El déjà-vu de Francia frente a los atentados en Bélgica
El país galo, aún golpeado por las masacres del año pasado, reaccionó con rapidez frente los ataques ocurridos en Bruselas: más policías y más resguardo en lugares públicos, pero también más prudencia antes de cantar victoria en la lucha contra el terrorismo.
Desde hacía cuatro días que la prensa francesa no dejaba de hablar del arresto en Bruselas de Salah Abdeslam, el terrorista de los atentados de París que, por 126 días, fue el hombre más buscado de Europa. Algunos lo vieron como un triunfo: "Es una excelente noticia. Hay que alegrarse y felicitar a los policías belgas", afirmó el exmandatario Nicolas Sarkozy, mientras que Barack Obama no tardó en llamar al presidente François Hollande y al Primer Ministro belga, Charles Michel, para felicitarlos. Otros fueron más juiciosos. "Es una etapa importante, pero es sólo una etapa", aseguró el Ministro del Interior, Bernard Cazeneuve, en un tono prudente que también compartió el procurador de la República francesa, François Molins: "Estamos lejos de haber terminado el puzzle", dijo en una conferencia de prensa la noche de este lunes.
A las 8 de la mañana del martes, la noticia ya era otra: dos explosiones brutales tuvieron lugar en el aeropuerto de Bruselas, ciudad situada en el corazón del Viejo Continente y capital simbólica de la Unión Europea por ser sede de sus organismos más importantes, entre ellos, el Consejo y el Parlamento europeos. Las transmisiones de radio son interrumpidas y comienza el déjà-vu: como en París, en noviembre pasado, nadie sabe bien lo que ocurre, los números de muertos y heridos aumentan con el paso de los minutos y los periodistas improvisan a la espera de mayor información. Una hora y media más tarde, se anuncia un tercer atentado en la estación de metro de Maalbeek, a pasos del Parlamento Europeo, una locación que, sin duda, no fue elegida al azar.
Nuevamente, la sensación de déjà-vu: en 30 años, los franceses han sufrido unos cuarenta atentados terroristas, de los cuales uno ocurrió en un aeropuerto (en Orly, en 1983, en el que murieron 8 personas y 56 fueron heridas) y al menos tres han tenido lugar en trenes y metros. Esta vez, si bien el blanco directo no fue Francia, sí lo fue simbólicamente Europa entera. Por eso no es extraño que las sirenas se empiecen a oír en París: "El riesgo de atentados es muy alto para Francia", advierte temprano el Ministro del Interior en una conferencia de prensa improvisada en las escaleras del Palacio de Eliseo, y anuncia, de paso, que 1.600 policías y gendarmes suplementarios serán desplegados en todo el país.
En París, las calles están llenas de gente que se desplaza hacia sus trabajos. Por los altoparlantes de los metros se oyen mensajes preventivos para sensibilizar a los pasajeros: todo el transporte público está en alerta máxima, al igual que la frontera franco-belga y otros 1.369 lugares de alto riesgo, entre ellos, centrales nucleares e infraestructuras aéreas, ferroviarias y marítimas. El tren Thalys, que une Francia y Bélgica, está completamente interrumpido. En la prensa, las noticias desde Bruselas no paran: se habla de 26 muertos y una decena de heridos, una cifra que, con el correr de las horas, no dejará de aumentar.
En los medios comienza un debate descarnado: el islamólogo Mathieu Guidère afirma en Le Figaro que "esto es una burla para Francia y Bélgica" tras cantar victoria luego del arresto a Abdeslam, y critica a la prensa y a los servicios franco-belgas por haberse concentrado en un solo hombre —un "kamikaze fracasado", dice— mientras otras células terroristas preparaban un nuevo atentado. Se interroga a políticos respecto de la posibilidad de examinar los equipajes en las entradas de los aeropuertos, como se hace en Egipto, Vietnam o Dubai; algunos periodistas critican que el gobierno francés apele siempre, como un gesto mecánico, a la "unidad nacional" después de un atentado, mientras que algunos especialistas temen que el pánico haga ganar puntos a la extrema derecha. El Primer Ministro, Manuel Valls, repite lo que dijo en noviembre: "Estamos en guerra", frase que uno de sus compañeros del Partido Socialista repite con una sangre fría que aterra: "Estamos en guerra y en una guerra hay víctimas civiles y militares".
A pocos pasos del Arco del Triunfo, donde se ven menos turistas de lo habitual, la bandera de la embajada de Bélgica está a media asta y sus rejas comienzan a llenarse de flores. La alcaldesa de París, Anne Hidalgo, adorna la fachada del Hotel de Ville con banderas y escarapelas belgas, y cita a los parisinos a reunirse ahí a las 19 horas como gesto de solidaridad. Una hora más tarde, la Torre Eiffel es iluminada con los colores rojo, amarillo y negro. En esos detalles, y en el silencio extraño que se oye en los metros y en las calles, se vislumbra la pena de este país ante el dolor de sus vecinos. Un dolor que, tristemente, los franceses conocen demasiado bien.
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