Es una de las palabras más utilizadas cuando una persona quiere referirse a otra de forma despectiva o aludiendo a sus capacidades de razonamiento.
El término “idiota” es definido por la Real Academia Española (RAE) de la siguiente manera:
1. adj. Tonto o corto de entendimiento. U. t. c. s. U. t. c. insulto.
2. adj. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.
Si bien, es probable que a lo largo de tu vida hayas escuchado (y expresado) esta palabra con ese significado en mente, este no siempre ha sido el mismo.
De hecho, su origen tiene una profunda relación con la política y actualmente hay estudiosos que creen que su interpretación original debería retomarse, con el objetivo de potenciar el pensamiento crítico en la sociedad.
El origen de la palabra “idiota”
Viene del griego ἰδιώτης idiṓtēs y en un inicio no era un adjetivo de carácter insultante ni tampoco aludía a la inteligencia de otra persona.
Más bien, “idiota” hacía referencia a un ciudado privado, a alguiente que se mantenía al margen de la vida pública y no era un erudito o participaba en asuntos de la comunidad.
Aquello era especialmente importante para los griegos y su concepto de democracia.
Tanto, que según rescató la BBC, Pericles pensaba que quien no contribuía a los debates era considerado “no como falto de ambición, sino como absolutamente inútil”.
En otras palabras, mantener solo una vida privada (y no una pública) era interpretado como el abandono de un deber clave.
En su libro La idea de una comunidad democrática (Pearson Higher Education, 1989), el escritor Christopher Berry explica que “si la conducta y el discurso de un hombre dejaban de ser políticos, se volvían idiotas: egocéntricos, indiferentes a las necesidades de su prójimo, inconsecuentes en sí mismos”.
Con el tiempo, “idiota” pasó de su significado original a convertirse en un término peyorativo para las personas que renunciaban a sus deberes políticos. Y luego, adquirió el carácter que hoy es definido por la RAE.
Uno de los puntos que contribuyó a esto último, fue que a principios de siglo XX los psicólogos franceses Alfred Binet y Theodore Simon crearon la primera prueba de inteligencia moderna.
Esta tenía el objetivo de calcular el coeficiente intelectual, en base a si los niños podían hacer exitosamente actividades como apuntar a su nariz y contar monedas.
A partir de aquello, crearon clasificaciones en las que si alguien presentaba un CI superior a 70, era “normal”, mientras que si contaba con más de 130, era “superdotado”.
Por otro lado, inventaron una nomenclatura para los adultos que tenían menos de 70.
Si uno tenía una edad mental menor que la de 3 años, era un “idiota”. Si estaba entre 3 y 7, era un “imbécil”. Y si se posicionaba entre 7 y 10, era un “débil mental”.
Fue ahí cuando el término pasó a ser usado en contextos legales y psiquiátricos, además de fortalecer el significado que se tiene actualmente de la palabra.
Lo último, también contribuyó a que algunos usaran “idiota” para insultar a otras personas, haciendo referencia a sus capacidades mentales.
Es por eso que en las décadas posteriores ciertas culturas dejaron de usar esas palabras en el ámbito clínico, ya que habían adquirido un carácter ofensivo.
Sin embargo, hasta la actualidad, si buscas la palabra “idiocia” en el diccionario de la RAE verás que es definida como un “trastorno caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o adquirida en las primeras edades de la vida”.
Por qué hay académicos que quieren que se retome el significado original
El especialista en educación cívica y académico de la Universidad de Washington, Walter C. Parker, manifestó al citado medio que el significado que utilizaban los griegos puede ayudar a comprender la democracia y el actuar de los ciudadanos.
“En las democracias liberales es el pueblo el que gobierna”, explicó el profesor, por lo que la participación cumple con un rol esencial en el desarrollo sociopolítico.
Parker enfatizó que, para Aristóteles, “un idiota es aquel cuya vida privada es su única preocupación, alguien que no toma iniciativa en política”.
“Son personas inmaduras, con un desarrollo truncado, que pueden tener una vida social, pero no una vida pública”, añadió.
Bajo esta línea, dijo que existen: la vida privada, la social y la pública
“Y para ser un individuo floreciente y prosperar, se necesitan las tres”.
El académico de la Universidad de Washington recurrió al trabajo de la historiadora y filósofa Hannah Arendt, a quien considera la que mejores conclusiones ha sacado sobre este tópico después de Aristóteles.
“Básicamente, dice que todos podemos tener una vida social (con nuestros amigos y familiares, redes sociales, trabajo, juego), sin necesariamente tener una vida pública. Una vida pública es una vida política”.
Asimismo, Parker hizo referencia a lo planteado por Platón en La República.
“El ideal de la democracia liberal es que nosotros, el pueblo, participemos, estableciendo el gobierno y creando las reglas según las cuales viviremos juntos sin desgarrarnos, y trataremos de defendernos del tipo de vida pública que no queremos. Pero el idiota rechaza todo eso. Simplemente se entierra en su vida privada y en su vida social, con lo que arriesga que seamos gobernados por quienes menos deseamos”.
Debido a tales puntos, el académico planteó que el término original debería recuperarse, ya que “nos sirve para hablar de lo que significa desarrollar una voz política”.
Junto con ello, sugirió que “hay que promover el debate de temas públicos controvertidos” desde la etapa escolar, ya que aunque las opiniones puedan ser contrarias, esas instancias ayudarán a potenciar el pensamiento crítico y a evitar la indiferencia frente a lo que ocurre en la sociedad.
De la misma manera, dijo que la vida pública —como se entiende en este contexto— convive con las social y la privada, por lo que es que una vaya en detrimento de las otras dos.
“El objetivo de reclamar el término idiotez no es negar o descartar de ninguna manera la importancia de la vida privada o social, que son tan cruciales para nuestro florecimiento como seres humanos. Ahí es donde existe nuestra familia, nuestros amigos y nuestro trabajo. Pero la persona pública es el eslabón perdido, si se quiere, para hacer posible que vivamos juntos en sociedad con nuestras diferencias intactas”.