Desde Estados Unidos llegó el reconocido artista uruguayo Luis Camnitzer (83), para internarse en el pueblo de Lo Zárate, a 15 kilómetros de Cartagena, en la V Región. Ahí lo esperaban 130 personas, que al igual que él llegaron al país para construir en apenas 45 días la primera escuela sustentable en Chile.
Divididos entre 8 casas y varias carpas, se hospedan los voluntarios y estudiantes en la parcela rural “Sol de Luna”. Luis es de los pocos que no comparte habitación. Esa mañana está sentado en la casa principal, que también se utiliza como oficina, y aunque afuera se pasean jóvenes y niños gritando, él sigue concentrado trabajando en su computador. A diferencia de los demás voluntarios, se ve impecable, viste una polera polo negra y jeans azules, anteojos de marco oscuro y sobre sus ojos azules, se dejan ver sus características cejas despeinadas.
El artista del Guggenheim llegó para liderar durante una semana la residencia artística de Una Escuela Sustentable. El proyecto trata de una escuela pública construida por la fundación uruguaya Tagma, que además de una construcción ecológica, bioclimática y basada en la permacultura, busca dejar un sello en el sistema educativo. Ahí entra Camnitzer, junto a la fundación Arte Como Educación (ACE), que quiere implementar una metodología preparando a educadores para fomentar el pensamiento artístico y que así que más allá del edificio, exista también una cultura sustentable en la educación.
Abandonar el ego
Desde que entró a estudiar Arte con apenas 16 años a la Escuela de Bellas Artes de Uruguay, Luis Camnitzer sabía que tenía una inquietud por la pedagogía. Por una parte, estaba en desacuerdo con el sistema universitario del arte y, por la otra, iba descubriendo que el pensamiento artístico era esencial para la pedagogía. Luego llegó a la academia de Munich, y recibió la Beca Guggenheim en 1961, cuando decidió echar raíces en Estados Unidos. En los siguientes años desarrolló su carrera convirtiéndose en un personaje central del arte conceptual de los 70.
El año 2007, en un acto de rebeldía, Camnitzer creó sin querer lo que sería su lema de artista y su obra más popular. Recuerda que trabajaba en un museo -cuyo nombre prefiere no mencionar- como asesor pedagógico y, al presentar un proyecto, el director lo interrumpió. “Esto es un museo, no es una escuela”, le dijo reprobando la propuesta. “Me fui muy enojado a casa. Entonces lo que hice fue agarrar la fachada del museo e hice un Photoshop”, cuenta el uruguayo. La imagen que había intervenido decía: “El museo es una escuela: el artista aprende a comunicarse, el público aprende a hacer conexiones”. “Esa fue mi bofetada, y en el proceso me di cuenta de que era una buena obra”, recuerda riendo Camnitzer. Al poco tiempo tenía una muestra en el Museo del Barrio en Nueva York y le propuso a su curadora hacer realidad lo que había ilustrado, ella aceptó y lo invitó a exponer durante siete meses. 10 años más tarde la frase sigue estampada en la entrada del museo. Al día de hoy, la obra ha sido proyectada en las paredes de distintos museos alrededor del mundo, como el Guggenheim en Estados Unidos y el Reina Sofía en España. Incluso está impresa de manera permanente en la pared del Museo de la Memoria chileno.
Para Camnitzer esa breve frase refleja la trascendencia del objeto y del nombre del artista. “Es una obra que en realidad, no importa como obra, no importa que es mía. No es una colección de arte, sino una promoción del museo con esa imagen. Es un contrato entre el artista y el público, en la que al anunciarle al público que el museo es una escuela, también hay un compromiso de hacerlo. Como dice la frase, que el público aprenda a hacer conexiones”, cuenta.
Así fue que Camnitzer decidió dar un giro y dejar su firma de lado para enfocarse en organizaciones y comunidades. “Fue un proceso de ir anulando el ego. Muy recientemente me doy cuenta que el triunfo máximo es el anonimato. Algo que lentamente el individuo va logrando, contribuciones que son absorbidas por el colectivo”, dice.
Luego de trabajar por años en organizaciones que buscaban influir en la educación, el año 2013 se reunió con sus amigas María del Carmen González y Sofía Quirós para crear un proyecto que plantea el arte como modelo pedagógico y filosófico. Lo llamaron Arte como Educación (ACE) y es en lo que trabajan actualmente unidos a Una Escuela Sustentable.
Sustentabilidad pedagógica
Una Escuela Sustentable es un proyecto de la fundación uruguaya Tagma que busca transformar escuelas públicas en zonas rurales de Latinoamérica en edificios sustentables. La construcción está hecha con residuos y productos locales, el diseño fue creado en base a las necesidades de la comunidad y al máximo aprovechamiento de los recursos, como el agua y energías renovables. En 2017 los jóvenes de la organización construyeron la primera escuela en Uruguay, luego en Argentina, este año en Chile y el próximo esperan que sea en Colombia, para así dejar un ejemplo de construcción sustentable en cada país de la zona.
A la escuela de Lo Zárate asisten actualmente cerca de 50 niños, y quedará preparada para recibir hasta cien. En la comunidad viven 400 personas, que han participado del proyecto desde una primera instancia.
Para la construcción trabajan más de un centenar de estudiantes. Algunos de ellos postulan al proyecto para aprender sobre este tipo de construcción y otros para capacitarse en el área de la educación artística. En total, más de 130 personas levantarán en 45 días el nuevo establecimiento. El proyecto se financia por aportes públicos y privados. Inicialmente, la Municipalidad de Cartagena facilitó algunas herramientas. También hubo contribuciones de Omo y de la fundación National Geographic. Luego, organizaciones más pequeñas como Bioaislant y Rootman Sustentabilidad se fueron sumando con la producción propia.
Al no integrar el arte en la educación general estás amputando el cerebro de los estudiantes
Luis Camnitzer
Quien reclutó a Luis Camnitzer en el proyecto fue Ana Gotta, ejecutiva de la plataforma uruguaya SOA Arte Contemporáneo, dedicada a la difusión artística, quienes habían conectado con la fundación Tagma para proponerles trabajar juntos en la formación de la escuela. Sotta cuenta que fueron donde Camnitzer justamente por su propuesta pedagógica del arte. Entusiasmado, Camnitzer creó junto a sus compañeras la Residencia Artística que estaría a cargo de preparar a educadores que creyeran en este sistema.
La residencia busca entender el arte como herramienta para poder lograr un cambio en el equipo educativo. Actualmente son poco más de diez educadores en ese camino. Ocho de ellos son profesores en la escuela de Lo Zárate. La reflexión es la clave, el cuestionamiento de lo establecido. Gotta lo resume así: “¿Cómo educamos y para qué educamos, y desde qué lugar el pedagogo se para frente al estudiante?, ¿quién es ese estudiante y para qué mundo se va a formar?, ¿somos portadores de información o en realidad somos herramientas para generar seres más críticos que puedan tomar sus propias decisiones?”.
Camnitzer está encargado de guiar durante una semana a los residentes con sus propuestas para la escuela. En las mañanas da charlas , en las tardes se sienta con cada uno para darle vueltas a lo que buscan dejar en Chile
-Qué busca transmitirles a los profesores?
Uno de los problemas que tienen los maestros en general, es que si no tuvieron una preparación artística tradicional, sienten que no tienen derecho a discutir arte. Y no se trata de eso. Si yo no sé pintar no voy a enseñar a pintar, pero si piensan “¿cómo integro la imaginación, el absurdo, el fracaso, el ver qué pasa?”. Pensando así te abro las posibilidades como estudiante. Eso es un cambio de actitud, es una mirada.
El arte de la reflexión
“Mi ambición modestamente es cambiar el sistema educativo de todo el mundo y tengo conciencia de que no lo voy a lograr, pero cada grano de arena que pongo en ese esfuerzo va a tener algún efecto que es mayor que poner una obra en la pared y tener gente viéndola, ignorándola, comparándola o no importa”, agrega el artista. “Ahí estoy trabajando con un grupo muy reducido de gente al hacer arte y aquí estoy trabajando con algo muy grande como es la educación”.
-¿Qué es lo que tanto le llama la atención del arte en el área educativa?
Para mí en la palabra arte hay dos significados que no tienen mucho que ver uno con otro: uno es arte como producción de cosas, que es lo más convencional y lo que se muestra, y lo otro es arte como una metodología de conocimiento donde procesar y generar conocimiento. Eso es lo que a mí me interesa. Para mí lo importante es partir de la imaginación total y después negociar con la realidad.
“Al no integrar el arte en la educación general estás amputando el cerebro de los estudiantes”, agrega luego. “La educación en ese sentido está vista convencionalmente como una forma de entrenamiento, no en una forma de maduración como incentivo. Si se trata de hacer arte, aprender a pintar, que los niños corten y peguen, y hagan cosas lindas, no. Eso es una pérdida de tiempo. Hay una contradicción incluso de metas competitivas en el sistema educativo, pero pasando el arte a una forma de procesar conocimiento y enfrentar la ignorancia de una forma libre, no de una forma predeterminada. Ahí es donde estás educando realmente”.
-¿Qué es lo que quieren dejar acá en la escuela pública de Lo Zárate?
La función fundamental es trascender la sustentabilidad física de la escuela, convertirlo en una sustentabilidad cultural. El peligro de la sustentabilidad física es que una vez que está el edificio terminó el proyecto, nos vamos y ya. O sea, sigue el trabajo de ahorrar energía y todo eso, pero en términos educativos no cambia nada. Y lo que me interesa es crear una dinámica que genere más dinámicas. No solo en la escuela, sino que en el pueblo también.
-¿Percibe alguna diferencia a este respecto en el sistema de educación chileno y el uruguayo?
Diría que no, yo creo que eso es bastante universal, por eso quiero cambiar el sistema mundial.
-Ya empezó por algo…
De Lo Zárate al mundo.