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Tanto en esa como en la que estás ahora, el investigador especialista en atrapar asesinos seriales, César Arenas, quien hoy se dedica a labores de consultoría como abogado, cuenta a La Tercera en Colombia cómo se desarrolló el caso de Luis Alfredo Garavito, en el que participó.

A dicho criminal se le atribuyen cerca de 200 muertes de niños, aunque se presume que las cifras pueden ser significativamente mayores.

En este artículo de dos partes (esta es la segunda), Arenas recuerda desde cómo organizaron una rifa para costear traslados en el marco de la investigación hasta cómo dieron con su paradero a partir de maletas ocultas.

Además, aborda cómo fueron los diálogos que permitieron identificar a gran parte de las víctimas y que llevaron a que recibiera lo que menos esperaba: un apretado abrazo de Garavito y sus deseos de feliz cumpleaños.

El recluso falleció el pasado 12 de octubre de 2023 en un hospital de Valledupar. Tenía 66 años y enfrentaba un cáncer de ojo y una leucemia. Asimismo, cumplía condena en la cárcel de La Tramacúa, en el norte del país sudamericano.

Garavito: cómo fueron los interrogatorios con el asesino serial de niños, según el detective que lideró la investigación. Foto: Luis Alfredo Garavito.

¿Cómo fueron las interacciones con él durante los interrogatorios?

—Cuando lo capturamos, él ya tenía una investigación y una condena de 42 años por un caso que estaba comprobado.

Me decía: “Yo puedo quedarme en silencio y no hablar nada en la indagatoria de ustedes, porque ya estoy condenado. ¿Qué más me puede hacer el Estado? Ya tengo una condena, voy a la cárcel. No tendría por qué hablar más”.

Pero nosotros sí necesitábamos información para identificar nuevas víctimas que no sabíamos que existían. Información para identificar a ciertos cadáveres que no sabíamos de quiénes eran e información para hallar otros cuerpos que nunca habíamos encontrado.

Logramos eso con él: la confesión, darle identidad a muchos restos óseos y encontrar otros cuerpos de los que nunca supimos.

¿Por qué cree que quiso colaborar en los peritajes?

Porque lo tratamos bien. No en el sentido de complacerlo, sino que en el de ser serios con él. Finalmente, no iba a ser yo, sino la ley colombiana, la que lo iba a condenar a una pena en una cárcel, como efectivamente fue.

Él fue amable, yo simplemente fui cordial, profesional. Hasta los detenidos tienen que tener un trato digno. Y necesitábamos información.

Usted menciona en su escrito sobre el caso que también hablaba con Garavito por teléfono para encontrar cadáveres y que él incluso lo saludó para su cumpleaños. Si consideramos la premisa de que tenía rasgos narcisistas y psicopáticos, ¿qué podríamos inferir de esa disposición a interactuar?

Es extraño. Garavito, en mi concepto, se estuvo preparando para su “momento de gloria”. Y lo digo porque cuando nosotros lo investigamos encontramos las maletas en diferentes partes del país, con documentación que él había dejado.

Cuando recogimos las cuatro y necesitábamos armar una indagatoria, ya eran 200 muertos, muchas violaciones. No sabíamos cómo empezar, uno no está entrenado ni preparado para eso. ¿Qué le iba a preguntar? ¿Cuáles eran los pasos? Hablábamos de 200.

Ya había aceptado ser el homicida, pero necesitábamos hablar de cada caso, uno a uno.

Además, teníamos que saber detalles, porque no es lo mismo imputarle un homicidio simple que uno agravado o con una violación. Eran varias las conductas delictivas que pudo haber cometido y con cada muerte había una imputación diferente.

También necesitábamos comprobarlo y tener la verdad. No podíamos confiarnos de todo lo que nos pudiese decir, pero finalmente, nos dimos cuenta de que era perfeccionista, quería detallarnos cada caso.

Incluso, cuando estábamos en indagatoria, me llegaban muchas consultas de diferentes partes del país. Me mandaban el expediente y me decían: “César, pregúntele a Garavito si él mató al niño del documento que la acabo de remitir”. Por ejemplo, de un niño que murió el 3 de enero de 1996 en Cali.

Yo revisaba y decía: “No fue Garavito, porque en esa fecha no estaba en Cali, estaba en otra parte” o “no fue él porque era una niña y él mataba niños” o “no, porque su modo delictivo era diferente”.

Hubo algunos casos en los que tal vez tuve alguna duda y le preguntamos a él: “Alfredo, hay un caso de tal lugar,¿usted fue el autor?”.

Él era contundente en decir “sí fui” o “no fui”. Aceptar uno o aceptar 200 para él significaba lo mismo, porque en Colombia hay una sola pena. Y si decía que sí, quería demostrarnos por qué.

Fue ahí cuando decidimos entregarle las evidencias, los calendarios, fotos, boletos de bus y diarios. Se los poníamos sobre la mesa e iba argumentando (...) Yo tenía en mi mente a Garavito, sabía día a día dónde estuvo, porque hicimos cuadros con su vida. Además, conocía aspectos como, por ejemplo, el lugar de los hechos.

Entonces, cuando él explicaba sus casos, se dio cuenta de que yo conocía.

¿Cómo cree que él lo veía a usted desde su imaginario?

Él sentía que había alguien que lo entendía, que estuvo donde él estuvo. Garavito sabía que había alguien que podía decir si sus declaraciones eran verdad o mentira, porque yo tenía evidencia.

Decía: “César, ¿se acuerda que usted contó que estuvo en tal sitio? Ahí yo dejé un cuerpo”.

Y yo respondía: “¿Dónde está el palo? ¿La casa amarilla, el árbol de mango?”.

“Claro, ahí fue”.

Ellos, en su baja autoestima, buscan personas que los comprendan o que al menos así se lo hagan sentir. Siempre quieren justificar su conducta. “No, yo maté porque…”, siempre dicen eso y nunca aceptan la culpa.

Garavito sentía que yo conocía el caso y que no lo juzgaba. Lo más fácil era decirle: “Usted es un asesino, despiadado, una bestia”.

Si yo le hubiera dicho eso a él, simplemente se hubiera cruzado de brazos y nunca me hubiese dado la información.

No lo traté de esa manera, simplemente fuimos firmes con él, no complacientes, firmes. Creo que así se sintió en confianza de darme mucha información.

Y cuando lo saludó por su cumpleaños, ¿cómo fue la actitud de Garavito?

—Terminamos la indagatoria a finales de 1999, estábamos con un fiscal y con un asistente. Después yo volví en solitario para hablar con él, porque había mucha información de cuerpos encontrados y de desaparecidos.

Pero uno no puede decir que si en una ciudad hay dos desaparecidos y hay dos cuerpos, esos corresponden, porque los desaparecidos de aquí pueden estar en otro municipio. No necesariamente tienen que coincidir, pero necesitaba darle identidad a esos desaparecidos y a esos cuerpos.

Entonces, por ejemplo, le preguntaba: “Un cuerpo que encontramos el 3 de julio de 1996 en Yopal… ¿Quién era ese niño?”.

Me decía: “Ese recuerdo que trabajaba en una casa, limpiaba o pintaba casas y tenía una camiseta de con el logo de Disney”.

Yo buscaba entre los desaparecidos y leía: “Niño desaparecido en Yopal. La última vez fue visto con una camiseta de Disney”. “Ah, claro, coincide”.

Era importante saber de quién era ese cuerpo. No era una prueba definitiva, pero podíamos hacer tests de ADN entre los restos y los padres. Luego hacíamos cruces y corroborábamos. Podíamos identificar víctimas y así había que hacerlo con todas, una a una.

Debíamos darles identidad para que los padres supieran y por lo menos hicieran el duelo de que su hijo murió, porque lo más duro de la desaparición es el duelo. No saber qué pasó con su familiar, no saber dónde está. Tener incertidumbre.

De esa manera, por lo menos sabían que su hijo ya estaba muerto y podían llorarlo y enterrarlo, así sea muy desafortunada la situación.

Yo fui a eso a Villavicencio. Y el día de mi cumpleaños me sonaba mucho el celular, yo contestaba. Y entonces me consultó: “¿Por qué te llaman tanto?”.

“Porque estoy de cumpleaños hoy”.

“¡Ah! Feliz cumpleaños”.

Es extraño que él me lo haya dicho (más aún acompañado de un abrazo).

Garavito: cómo fueron los interrogatorios con el asesino serial de niños, según el detective que lideró la investigación. Foto: cortesía / César Arenas.

¿Cuál fue su tono?

Uno muy amable, muy cálido. Él tenía un dinero retenido de cuando fue su detención. No sé cómo hizo, si le pidió a un guardia el favor o a otra persona, pero me trajo un pequeño pastel.

Fue un poco irónico. Y bueno, seguimos la conversación.

Esto también me lleva a lo que leí sobre Andréi Chikatilo, el asesino de Rostov que mató a cerca de 52 personas y en quien se basa la película Ciudadano X (1995).

Es el caso más parecido a Garavito (...) cuando lo detienen en la cinta, el Fiscal General dice: “Yo tengo que entrevistar a Chikatilo, porque yo soy el Fiscal General”.

Pero una cosa es ser Fiscal General y otra es saber de asesinos seriales o de la conducta criminal. Es muy diferente.

Había un tiempo de 36 horas para obtener la verdad de Chikatilo. El argumento de él en ese momento fue decirle: “Usted es un gran asesino, una bestia. Debe confesar, porque cometió muchos crímenes y no siente culpa por lo que hizo”.

Pues, esa estrategia fue desafortunada. Primero porque fue violenta y segundo porque pretende que él sienta culpa. Los asesinos seriales no experimentan culpa, no entienden lo que es. Y por supuesto, el tiempo se iba acabando y Chikatilo no confesaba.

Luego entró un psiquiatra que había hecho un perfil criminal de él y le dice: “Don Andréi, buenos días”.

“Alguien me está saludando”, pensaría él.

“Yo he hecho un perfil suyo. Tal vez pueda ser acertado o quizás pueda estar equivocado. Si me equivoco, por favor dígame”.

¿Qué le está mostrando? Respeto. No está compartiendo su actividad criminal, pero lo está respetando. Se está bajando a su nivel.

Chikatilo todo el tiempo estuvo así (mirando hacia abajo), pero cuando el psiquiatra le dice eso, lo mira. Primera reacción.

Después empieza a leer el perfil que hizo.

“Usted fue una persona que nació en tal época. Fue abusado (...) Mató, hizo esto otro. Tal vez pasó condiciones muy difíciles y quizás no lo quiso hacer“, dice el psiquiatra.

Chikatilo no lo expresa, pero habrá pensado: “Por fin alguien me está entendiendo”.

Finalmente, confiesa: “Sí, yo maté”.

Las estrategias de entrevista fueron distintas. Una fue agresiva y en la otra el psiquiatra sabía que tenía una baja autoestima, así que simplemente y sin compartir lo que hizo, adoptó una técnica diferente para obtener la verdad.

Hoy pienso que de alguna forma nosotros lo tratamos de esa manera, porque era necesario para la investigación. Pensamos en las víctimas y en los familiares. Si hubiéramos tomado la otra actitud, nunca lo hubiésemos conseguido.

Anteriormente usted mencionó que sintió el acto del pastel como irónico. Si consideramos el perfil de Garavito, ¿cree que detrás de esa acción pudo haber una suerte de burla?

—Es una buena pregunta. No sabría responder. Siento que quería tener un amigo que lo comprendiera y no lo juzgara.

Durante muchas veces salíamos de la indagatoria, que duraban todo un día, y yo tenía que acompañarlo al baño.

En el trayecto me decía que el abogado público que tenía era “muy exagerado” en defenderlo tanto, ya que estaba pendiente de todo lo que él dijera quedara escrito como él lo dijo, sin que se cambiaran las palabras.

Yo le contestaba: “Alfredo, él está defendiendo sus intereses y velando por que no se le vulneren sus derechos”.

“Sí, pero él no debería ser tan agresivo”, respondía.

“No, Alfredo, ese es su papel. Usted tiene que tener un abogado defensor.”

Obviamente, el abogado no tuvo mucho que hacer, porque la investigación era muy fuerte, pero cumplía con su rol de defensor público de la mejor manera.

Creo que Garavito simplemente sentía que no lo juzgaba, pero yo sí lo hacía. Claro que sí, pero uno tiene que separar esos sentimientos.

Si uno toma partido, pierde la objetividad (...) hay que actuar de manera profesional, pensar también en las víctimas, porque cualquier acto que se haga inadecuadamente vulnera la investigación, los derechos del investigado y daña un caso.

Durante la investigación enfrentaron múltiples presiones y particularmente usted se esmeró en pensar como el agresor para finalmente descubrir su identidad. ¿Cómo se puede lidiar con esas cargas a nivel emocional?

Nos tocó agachar la cabeza muchas veces, aguantar las críticas, que nos dijeran “ineptos, incapaces”.

Con el tiempo pudimos sacar un resultado, pero en su momento duele que a uno lo critiquen injustamente, después de estar trabajando y pensando todo el tiempo en esto.

Sobre cómo manejarlo… la familia y los amigos son un apoyo impresionante, además de las actividades como el deporte.

Cuando yo he manejado mucho estrés en mi vida, investigando o asesorando en casos de este tipo, la gente me decía “tienes que relajarte” a través de actos como la meditación o el mindfulness.

Me di cuenta hace muchos años que con la cocina me ubico en el presente y me olvido de todo. Es maravilloso, porque atiendo a mis amigos y para mí es una válvula de escape.

Soy cristiano, católico, así que también me protegí rezando y pidiendo protección a Dios. Son las formas de uno protegerse, pero sí, la presión es mucha en este tipo de temas.

La última vez que estuvo con Garavito fue a inicios del 2000. ¿Después volvió a saber si, por ejemplo, preguntaba por usted?

No volví a tener noticias y no era necesario (...) mi trabajo concluyó en la búsqueda de los últimos cuerpos. La vida tiene que seguir, porque hay muchos casos esperando.

De hecho, apenas terminó ese, había otro de asesinos seriales y vi que lo estaban manejando mal. Así que yo, un poco entrometido, lo expresé y me pidieron que lo tomara.

Lo hice y lo pudimos resolver. Era el de Elber James Melchor Bañol (quien asesinaba estudiantes).

Después sucedieron muchos diferentes. Quien está en investigación tiene mucho trabajo.

Y sí, seguramente quedaron muchos cabos sueltos y fueron otros fiscales e investigadores para ampliar la información (en torno a los crímenes de Garavito)

Sé que fue así, pero la gran parte del caso bajo mi concepto estaba hecha y yo necesitaba dedicar mi experiencia y servicios a otros casos.

El mundo sigue y uno no se puede quedar en uno solo.