Eran cerca de las 21:00 cuando Jeff Doucet llegó escoltado por la policía al aeropuerto de Baton Rouge en Luisiana, Estados Unidos. Hace solo unas semanas, su rostro pálido y barbudo había dejado de ser un símbolo de esfuerzo en el ámbito del karate, para así posicionarse en el centro del rechazo frente a los miles de televidentes que seguían su caso.

¿El motivo? Había secuestrado por 10 días a un niño de 11 años, quien era su alumno y de quien había abusado sexualmente en reiteradas ocasiones.

Mientras caminaba por la salida del recinto y las cámaras de los canales se enfocaban en su llegada desde California, solo bastaron unos instantes para que la escena se volviera más tétrica de lo que ya era.

El padre del niño, Gary Plauché, salió de unas cabinas telefónicas, desenfundó un revólver de calibre 38 y disparó rápidamente a su cabeza. Unos minutos antes, había pasado completamente desapercibido.

Jeff Doucet en su llegada al aeropuerto. Foto: Jeff Doucet.

Sorprendido con el dramático episodio, el asistente del alguacil, el agente Mike Barnett, vio de primera fuente cómo la sangre de Doucet se esparcía hasta formar un charco en la alfombra.

“¿¡Por qué Gary!? ¿¡Por qué lo hiciste!?”, le gritó a Plauché, quien le respondió devastado entre lágrimas:

—¡Si alguien se lo hiciera a tu hijo, tú también lo harías!

Aquel viernes 16 de marzo de 1984 quedó marcado en la memoria de quien en ese momento era solo un pequeño, Jody Plauché, hasta el punto en que ya de adulto escribió un libro en el que analiza su caso y advierte sobre las señales que enfrentó para que se consideren cuando haya sospechas de abusos hacia menores.

El título del escrito: Why Gary, Why? (2019).

El padre que asesinó al violador de su hijo durante una transmisión televisiva

A inicios de la década del 80, las artes marciales ya eran toda una tendencia en Estados Unidos. Miles de niños querían ser como los personajes que veían en las películas y las series de televisión, esos luchadores invencibles que se enfrentaban contra uno o más oponentes a la vez, sorprendiéndolos con cada uno de sus movimientos.

Dichos intereses también llegaron a la ciudad de Baton Rouge, en Luisiana. En 1983, los padres de Jody Plauché inscribieron a su hijo de 10 años y a sus tres hermanos en una clase de karate que estaba a cargo de Jeff Doucet, un profesor de esta área que había servido a la marina del país.

El pequeño, quien soñaba con convertirse en cinturón negro tal como su profesor, dedicaba extensas jornadas a mejorar su agilidad y la intensidad de sus golpes. Su mismo padre, Gary Plauché, era el encargado de ir a dejarlo a la academia cada vez que había entrenamiento.

El interés del joven por las artes marciales se hacía más significativo, mientras que la cercanía con su profesor era cada vez mayor.

Hasta ese momento, nadie parecía tener sospechas. Más bien, Doucet era considerado —a ojos externos— como un entrenador completamente dedicado al crecimiento de sus alumnos.

Él es nuestro mejor amigo”, dijo Jody Plauché por esos años a un diario local tras recibir un trofeo en una competencia, según informaciones reunidas por Infobae.

Pero poco a poco, lo que parecía una “amistad” comenzó a verse eclipsado por distintas situaciones de abuso. Aunque en aquella época, nadie lo notaba aún.

Esto tiene que ser un secreto entre nosotros. Si le cuentas a alguien voy a sufrir yo y tú también”, lo amenazaba Doucet mientras lo tomaba del brazo.

Según declaró Jody Plauché ya de adulto “en aquel entonces no dije nada, pero ahora sé que estaba poniendo a prueba los límites (...) un pedófilo de manual, todos ponen a prueba los límites”.

Jeff Doucet. Foto: Policía de Luisiana.

Desde Luisiana hasta California

En medio de su ejercicio por mantener una fachada como profesor ejemplar, Doucet tomó al menor y lo llevó desde su ciudad natal hasta la costa oeste del país, en febrero de 1984. Un artículo de la época publicado en el Washington Post detalló que el instructor se afeitó su característica barba para pasar desapercibido, entre otras acciones que aplicó en ambos.

De esta manera, lo encerró por 10 días en un hotel de Anaheim, California.

Tengo que transitar en una línea muy fina entre provocar a una víctima que podría estar leyendo el libro (...) y un pedófilo viéndolo como un objeto para su excitación”, dijo Plauché ya de adulto en referencia a lo que ocurrió en ese periodo y lo que se puede leer en Why Gary, Why?, “no necesitaba entrar en detalles explícitos o las cosas más asquerosas y desagradables (...) es suficiente que todos entiendan el punto”.

Sus padres lo buscaron incansablemente por todos lados. En un inicio, Gary Plauché creyó que se trataba de una travesura de parte del muchacho, pero a medida que pasaban las horas y escuchaba distintas teorías, imaginaba escenarios cada vez peores.

Y aunque en un principio no pensaron inmediatamente en que Doucet podía ser el culpable de su desaparición, la policía se enfocó en dicha posibilidad, por lo que siguieron su rastro cuando notaron que no estaba en la ciudad.

Un día, los Plauché recibieron una llamada inesperada. Alarmados, corrieron hacia el teléfono para ver si había noticias relacionadas con el paradero de su hijo. Y de hecho, era el mismo joven quien hablaba desde el otro lado de la línea, luego de que Doucet permitiera que se comunicara con su madre.

Tras aquel suceso, la policía rastreó la ubicación del profesor de karate y se dirigió hacia el hotel. Ahí rescataron al menor y lo llevaron de vuelta a su hogar en Luisiana el 1 de marzo. En aquel instante, el caso ya era conocido en el ojo público. Y poco tiempo después los peritos confirmaron —mediante una prueba— que Jody había sido abusado sexualmente por el profesor.

No sabíamos qué hacer (...) simplemente te sientes impotente”, declaró su papá a un medio local ese año, según informaciones reunidas por Infobae.

Mientras tanto, Doucet seguía bajo la custodia de la policía en California, para luego ser trasladado a Luisiana el 16 de marzo.

Su destino aún no estaba claro. Al menos, no para él.

El día del asesinato

Esa jornada, Gary Plauché asistió a un bar local llamado The Cotton Club, en el que una transmisión televisiva informó la hora exacta en la que el abusador de su hijo llegaría a la ciudad: las 21:08.

Tomó su pistola y se dirigió hasta allí, concentrado en la idea de asesinar a Jeff Doucet.

“Mi papá fue al aeropuerto pensando en que iba a morir (...) dijo que uno de los dos moriría esa noche”, detalló su hijo en 2012 en una entrevista con ESPN.

Una vez que llegó a su destino, el hombre se camufló entre medio de unos teléfonos públicos, desde donde llamó a un amigo para comentarle su plan. Y cuando aterrizó el avión en el que venía su objetivo, le confesó: “Aquí viene (...) estás a punto de escuchar un disparo”.

Gary Plauché en el aeropuerto. Foto: Gary Plauché / Televisión.

Fue ahí cuando el sonido del impacto dejó aturdidos a los presentes en la entrada del aeropuerto, mientras los canales de televisión grababan lo que sería su llegada para ser juzgado, pero que pasó a convertirse en el cadáver de Doucet desplomado en el piso, con una bala en su cabeza y policías que proseguían a detener a Gary Plauché.

“¿¡Por qué Gary!? ¿¡Por qué lo hiciste!?”.

En su conversación con el citado medio, Jody enfatizó en que a pesar de las atrocidades de su antiguo profesor de karate, “no lo quería muerto”, sino que más bien, esperaba que “se pudriera en la cárcel” tras ser enjuiciado.

“Después del tiroteo, estaba muy molesto con lo que hizo mi padre”, detalló. Pero a pesar de tales declaraciones, finalmente lo perdonó y volvió a aceptarlo en su vida.

Gary Plauché, fue sentenciado a siete años de sentencia suspendida, cinco años de libertad condicional y 300 horas de servicio comunitario. Posteriormente, murió en 2014.

Por su parte, Jody, quien ahora tiene cerca de 50 años, se ha dedicado a hacer activismo en contra de la violencia hacia los menores de edad y las personas agredidas sexualmente. Asimismo, cuenta con grados en psicología y filosofía de la Universidad Estatal de Luisiana.