un error llevar a la Maida, pues para una pendeja esta webada era rara…
¿Qué edad tiene la Maida?
En ese momento tenía 27 y llevaba un año separada y quería puro webear. Se había casado a los 25, se separó a los 26 y se puso a salir conmigo cuando yo llevaba unos meses separado. Si bien estábamos en la misma parada, las diferencias eran grandes, pues yo estuve casado de los 27 a los 42 y tuve tres hijos. Yo no había carreteado sin límites en años y la Maida, pese a que nunca tuvo hijos, nunca había vacilado de verdad, pues se casó con un weón más fome que chupar un clavo. En síntesis, la Maida se enamoró de un weón que no paraba los fines de semana que estaba solo y que la sacaba a comer las noches de la semana en que no estaba con los niños. Íbamos al cine, al teatro, a bailar, todas las cosas que uno deja de hacer cuando te casas y tienes tres hijos. Es loco ahora que lo hablo contigo, pues estaba tan arriba de la pelota, que no me había dado cuenta que estaba dejando la media cagada desde el principio.
¿De qué no te dabas cuenta?
La Maca, mi ex señora, estaba preocupada por mí nivel de carrete, pero en vez de ser bruja, me llamaba a la calma. Al igual que en mi matrimonio, me las aguantó todas, aunque siempre desde esa superioridad moral que perdí desde que nos casamos. Ella era la correcta, la buena pareja, la buena mamá, la buena hija. Yo era el weón divertido que ganaba plata, que tenía hartos amigos y al que había que cuidar de sí mismo. Y si me enchuchaba esta dinámica casado, más me cabreaba separado, pues la Maca, en vez de mandarme a la punta del cerro, me seguía apañando y haciéndome la vida fácil con los niños. No me ponía problemas por nada, pero al final venían las preguntas por la pega, la salud y la plata…
¿Y eso te molestaba?
Mira, lo bueno de trabajar harto y de tener una cuenta corriente gordita es que te webean menos y existen los perdonazos. Pero si casado me molestaban las preocupaciones de la Maca, ya separado me reventaban, pues claramente, aunque lo negara, no estaba siendo responsable en mi trabajo, no me estaba haciendo cargo de mi salud y gastaba más plata de la que podía generar (suspiro). Pero el enojo me duraba dos minutos, pues terminaba de pelear con la Maca y llamaba a la Maida. De ahí cama, carrete, cama… o carrete, cama y roncar viendo una serie. Esas eran las dos fórmulas. Y todo iba bien, o eso creía yo, hasta que me mandé una cagada con un cliente y uno de los socios no perdió la oportunidad para realizar un recorte... (silencio). Soy, era, un weon caro y eso me lo hacían saber todo el rato, pero logré siempre zafar con ingenio y algo de malicia. Y yo calculaba que podía seguir así hasta los 50, pues pensaba que a esa edad ya habría madurado… Pero me dieron la patada en la raja a los 42 y quedé marcando ocupado…
Largo silencio.
Ahí me empecé a ir a la chucha y a la Maida ya no le gustó tanto este Jaime golpeado y confundido. Simplemente me dejó de responder y dejaba mis WhatsApp en visto, mientras mi ex señora me mandaba mensajes y stickers para tirar pa’arriba. Era chocante la diferencia. Además, como me daba vergüenza contar que me habían echado, dejé de responder las llamadas y mensajes de amigos y familia… (silencio). En ese minuto atiné que estaba manteniendo dos casas, tres hijos, dos autos y una ex señora que seguía tratándome con la misma devoción que tanto me empelotaba, pues la weona vivía para mí y para los niños… y no hacía nada para ella. ¡Era como vivir con una santa! No trabajaba, es cierto, pero dedicaba su vida a los demás. La odiaba por eso, la amaba por eso. Se lo agradecía, se lo reprochaba, pues pese a lo latera que podía llegar a ser, todo el mundo la adoraba. Y aunque suene muy cara raja, separarse de una weona así no es fácil. Ya te contaré otro día cómo lo logré, pero lo que más me revienta es que te aseguro que fue ella la que llamó a mis amigos y les dijo que atinaran…
¿Y qué pasó?
Vino una época caótica. Mis viejos no me perdonaban haberles arruinado el cuento de la familia perfecta. Para que hablar mis hermanas y cuando empecé a salir con la Maida hasta mis más amigos, esos que compartiste como matrimonio, empezaron a decirme que era muy temprano para hacerlo público, que me calmara, que pensara en los niños, así que terminaba carreteando con puros weones que estaban igual o peor que yo.
Te descarrilaste…
Sí, hasta que Pablo, el único amigo que me tendió la mano en uno de sus emprendimientos, empezó a decirme que tenía que hacer un cambio de vida. De todas las cosas que me dijo, la única que acepté fue su invitación a correr, pues yo no soy de meditar, de ir a terapias o de apartarme del mundo. Al principio lo hice por darle en el gusto, pues mal que mal, el fue el único weón que de verdad me ayudó. Y te juro que nunca pensé que correr me iba a gustar, pero me atrapó de inmediato. Es cierto, al principio quedaba hecho bolsa, pero después de terminar los entrenamientos me sentía la raja. Mal que mal había sobrevivido. Y la gente era demasiado buena onda y me alentaban y me animaban a volver al día siguiente. Y sin más mística que esa, te diría que a los dos meses era otro… y ahí adivina qué pasó…
Ni idea…
Reapareció la Maida. Un día me la encontré en la calle y nos terminamos tomando un café. Estaba sorprendida de mi cambio. Flaco y optimista. ¿Qué te paso? Le conté un poco y de ahí nos fuimos a la cama. Al principio se alegró de mis cambios, pero cuando cachó que estaba más preocupado de correr que de carretear empezaron las tensiones y las peleas. ¿Por qué nos vamos tan temprano? ¿Por qué no tomas más? ¿De verdad vas a madrugar? ¿Te vas otro fin de semana a la playa con tus nuevos amiguitos? Todo el rato me llegaban preguntas y palos y después de ese carrete al que la llevé, se acabó todo. Y ahí me di cuenta que no solo había terminado mi relación con ella, sino que con gran parte de mi mundo anterior. Con la terminada de la Maida, también quedaban atrás mi matrimonio y el carrete y me cagué de miedo.
¿Qué te daba miedo?
Darme cuenta que salvo mis papás y mis hermanas, quedaban muy pocas personas de mi pasado a mi lado. Para un weon sociable como yo, esta webada que te cuento no es nada fácil, pues como me dijo una vez la Maida, mi mundo interior es diminuto y todavía no lo encuentro.
¿Qué quieres decir con eso?
No lo sé, pero no soy muy de estar solo, así que me volqué un 1000% al running. Durante dos años entrené casi todos los días, me anotaba en todas las carreras que podía y no me perdía ni un viaje o junta del equipo. Tanto así, que empecé a entrenar en dos equipos para así conocer más gente. El primer año la Maca y mis hijos estaban felices con este nuevo papá que ya no carreteaba, pero empezaron a resentir que madrugara tanto y que pasara una buena parte de las mañanas del fin de semana corriendo. Si hasta llegué a contratar a una babysitter que los cuidara de seis a diez de la mañana. Y no te quiero latear con más detalles, pues ya caché que eso hacemos los que estamos metidos en este cuento, pero lo que si te puedo decir es que me cayó una segunda teja cuando me lesioné y tuve que aprender a vivir sin correr…
La próxima semana subiremos al nivel 3, la salud psíquica, de la mano de Jaime, pero antes de dar este paso, es importante subrayar que la salud social es un gran amortiguador y soporte para nuestra salud mental. Una sana vida social, un buen matrimonio, un trabajo motivante o un equipo de running son factores protectores que pueden contener tensiones y disminuir el estrés… y la falta de ellos o su deterioro pueden ser un caldo de cultivo para problemas psíquicos y espirituales que abordaremos más adelante.
En Entrena tu Espíritu, libro co-escrito con el maratonista Gonzalo Zapata, abordamos esta dimensión de la salud social desde una perspectiva sistémica, pues aunque hay corredores que no podrían entrenar solos y otros que no podrían hacerlo en grupo, la verdad es que la mayoría necesitamos espacios para compartir con otros y espacios para estar a solas consigo mismos. La gracia de los extremos o de los runners solitarios y gregarios, es que nos permiten ver con mayor claridad la tensión entre nuestros deseos de ser individuos autónomos (correr en mis horarios, a mi ritmo, evitándome el desgaste de coordinarme o ajustarme a las necesidades de los otros) y nuestros deseos de ser parte de algo, de pertenecer a algo más grande que uno y de no quedar fuera o ser excluido por temor al aislamiento y la soledad.
Continuará…
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