La nueva vecindad
Ya puedes conocer a tus vecinos, cuánto pagan por sus casas y hasta qué velocidad de banda ancha tienen, sin hablar con ellos jamás.
En agosto me mudé de una de las ciudades más grandes del mundo, el Distrito Federal, a las afueras de un pueblo californiano de 50.000 personas. El cambio de tamaño y de cultura fue enorme. Por vicio un poco periodístico, un poco generacional, busqué los periódicos locales para entender mi nuevo entorno. Pero el diario principal era demasiado noticioso: no lo entendía por falta de conocimiento. El semanario gratuito tiene un ángulo editorial difuso que no entendí. Luego están los periódicos mensuales zonales, donde la vida transcurre con lentitud desesperante. Que una artista pintaba un mural en mi barrio fue noticia de tapa en julio. Que ya casi terminaba, en agosto. Me sentía como un marciano.
Lo que me ayudó a bajar de la nave espacial fue Nextdoor, una "red social privada". Su diseño poco llamativo, entre un blog y un foro de discusión, ocultaba un valor enorme. Pronto lo descubrí, gracias al caso de la Taberna Seabreeze.
La gente entra a Nextdoor por invitación y con su nombre y domicilio reales. Sólo puede sumarse al sitio de su barrio. Cualquiera puede postear, hay un botón para "agradecer" y otro para dar la bienvenida a los nuevos.
Es una manera directa de enterarse de información hiperlocal, ese supuesto Santo Grial con el que muchas organizaciones noticiosas pensaban salvarse hace un tiempo. Pero, además de las noticias de los diarios, Nextdoor ocupa el lugar de los clasificados, de la pizarra de anuncios comunitarios, de los papeles pegados en los postes porque se te perdió el gato. También es bolsa de empleo, boletín de calificaciones de servicios, foro político y plataforma de compra-venta.
Cuando el alguacil del condado allanó la taberna porque vendían marihuana, el diario Santa Cruz Sentinel cumplió con la crónica policial de siempre: datos básicos, contexto mínimo, verbos condicionales hasta que se demuestre lo contrario.
Los vecinos en Nextdoor contaron una historia mucho más completa en sus 138 comentarios. Me enteré de que el dueño no le caía simpático a nadie, que lo habían denunciado varias veces, que tenía una deuda grande con el condado. Y de todos los chismes habidos y por haber.
Claro, uno elige a quién creerle. No hay edición ni verificación, aunque sí hay vecinos voluntarios que vigilan ciertas reglas de convivencia.
Día tras día, descubrí la utilidad de la plataforma. Pregunté a los vecinos su velocidad de internet y descubrí que tenía el proveedor más lento. Gracias a uno que averiguó y posteó, me enteré hasta cuándo iba a estar la obra que cortaba la calle todas las mañanas. Entendí que el sedimento blanco en la tetera es por los minerales que tiene el agua y no es nocivo. Encontré recomendaciones de plomeros, jardineros, planchadores, tutores de matemática, niñeras y más. Un agente inmobiliario me pasó precios de ventas recientes de casas. Leí sobre avistamientos de coyotes, ciervos, perros sueltos, grafiteros y conductores agresivos. Recibí alertas de la cuenta oficial del alguacil sobre fraudes telefónicos y una camioneta blanca que merodeaba la zona.
Obviamente, también hay lugar para la banalidad de la vida suburbana, como las quejas de la señora a la que le molesta el ruido de los aviones cuando trabaja en el jardín. Y la mayoría de los posts son tan específicos que se vuelven irrelevantes. Pero con darle un vistazo de un minuto a las novedades, al menos sientes que estás al tanto de lo que pasa en el barrio… sin tener que hablar con los vecinos.
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