Columna Fernando Villegas: "It's the economy, stupid…"


La frase "es la economía, estúpido" la acuñó James Carville, asesor de Bill Clinton durante la campaña presidencial de 1992. Sería el leit motiv, mantra y ayuda memoria que debía guiar todo discurso, palabra, gesto y convocatoria del candidato; fue también el mandato teosófico, filosófico y mediático válido para la gente que rodeaba a Clinton, asesores, publicistas o activistas por igual. Debían tenerla siempre en mente. Ese era, pensó Carville, el único modo de vencer a Bush padre, quien se presentaba para su reelección con un 90% de aprobación debido a la exitosa primera guerra del Golfo. Aun así Clinton logró triunfar y lo hizo precisamente haciendo hincapié en el elemental hecho de que sin una economía próspera, creíble y sólida todo lo demás no es sino poesía, mala poesía por añadidura.

Hoy, 26 años más tarde, en Chile y no al comienzo de una campaña exitosa sino al final de una muy apaleada, ha sido Máximo Pacheco quien ha usado dicha frase -aunque en una variante compasivamente carente del anexo "estúpido"- para explicarles a sus correligionarios del PS, reunidos en asamblea, cuán grave fue el error que se cometió al relegar la economía a un lugar menos que secundario en la epopéyica agenda de ese partido y de toda la NM, proyecto anémico en crecimiento, pero de obesidad mórbida en megalomanía y charlatanería -nombre alternativo: el "legado de Bachelet"- y cuyo propósito era rescatar a Chile de la enésima anunciada "explosión social". Al relegar la economía, arguyó Pacheco, se relegó el día a día del ciudadano. Al parecer y según lo que revelaron los estudios de opinión desde el principio, el chileno y chilena promedio no vive ni se desvive por las transformaciones profundas, reformas constitucionales, matrimonios homosexuales, derechos de los pueblos originarios y otros acápites por el estilo, sino más bien de sanchezcas necesidades y preocupaciones tales como pagar la cuenta del agua y la luz, poner un plato caliente sobre la mesa, cancelar el dividendo e ir al cine siquiera una vez a la semana. Y ese (a) ciudadano (a) no sólo quiere condiciones políticas y económicas haciendo posible todo eso, sino además aspira a tener alguna seguridad de que no se van a desplomar en medio de una trifulca revolucionaria protagonizada por quinceañeras, "millennials", improbables discípulas de Buda o Foucault y sexagenarios reblandecidos enarbolando un puño en alto en conmovedor intento de recuperar su perdida juventud.

No se oye, padre…

Es de dudarse que las sensatas palabras de Pacheco vayan a cambiar las tendencias básicas de la mente socialista. De seguro les entraron por un oído y les salieron por el otro. La concepción marxista de la que presuntamente y en última instancia provienen los camaradas sostiene que la "infraestructura económica" es la base material de toda sociedad, pero en las preclaras y fecundas mentes de los tratadistas, predicadores y teólogos chilenos del progresismo dicho concepto transmutó misteriosamente en su contrario. Marx pretendió haber puesto de pie la filosofía hegeliana que, según él, estaba de cabezas, pero sus lejanos discípulos de Chile la han invertido nuevamente y ahora el mundo una vez más camina con el parietal y respira por los pies. Por eso hoy estos revisionistas de quinta generación -los han precedido, rizando el rizo, innumerables escribanos franceses y alemanes- sienten ese ámbito no como la inevitable infraestructura de toda sociedad y a la cual debe atenderse con el mayor respeto para que no desfallezca y prospere, sino como un artefacto de propiedad de los ricos para hacer posible sus trapacerías; es un universo intrínsecamente pecaminoso, tierra prometida de los explotadores, del lucro, la desigualdad y la inequidad. Las solas palabras "PGB", "PIB" o "tasas de ahorro e inversión" les suenan como invocaciones del Maligno. Los cristianos del medioevo condenaban los préstamos, a los que consideraban "usura", pero sus herederos ateos ampliaron el concepto y desconfían del sucio dinero en todas sus encarnaciones, salvo cuando aterriza en sus bolsillos. Hasta su expresión matemática les resulta fastidiosa. "No todo son números" ha dicho alguna vez, irritada, la Presidenta, confesando así implícitamente ser devota de la postura hegeliana, cabeza abajo y pies para arriba.

¿Qué sería, cómo sería una "buena economía" sin mancha de pecado original? Nadie lo sabe: el progresista promedio, como los creyentes, es incapaz de describir las delicias del Paraíso sino sólo y con mucho detalle las penas del infierno.

Máximo, otra vez

De todas las "autocríticas" que han proliferado y cuyo tenor alcanza en ocasiones, como fue el caso con el señor Elizalde, alturas de excelencia en el arte del refrito y la banalidad -en su "análisis", la derrota se debió a la "mala comunicación" y la "mala convivencia". Hemos escuchado juicios más agudos de labios de beatas del Sagrado Cora-zón-, la exposición de Pacheco resultó ser la más terrenal y certera tal vez porque Pacheco es el menos socialista y revolucionario. Por eso desde sus propias filas siempre se le ha mirado con sospechas. Después de todo su currículo está más lleno de destinaciones y peripecias empresariales que de "luchas", clandestinidades, martirologios y exilios. Por la misma razón su gestión ministerial fue de lejos la más exitosa de todas; en efecto, Pacheco no farfulla de legados ni movilizaciones, no baila cumbia ni va a cenas de caldillo y abrazos, pero entrega la mercancía. Perdónenlo, señores socialistas, porque no sabe lo que hace.

El Frente Amplio

El Frente Amplio, el cual de tan amplio desborda todo límite y definición augurando así prontas desintegraciones, es el nuevo criadero y promesa generacional de esta versión "post verdad" del marxismo corriente, el cual tenía al menos el mérito de la coherencia. En la antigua versión, la sacramental, dicha ideología aparecía como capaz de explicarlo todo desde el Big Bang en adelante. Corrían los principios de los años 60, cuando la URSS, dijo Krushev, iba a alcanzar y superar el capitalismo y por ende las colas para comprar pan o el ponerse a la fila para mirar el cuerpo embalsamado de Lenin adquirieron el talante de actos combativos y de "lucha" por el socialismo.

Hoy, fallecida esa visión debido a sus inoperables tumores de fanatismo parroquial e invalidez científica, las nuevas generaciones la han reemplazado por una difusa atmósfera verbal en la que conviven no ya tesis a base de la plusvalía y/o "la tasa decreciente de ganancia" del capital, sino, en otro salto hacia atrás, sueños, expresiones, anhelos, suspiros y convocatorias muy similares a los que anunciaron después de 1815 la llegada a Europa del "socialismo utópico". Fue el alimento espiritual de los nenes modelados al estilo del romántico y algo lerdo héroe de Las Tribulaciones del Joven Werther, de Goethe. Los nuestros, los de hoy, no lo hacen mal. Es cosa de escuchar a sus dirigentes, en especial a algunas de sus dirigentas. El voluntarismo adolescente, la iracundia nacida de quién sabe qué frustraciones y la creencia de que para gestionar una sociedad es cosa de "echarle para adelante" con ideas solidarias abundan en dicho espectro de 14 sensibilidades. No se veía el fenómeno desde los años 1830 y 1848, época de tumultuosos sobresaltos políticos en toda Europa.

Sin embargo, hay un mínimo común denominador que alinea hasta cierto punto al FA con los restos de la NM; es su igual desconfianza y despreocupación o simple ignorancia acerca del qué y el cómo de la economía. No se explica de otro modo la clase de proposiciones delirantes que se oyeron de labios de estos jóvenes durante la campaña. ¿Qué podrá salir entonces de esas bancadas? se preguntan los astrólogos. ¿Y cómo aliarán sus fantasías con los instintos de venganza y sabotaje que respiran desde la herida en el pecho de la NM? ¿Bastará la conmovedora proclama de la señora Narváez de luchar por las conquistas del legado bacheletiano? Ya se verá.

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