La verdad brutal
Los cuentos de Pollock están habitados por un desparramo de personajes atrofiados: alcohólicos, drogadictos, ladrones, prostitutas, enfermos terminales y asesinos.
No tengo memoria de un libro de cuentos tan bien escrito, tan parejo y aplastante como Knockemstiff (Literatura Random House), del norteamericano Donald Ray Pollock (1954). Quizás el paralelo más ajustado sea Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez. Y la cercanía no es sólo por su temática. También por la vuelta larga que debieron dar ambos autores antes de publicar: fueron obreros, trabajaron en fábricas y conocieron el mundo real. En este caso, el libro de Pollock, su libro debut, apareció cuando el autor tenía 54 años.
Todos los relatos están situados en un pueblo llamado, más en broma, más en serio, Knockemstiff ("Déjalo(s) tieso(s) [de un aletazo]"). Es el sur de Ohio, la Norteamérica profunda, blanca, rural y, como en muchos casos, donde el sueño americano se olvidó hace rato y lo único que importa son dos cosas: pasar el día y que nadie te venga a romper las pelotas. Sus habitantes tienen suficiente con el calor atómico del verano, con el frío del invierno y con la tristeza y el hastío que arrastran por décadas.
Los cuentos de Pollock están habitados por un desparramo de alcohólicos, drogadictos, ladrones, retrasados mentales, prostitutas, enfermos terminales, asesinos, mirones, vagos, trabajadores mal pagados, contrabandistas, embusteros, locos malhablados, obesos mórbidos, ermitaños y adictos al gimnasio con el cuerpo y el cerebro atrofiados por los esteroides.
De seguro que este ramillete hará huir al lector de estómago débil. Pero es en el lado torcido, en aquello que no queremos ver, donde Pollock se instala para hablarnos de seres humanos en todos los sentidos en que el término pueda soportar. Además, provoca un efecto curioso: cualquiera podría ser cualquiera. Los personajes aparecen y desaparecen en cada una de las dieciocho historias; entran y salen dándole vida al pueblo y al libro en general. Pollock no te dice si lo que cuenta es mejor o peor que algo. Sólo te dice que existe y lo muestra de manera tan eficaz que resiste el chirrido de la traducción española pensada sólo para españoles.
Tal como su compatriota Bonnie Jo Campbell se hace cargo de los adictos a la metanfetamina de Michigan en los cuentos de American Salvage, Pollock logra que las historias del Ohio con menos fe en el progreso hagan sentido desde argumentos minúsculos y resueltos en poco más de diez páginas. A medida que avanzan los relatos, el pueblo (es un decir) crece, se expande, aunque sea de la mano de una fábrica de papel que arroja nubes tóxicas y de otra de plástico donde la mitad de los trabajadores han sufrido quemaduras en accidentes laborales.
Knockemstiff no es un libro que entrará al ranking de los más vendidos. Por supuesto que no, y es mejor así. Para que quede en secreto entre quienes lo hemos leído gracias al dato de un amigo. Eso ocurre con la buena literatura, con esa clase de libros en los que no sales como entraste. Algo pasó. Algo perdiste. Algo ganaste.
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