El sociólogo francés es una de las voces más escuchadas a la hora de analizar nuestra sociedad y su devenir, la hipermodernidad, donde todo es novedad, frescura, reemplazo. Desde su célebre ensayo La era del vacío, en 1983, ha mirado lúcidamente los cambios y las tendencias de una era que cambia sin parar.
Desde Grenoble, Francia, y por teléfono, conversa con Tendencias de La Tercera sobre cómo el Covid está condicionando -sí y no-, el futuro, las transformaciones más relevantes y lo que Chile debe hacer para construir un futuro sólido.
Comienza terciando en la discusión sobre cuánto y cómo cambiará el mundo en la pospandemia. “Creo que va a haber cambios, pero no va a cambiar todo”, dice.
-¿Qué cambiará?
-Bueno, más que cambios, eran tendencias que ya existían y que se van a amplificar. El teletrabajo, trabajar desde casa; la teleenseñanza, la telecompra, las videoconferencias… Hay personas que han utilizado más la bicicleta para circular, porque el transporte común se ha asociado a peligro. La telemedicina. Si usted quiere, el gran vencedor de esto es lo digital. Eran tendencias que ya existían, y que se acelerarán muchísimo en el futuro a raíz de esta crisis. En segundo lugar, ha cambiado la política económica, pienso en todo caso en Europa, que actualmente quiere construir una autonomía sanitaria, porque Europa estaba muy esclava o dependiente de China. Todo viene de China, los aparatos respiratorios, las mascarillas, los test… Todo eso fue producido allá, porque es menos caro y entonces no teníamos reservas, stock. Esa es una política de corto plazo, muy peligrosa, y creo que Europa va a reaccionar a eso. No para frenar la globalización, pero rectificar quizás, modificar un poco el perfil de la mundialización, que ha sido ultraliberal. Y va a haber que tomar opciones, devolverle un lugar mucho más importante a la soberanía nacional o de la región, porque no podemos estar así, bajo la dependencia de una nación como es China. Eso, para mí, son las cosas que van a cambiar. No es poco… son cambios extremadamente importantes.
-¿Qué pasará con la crisis social por el Covid?
-Bueno, va a haber evidentemente una crisis social terrible con el desempleo. Y quizás es posible que debamos llevar a cabo políticas sociales importantes en Europa para que las desigualdades sociales no se vuelvan explosivas y demasiado insoportables.
-¿Y qué no cambiará? ¿Qué diagnósticos son errados en ese sentido?
-Creo que uno se equivoca en el diagnóstico de creer que los individuos y los consumidores van a cambiar. Yo no creo. Porque el consumo, el deseo de producir, de viajar, de conocer el mundo, de distraerse, son cosas que no son simplemente producto del marketing y la publicidad, sino que se inscriben dentro de la esencia de la modernidad, una que no quiere una sociedad tradicional ni religiosa. Las sociedades modernas son abiertas, individualistas, y la búsqueda de goce material, de divertimento, de diversión, es irresistible. Nada la retirará.
-¿Por qué?
-Porque ya no hay un sistema que venga a descalificar ese tipo de aspiración. Hay una prueba de esto: después de la gran crisis de Fukushima, el accidente nuclear en Japón, y poscrisis económica de 2008. Se decía entonces que la gente iba a cambiar, ¡y no cambió nada de nada! (ríe). El consumo volvió. Igualmente en China. La crisis del Covid pasó y el consumo se recuperó, completamente. Las grandes marcas, incluso las de lujo, retomaron fuerza. Entonces pienso que es una ilusión total creer que este episodio trágico va a revolucionar el modo de vida.
-¿Incluso por la catástrofe climática, el problema más importante que tenemos al frente, y que está relacionada con el hiperconsumo?
-Evidentemente, eso no quiere decir que la sociedad se va a mantener igual, porque como usted dice muy justamente, la crisis ecológica es mucho más grave que el Covid. Implica regiones enteras del mundo que van a desaparecer con el calentamiento global, los aumentos de los océanos, es una tragedia espantosa. Vamos a tener que cambiar. Pero el cambio de consumo no bastará. No basta con que le pidamos a la gente que ande en bicicleta, o compre productos orgánicos. Eso no es suficiente para arreglar el problema del calentamiento global y la degradación de la biodiversidad. Va a ser necesario que todos los actores de la vida social se movilicen. Eso es verdad. Pero el consumidor será el último.
-¿Quiénes deberán ser los primeros?
-La más importante es la inversión en la investigación de nuevas tecnologías. Ese es el gran problema. Es como con la crisis Covid, se necesita una vacuna. Necesitamos la ciencia, la técnica, que va a crear una economía descarbonizada, sin emisiones de carbono, que permita el desarrollo del hidrógeno, de los motores eléctricos, que van a permitir la energía solar, eólica, pero eso es tecnología. Segundo, es necesaria la inversión del poder público, del Estado, que debe orientar -no controlar como una economía soviética-, pero que debe pilotar e invertir en las nuevas energías, favorecer por ley a las empresas que hacen un esfuerzo por un desarrollo sostenible y perdurable, que reducen sus emisiones de carbono. El rol del poder del sector público es muy importante.
Es la paradoja: las mujeres estudian, tienen las mismas ocupaciones que los hombres, tienen los mismos derechos ciudadanos, hay libertad sexual, libertad sentimental, etcétera, pero hay comportamientos que no cambian.
-¿Y qué pasa con la empresa privada?
-Las empresas también tienen un rol capital que jugar. Hay empresas hoy que le dan muchísima importancia a lo que llamamos la responsabilidad social y ambiental, y que se ponen como meta tener una actividad económica limpia, sea en el lujo o en la manufactura, la moda, tecnologías, autos, y tienen una gran autonomía. Hay empresas que son responsables y otras que no lo son. Va a ser necesario que el interés colectivo sea puesto por delante. Y yo creo en eso. Porque hoy para las empresas ser responsables en términos ambientales es una buena imagen para ellas. Es algo positivo para su negocio; no es contraproducente, es necesario. Hay empresas que marchan muy bien y que están muy comprometidas con la causa del medioambiente y en reducir su huella ecológica. Y por último, habrá que desear que poco a poco el consumidor sea más responsable, que comience a fijarse de antemano en su consumo automotriz, de calefacción en su casa, la manera de nutrirse. Pero, una vez más, y contrariamente a lo que piensan algunos intelectuales, que no paran de decir que eso depende del consumidor, no es cierto. Hay que alimentar a 10 mil millones de individuos en el planeta en 2050. ¿Cómo los van a alimentar, calefaccionar, desplazar, sanar, sin el enorme desarrollo económico que esencialmente aportan las tecnologías de las empresas? Entonces, pienso que el consumo individual no es el problema más importante.
Las familias en crisis
Uno de sus libros más conocidos es La tercera mujer, publicado en 1997, en el cual analiza el cambio histórico del rol femenino y plantea que esta tercera mujer “ha conseguido reconciliar a la mujer radicalmente nueva y a la mujer siempre repetida”. Resulta interesante, por lo tanto, conocer su opinión sobre los efectos que la vida en cuarentena este año ha tenido en las dinámicas y los roles al interior de la familia, y qué quedará de todo eso.
“Es complicado”, dice. “Por el teletrabajo, la gente que vive en París, por ejemplo, en departamentos pequeños, porque es muy caro, ha tenido enormes problemas. Los niños estaban en la casa, los padres deben trabajar, es una vida imposible… Ha sido una prueba muy, muy difícil, en particular para la gente que habita en espacios pequeños y con niños, y donde todos compartían un espacio reducido. Desgraciadamente, hemos visto que ha habido violencia conyugal, y también separaciones. Porque la gente se ha confinado en su casa, no existe la respiración que da el trabajo o salir, y eso ha acentuado la tensión, el conflicto.
-¿Y qué ha pasado con la división de trabajo de género en términos de deberes domésticos y parentales? Acá hay hombres que no han hecho casi nada... ¿Es igual en Europa?
-Sí, en todas partes. Pero sabe que esa desigualdad que usted describe es mundial. Y ha evolucionado muy, muy poco. Se mueve, pero poco. Las mujeres hoy acceden a cargos políticos, en las empresas, pero en cuanto a la división del trabajo doméstico, se mantiene todo lo esencial en las manos de las mujeres, y son ellas las que hacen la mayor parte del trabajo doméstico y de los hijos.
-¿Por qué la democracia no ha llegado puertas adentro?
-Es un problema. Es la paradoja: las mujeres estudian, tienen las mismas ocupaciones que los hombres, tienen los mismos derechos ciudadanos, hay libertad sexual, libertad sentimental, etcétera, pero hay comportamientos que no cambian. En principio, todo el mundo está de acuerdo con el ideal igualitario. En el papel no hay ningún problema, nadie considera que es indigno para un hombre hacer la compra, la cocina, o lavar los platos. Todo el mundo lo encuentra normal. Pero en la realidad, no es lo mismo. Y quizás hay que hacer la diferencia entre el trabajo doméstico, la organización de la casa, por un lado, y por otro, la educación y el cuidado de los hijos. No es verdad que sean la misma cosa.
-¿En qué sentido?
-Las mujeres, hasta cierto punto, tienen un cierto poder de preponderancia sobre la vida de los niños. Y no es absolutamente cierto que eso sea algo que las mujeres vivan mal. Lo que ellas no toleran y viven mal es ocuparse integralmente de todo, pero cuando hablas con ellas, hay algunas que prefieren tener la responsabilidad de la educación de sus hijos, porque eso les aporta algo muy positivo. Lavar la loza y pelar papas, ¡no! No hay riqueza ahí, en ocuparse de los hijos sí. Da satisfacción, da un sentido a la existencia, y entonces ahí se comprende más esa inercia… La prueba es que hay estudios que muestran que los papás se ocupan más hoy de sus hijos que antes, pero no de la misma manera que la madre.
No sólo los padres están en crisis: también el Estado, los partidos políticos, la gente no cree en nada. Es una crisis global de la autoridad en la sociedad contemporánea.
-¿En qué es distinta la interacción?
-Por ejemplo, el papá juega con los niños, mientras ella se ocupa del colegio, la salud, las tareas. Es una inequidad, es claro, es algo que no es aceptable en relación al ideal democrático, pero no es totalmente ininteligible. No creo que sea solo una herencia del pasado. Y quizás explique por qué no ha evolucionado más rápido.
-¿Pero no es claro hoy que es muy importante para los hijos tener cerca la figura paterna en su desarrollo?
-Sí, pero como usted sabe, la figura paternal está en crisis. El papá, que era la autoridad, el padre de Freud, se acabó. Ese papá es del pasado. Hoy el modelo no es el padre.
-¿Qué les pasó? ¿La crisis de la masculinidad?
-No, es que es una sociedad cambiante. Antes, ellos decían lo que había que hacer. Pero en una sociedad de cambio permanente, los jóvenes encuentran sus modelos en otra parte. Y en todas partes las figuras de autoridad están en crisis. No sólo los padres están en crisis: también el Estado, los partidos políticos, la gente no cree en nada. Es una crisis global de la autoridad en la sociedad contemporánea.
-El padre es uno más...
-El modelo del padre en la familia es una de sus expresiones. Otra cosa; en los años 50, las jóvenes se vestían como sus mamás. Y ahora, ¡las mamás son las que se visten como las hijas!
-La crisis de la autoridad existe en Chile también, pero al mismo tiempo debemos debatir y acordar una nueva Constitución. ¿Cómo hacer ese proceso con la baja credibilidad de las instituciones y de las figuras políticas?
-El cambio constitucional es muy importante, porque ustedes han conocido la dictadura militar de Pinochet, y luego tomaron la alternativa democrática. Pero la sociedad chilena ha sufrido de un ultraliberalismo que lo ha hecho un país muy caro para muchas personas. Yo creo que cuando hay un cambio constitucional es cuando hay excesos que se vuelven insoportables para la sociedad. Eso no significa que todo será arreglado, como el problema de la autoridad, por ejemplo. Pero pueden arreglar otros problemas: permitir un rol del Estado y de los servicios públicos más importante. Por ejemplo: en su vecino, Argentina, van a legalizar el aborto. Entonces, a pesar de la crisis de autoridad, pueden cambiarse leyes que se hacen insoportables para las mujeres…
“Chile es uno de los países de América Latina más eficaces y dinámicos, pero con desigualdades insoportables”, agrega luego. “Si las personas quieren más igualdad, es una cosa perfectamente lograble, pero todos los problemas de la civilización, no. El cambio constitucional es una cuestión política de extrema importancia, porque tiene un impacto considerable sobre la vida cotidiana de las personas”.
-¿Cree que esta manera de vivir en incertidumbre permanente el 2020 va a cambiar las cuestiones fundamentales?
-No creo. Porque hemos devenido en democracias de la inseguridad. La inseguridad se ha convertido en un fenómeno global. Es decir, en mayor o menor medida, todas las esferas de la vida colectiva e individual son golpeadas por ella. En todos los dominios; la vida económica, internacional, el trabajo, la ecología, los desastres… Hay una profunda inseguridad. Si usted quiere, la crisis del Covid la ha acentuado, pero mañana será parecido. El estado de inseguridad va a continuar.
-Teniendo en cuenta eso, ¿es pesimista sobre el futuro?
-No. Porque soy un humanista, que cree en el poder de la inteligencia y de la razón. Individualmente no, pero colectivamente, la humanidad no ha cesado, durante toda su historia, de enfrentar desafíos. Es lo propio de la humanidad: tener desafíos e inventar soluciones. Y yo creo en esa capacidad. Es la definición de la inteligencia. Y por todas partes vemos el poder de la ciencia y la tecnología de inventar soluciones. Entonces, esto todavía está en marcha, las soluciones políticas y sociales son complicadas, hay muchos factores humanos, pero ¡las sociedades modernas se han enfrentado a crisis desde el siglo XIX! No es seguro que esta sea más intensa que las anteriores. Incluso si hoy existe una crisis de autoridad, al mismo tiempo la gente no quiere más una aventura que pueda terminar con sus libertades públicas e individuales. Todavía hay un apego -más o menos fuerte, pero un apego- a la vida democrática en libertad. Una sociedad abierta, de libertades, donde hay problemas, hay debates, pero poco a poco, podemos encontrar una serie de soluciones.
-¿Cuáles deben ser, entonces, las prioridades para el futuro?
-Precisamente en Chile esto es muy importante: hay que invertir mucho más en educación, porque la educación es la preparación para el futuro, que son los jóvenes. Debemos invertir en las profesiones del futuro y en la cultura. Eso no resuelve todos los problemas, pero si no invertimos en capacitación o educación, el país puede volver al caos, un poco como Venezuela. Es espantoso lo que pasa en los países que no están organizados para el futuro. Y el futuro es la educación.