Solo bastó un minuto y 49 segundos para que las ráfagas de disparos acabaran con la vida de una decena de personas, al interior de las oficinas del semanario francés Charlie Hebdo.
Esa mañana del 7 de enero de 2015, en el distrito XI de París, dos yihadistas equipados con fusiles Kalashnikov y otras armas se dirigieron al número 6 de la calle Nicolas-Appert.
Eran hermanos y sus nombres eran Saïd y Chérif Kouachi, de 35 y 32 años, respectivamente.
Ambos estaban vestidos completamente de negro y tenían pasamontañas que cubrían sus rostros.
Al llegar a la dirección que tenían anotada como la sede de Charlie Hebdo, se percataron de que se habían equivocado: el semanario se había cambiado hace un año.
Sin embargo, la nueva locación estaba cerca: era el número 10 de la misma calle.
Durante ese corto trayecto, los hermanos Kouachi abrieron fuego contra dos trabajadores de la empresa Sodexo. Uno de ellos falleció, Frederic Boisseau.
Cuando llegaron al lugar que buscaban, se encontraron con una dibujante llamada Corinne Rey (“Coco”) y no dudaron en usarla como rehén.
Después de todo, su objetivo era uno solo: asesinar a sangre fría a los empleados y directivos del semanario.
Los criminales obligaron a “Coco” a que les facilitara el código de la puerta. Consciente de lo que iba a suceder, ella trató de despistarlos, pero no hubo caso: los Kouachi pudieron entrar a ese segundo piso del edificio.
Con sus fusiles de asalto en mano, buscaron al director del medio, Stephane Charbonnier (“Charb”) y lo acribillaron.
Acto seguido, apretaron el gatillo contra las personas que tenían en la mira.
Fueron más de 50 disparos que ocurrieron en ese reducido tiempo de un minuto y 49 segundos.
Tras desatar la masacre, salieron del edificio y escaparon en el Citroën C3 II que habían estacionado en la calle Nicolas-Appert.
Durante su fuga, se toparon con agentes de policía con los que intercambiaron disparos.
En medio de ese violento escenario, en un momento se detuvieron en una calle que era vigilada por el agente Ahmed Merabet.
Se bajaron y apuntaron sus balas hacia él. También murió.
Luego, volvieron al auto y continuaron su escape hasta que chocaron con otro vehículo en las cercanías de la Plaza Colonel Fabien.
Aquello llevó a que se robaran uno, un Renault Clio, y siguieran a toda velocidad con su plan de fugarse.
Así, lograron salir de la apodada Ciudad de la Luz por la Porte de Pantin.
En total, los hermanos Kouachi asesinaron a 12 personas ese 7 de enero.
Francia estaba de luto y las informaciones sobre el atentado terrorista en la sede de Charlie Hebdo colmaban los titulares de los medios internacionales.
A raíz de este trágico evento, las autoridades destinaron a más de 80.000 efectivos de las fuerzas de seguridad para encontrarlos, según datos rescatados por Infobae.
Dos días después, el 9 de enero, dieron con ellos en la comuna de Dammartin-en-Goele, ubicada a unos 50 kilómetros de París.
Para evitar —o demorar— su captura, los Kouachi tomaron como rehenes a los trabajadores de una empresa de señalización.
Cuando salieron del edificio para encarar a la policía mientras disparaban sus fusiles de asalto, fueron abatidos por los agentes.
Las víctimas del atentado y las controversias de Charlie Hebdo
Junto con asesinar a Boisseau, Charbonnier y Merabet, acabaron con la vida de nueve personas en las oficinas del semanario francés.
Al policía y escolta de “Charb”, Frank Brinsolaro; a los dibujantes y colaboradores Georges Wolinski (“Wolinski”), Jean Cabut (“Cabú”), Bernard Verlhac (“Tignous”), Phillippe Honoré (“Honoré”); al economista y escritor Bernard Maris (“Oncle Bernard”); a la psiquiatra y psicoanalista que escribía columnas Elsa Cayat; al corrector Mustapha Ourad; y al periodista Michel Renaud, quien se encontraba ahí porque “Cabú” lo había invitado.
También, otros de los caricaturistas, reporteros y directivos que se encontraban presentes resultaron heridos, tales como Philippe Lancon, Fabrice Nicolino, Simón Fieschi y el artista Laurent Sourisseau (“Riss”)
Posteriormente, este último publicó un libro titulado Un minuto y cuarenta y nueve segundos, en el que reflexiona sobre el atentado que terminó con el fallecimiento de sus amigos y que quedó marcado en la historia de Francia.
Otras personas que se encontraban en el lugar pudieron salir ilesas. Entre ellas, “Coco”, la caricaturista que los Kouachi tomaron como rehén para entrar al edificio.
Después de los ataques, la periodista que estuvo presente ese día, Sigolene Vinson, declaró que uno de los atacantes le dijo antes de asesinar a sus compañeros: “Nosotros no matamos mujeres, pero tienes que convertirte al islam y usar el velo”.
Asimismo, se supo que durante el ataque gritaron: “Alá es el más grande”.
A lo largo de su ajetreada historia, Charlie Hebdo se ha caracterizado por ser una revista con textos y caricaturas controversiales, que utiliza el humor negro para referirse de forma irreverente e irónica a las esferas de poder y los personajes públicos.
Esto también incluye representaciones gráficas de líderes religiosos como Mahoma, entre otros de distintas creencias.
Dicho carácter llevó a que algunas personas y comunidades manifestaran oposición a sus publicaciones.
Por ejemplo, en cuanto a sus dibujos burlescos de Mahoma, en 2006 fueron demandados por autoridades islámicas francesas por “injurias públicas contra un grupo de personas en razón de su religión”, pero fueron absueltos bajo el fundamento de la libertad de expresión.
Más adelante, en noviembre de 2011, su sede fue atacada con bombas molotov.
Como respuesta, una semana después publicaron una portada en la que se retraba a un beso entre un musulmán y un dibujante del medio.
“El amor es más fuerte que el odio”, se leía en la tapa.
Cuatro días después del atentado que terminó con 12 bajas, cerca de dos millones de personas —entre ellas líderes locales e internacionales— participaron en una marcha por la unidad nacional.
La frase “Je suis Charlie” (”Yo soy Charlie”) se vociferó por todo el globo como una muestra de apoyo a la libertad de expresión.
Un atentado paralelo y el joven musulmán que salvó vidas en un supermercado
El 8 de enero de 2015, un día después del ataque a la sede de Charlie Hebdo, un sujeto de 23 años llamado Amedy Coulibaly asesinó a una policía e hirió de gravedad a un civil.
Aquel individuo, al igual que Chérif Kouachi, había sido discípulo del terrorista argelino Djamel Beghal, quien posteriormente fue deportado en 2015.
Los hermanos eran identificados por las autoridades como “yihadistas activos”, mientras que Coulibaly iba sumando cada vez más delitos a su historial.
Un día más tarde, el 9 de dicho mes, Coulibaly asaltó un supermercado judío llamado Hyper Cacher, ubicado en Porte de Vincennes, al este de París.
Asesinó con un fusil a cuatro judíos que se encontraban ahí y tomó como rehenes al resto de los presentes.
Durante esos momentos de tensión en los que predominaba el miedo y la incertidumbre, un inmigrante musulmán indocumentado de 24 años que trabaja en el lugar, Lassana Bathily, logró escoltar a un grupo de seis clientes —incluido un bebé— hacia una cámara frigorífica.
Pese a la amenaza que significaba Coulibaly, los llevó a ese lugar, apagó la refrigeración y les pidió que se quedaran ahí hasta que fuese seguro salir.
Luego volvió y les ofreció escapar en un montacargas, pero nadie aceptó.
Ante la negativa, decidió salir solo del local para ofrecer su ayuda a la policía. Sin embargo, en un inicio los agentes pensaron que era un cómplice de Coulibaly.
“Mi vida corrió casi más peligro fuera que dentro. Si no hubiese obedecido a la policía, me podían haber matado”, recordó en declaraciones rescatadas por El País.
Estuvo una hora y media esposado en un furgón mientras era interrogado, hasta que unos compañeros de trabajo aseguraron que efectivamente era un empleado.
Ya con su confianza, les dio informaciones necesarias para ayudarlos a abatir al agresor sin poner en riesgo a quienes estaban dentro.
La operación resultó y pudieron acabar con Coulibaly sin que murieran más víctimas.
El heroísmo de Bathily en medio de una situación tan compleja llevó a que fuese felicitado por el entonces presidente francés, Françoise Hollande, quien facilitó que se le diera la ciudadanía.
Por su parte, él expresó: “Somos hermanos. No es una cuestión de judíos, cristianos o musulmanes. Estamos todos en el mismo barco y nos tenemos que ayudar para salir adelante”.
Tiempo después, publicó un libro autobiográfico titulado Je ne suis pas un héros (en español, No soy un héroe).