El menú de la olla común de los vecinos de la Villa Marta Brunet en Bajos de Mena, Puente Alto, está a punto de cambiar. Cada día seis mujeres de la junta de vecinos cocinan y entregan más de 700 almuerzos a la comunidad. Arroz, tallarines y porotos son algunos de los platos que se repiten y que han logrado completo gracias a aportes municipales. Hace casi un mes se instaló en un patio abandonado en la Casa de la Cultura de la villa un invernadero de emergencia, que busca complementar estas ollas. Las vecinas emocionadas se preparan para la primera cosecha del próximo sábado, donde obtendrán principalmente lechuga y betarraga que esperan agregar a sus preparaciones.
Las necesidades de los vecinos de la villa aumentaron con el estallido social y cuando empezó la pandemia la situación se agravó. El desempleo, el alto nivel de contagio en la zona y el hacinamiento fueron factores que llevaron a la comunidad a una situación de riesgo alimentario. En Santiago hay, al menos, 223 cocinas colectivas. Sólo en Puente Alto se han distribuido más de 272 mil raciones en las 19 ollas comunes que se encuentran activas. Esta es una de ellas.
Desde la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), advierten que debido al impacto en los ingresos de la población en Chile, se puede esperar que la inseguridad alimentaria grave -es decir, aquella en que la gente pasa entre uno y varios días sin acceder a alimentos nutritivos- aumente y supere el millón de chilenos en 2020. La misma organización asegura que 132 millones de personas adicionales podrían padecer hambre en 2020 como consecuencia de la recesión económica. El Banco Mundial estima que hasta 100 millones podrían ser empujadas a la pobreza. Y como el acceso a los alimentos depende del ingreso económico de cada individuo, todo esto desencadena en el aumento del hambre.
Frente a esta crisis socioeconómica y la necesidad de comida surge un nuevo interés por la agricultura urbana. En Latinoamérica se han implementado distintas y exitosas experiencias en varias ciudades, con el fin de hallar soluciones para contrarrestar el hambre. “Es una estrategia que fomenta sistemas alimentarios resilientes y que podría permitir una mayor adaptación a las crisis, como el Covid-19 o el cambio climático. Contribuiría a dar respuesta a la demanda de alimentos de la población que vive en las ciudades, al tiempo que podría generar una serie de beneficios ambientales y sociales, sobre todo en situaciones marcadas por la pérdida del empleo y las medidas de confinamiento”, plantea la representante de FAO en Chile, Eve Crowley. Chile no es ajeno a esta tendencia y cada día se siembran en distintos puntos del país terrenos fértiles que ayudarán a llenar los platos de quienes lo necesitan.
De la tierra a la olla
Claudia Hernández está orgullosa de su próxima cosecha. El día que plantó sus primeras lechugas y frutillas tomó una foto de lo que apenas se veía salir en la tierra. Hace poco capturó una segunda imagen: “¡Ya están crecidas las lechugas! Y mis frutillas están con flor”, cuenta con emoción. Ella es la presidenta de la junta de vecinos de la Villa Marta Brunet y el huerto es parte del proyecto “Invernaderos de Emergencia” de la Fundación Huertas Comunitarias, donde han trabajado la tierra que en las próximas semanas dará a luz la ensalada que acompañará los almuerzos sociales. El proyecto incluye 180 metros cuadrados cultivables y podría entregar hasta dos toneladas de alimentos al año.
La fundación se creó en 2016 y desde entonces ha realizado distintas instalaciones, pero fue la pandemia lo que la llevó a proponer esta nueva modalidad de emergencia, donde se busca aportar de manera fácil y rápida al vacío en los platos de comida. “El objetivo es producir alimentos que puedan apoyar la provisión. Se entiende que una olla común no va a poder depender solamente de estos invernaderos, pero sí hay muchas que no están recibiendo ninguna verdura, entonces se puede generar un impacto importante”, dice Clara Mujica, presidenta ejecutiva de la fundación. Los invernaderos de emergencia se levantan en un día y en un poco más de un mes ya se pueden cosechar algunos alimentos. Buscando comunidades que lo necesitaran y que estuvieran comprometidas, llegaron a tocar la puerta de los vecinos de la Villa Marta Brunet para ofrecerles la posibilidad de plantar diferentes alimentos.
”Ya po, démosle”, fue la respuesta instantánea de la presidenta de los vecinos. “Por muy financiados por el municipio que estemos, igual hay cosas que faltan o que nos gustaría agregar, entonces vimos la posibilidad de que podíamos tener ensaladas frescas, más verduras, o dejar de recibir recursos municipales en verduras y ocupar lo nuestro. A nosotras nos gusta la autogestión, tener nuestras cosas”, cuenta Hernández.
Para mí el huerto es una cosa super especial, porque necesitamos la autogestión. Nosotros vivimos en un sector que está tan olvidado, tan abandonado, que en el fondo nos acostumbramos a tratar de resolver las cosas.
Claudia Hernández, pobladora de la Villa Marta Brunet
De lunes a viernes las seis dirigentas de la villa empiezan a cocinar a las 8 a.m. y terminan cerca de las 7 p.m. Ahora también se preocupan del invernadero, ya que quieren proteger a los vecinos y lograr que salgan lo menos posible. Comenzaron con 100 raciones, van en 700 y quieren seguir aumentando. “Cada vez es más grande la necesidad”, dice la presidenta.
Los vecinos no han podido visitar la zona, ya que se limitó el grupo de personas que se encargan del lugar, para así reducir la posibilidad de contagios. Sin embargo, a través de las redes sociales se muestran entre ellos los avances del nuevo proyecto que comparten. A Hernández le comentan las fotos, la felicitan por la buena iniciativa y ella les recalca que es para todos y que cuando la pandemia lo permita el que quiera puede participar.
”Para mí es una cosa super especial, porque necesitamos la autogestión. Nosotros vivimos en un sector que está tan olvidado, tan abandonado, que en el fondo nos acostumbramos a tratar de resolver las cosas. Porque acá nosotras hacemos de enfermeras, cocineras y hasta de carabineras. Este invernadero puede ayudarnos a satisfacer algunas necesidades y también mostrarle al resto que todos tenemos la capacidad de subsistir, y no esperar que nos lo estén dando, sino que también ganarlo, hacerlo, trabajarlo nosotros”, finaliza Hernández.
Provisiones propias
Unos 10 kilómetros al sur del centro de Copiapó, en el sector de Punta Negra, se instaló un albergue de emergencia producto de la pandemia que refugia a unos 15 residentes en situación de calle. Eduardo Martínez es uno de ellos. Antes dormía en una discoteca abandonada en las afueras de la ciudad, pero cuando llegó el Covid-19 los trabajadores municipales lo fueron a buscar para que se resguardara en ese lugar donde ya lleva cuatro meses.
En junio se instaló en el refugio una iniciativa a la que ahora Martínez dedica su tiempo completo. Como parte del programa de Autoconsumo del Fosis, se levantó un invernadero para que los residentes pudieran trabajar y cosechar su propia comida. Comenzaron plantando en almácigos, trasplantando las verduras y, según cuenta el residente, ahora tienen arvejas, betarraga, acelgas, lechugas, zapallo italiano y más especies.
Martínez se levanta temprano a cuidar sus vegetales, planta y revisa el regadío mientras se pasea hablando y cantándoles a las plantas hasta que llega la noche. “Me gusta estar en el huerto, las plantas son mis hijos y mis hijas acá, todos los días me preocupo, y ya están grandes gracias al esfuerzo, porque esto lo hemos hecho con las propias manos”, relata.
Fuera del albergue, Martínez no tiene un lugar donde vivir, conoce la calle y el hambre de cerca, dice, pero ahora ve una nueva oportunidad en el autoabastecimiento. Recuerda haber trabajado la tierra cuando pequeño con sus padres, pero la mayoría lo ha ido aprendiendo en las últimas semanas, en un aprendizaje que le ha enseñado a autosustentarse. Julián Suzarte es el coordinador de ecoeducación de Chakrana, una organización que se dedica a hacer agricultura orgánica en la ciudad, y piensa que por lo mismo una huerta comunitaria necesariamente es educativa, porque entrega herramientas.
”La tierra da alegría, ver cómo crece algo nos da alegría a todos, y es una buena herramienta para la vida”, agrega Martínez. A esto es lo que Suzarte llama un cambio en el modelo de vida: “Hoy vemos la multiplicación de las huertas comunitarias y que todas confluyen en una misma idea que radica en hacer una reconexión con la naturaleza. Así se entrecruza la idea de cambiar el estilo de vida y las ganas de generar alimento”, afirma.
Eduardo Martínez ahora espera las Fiestas Patrias y dice que parte de la comida de esa celebración en el albergue vendrá de la próxima cosecha. “Va a ser un orgullo bonito, una alegría inmensa para mí. Me alegran estas verduritas y espero que tengamos más en el futuro”, cuenta. Su gran anhelo es ver la mesa llena para comer de su propia producción.
Un comedor social y autoabastecido
Desde el estallido social que los vecinos de la población San Rafael en La Pintana querían levantar un espacio de cultivo de vegetales. Luego, con la pandemia las prioridades fueron cambiando y la mayor urgencia fue la creación de un comedor solidario que en abril lograron implementar para los adultos mayores. Hoy entregan 200 almuerzos diarios, los que van a dejar a la puerta de quienes lo necesitan. Cipra Morales, presidenta de la junta de vecinos, recuerda que cada uno aportaba lo que podía: gas, mercadería, verduras. Así juntaban lo necesario para llenar los platos. Con la llegada del Covid-19, la mayoría de los vecinos se quedaron sin trabajo y empezó a surgir la necesidad de producir alimento propio. La Fundación Huertas Comunitarias localizó a Morales para ofrecerles ser el segundo proyecto de Invernaderos de Emergencia. Siguen buscando fondos y donaciones, pero la fecha de la instalación está fija: 12 de septiembre.
Más allá de la producción de alimentos aparece el beneficio comunitario, la economía circular, el reciclaje, los empleos verdes. Ahora la visión es que las huertas dejan de ser un hobby y se ve que entregan un beneficio real; se transforman en una herramienta para la sociedad.
Álvaro Pumarino, ingeniero agrónomo
El comedor cada vez requiere más mercadería, porque día a día aumentan los vecinos que necesitan el alimento; ya no es sólo la tercera edad, ahora también hay familias completas a las que no les alcanza para comer. El invernadero estará ubicado a las afueras del mismo comedor y las dirigentas sueñan con las distintas verduras que podrían crecer en su patio. Morales señala que anhelan zapallos y papas para la cazuela, además de tomates, acelgas y frutillas.
Álvaro Pumarino, ingeniero agrónomo de la Universidad de Chile que se dedica hace más de 20 años a la agricultura orgánica y urbana, dice que a lo largo de la historia las huertas citadinas han surgido para sobrellevar las crisis sociales. Luego de la Primera Guerra Mundial en Estados Unidos se plantaron las “Huertas de la victoria”, pero para él el ejemplo más emblemático es Detroit. Después de la crisis subprime de 2008, esa era “una ciudad en la quiebra y los que salvaron la situación fueron los huerteros urbanos”. Piensa que en nuestro país esto también podría funcionar, y dice que “más allá de la producción de alimentos aparece el beneficio comunitario, la economía circular, el reciclaje, los empleos verdes. Ahora la visión es que las huertas dejan de ser un hobby y se ve que entregan un beneficio real; se transforman en una herramienta para la sociedad”.
En la población San Rafael, Morales comparte esta mirada. Piensa que en un futuro, si producen suficientes frutas y verduras, podrían hacer trueque entre los mismos pobladores. Además de incentivar a los vecinos a que hagan cultivos propios, para que así se mantengan con productos frescos. “A nosotros siempre nos falta pollo o carne. A lo mejor en la carnicería podríamos intercambiar algo de nuestro huerto, acelgas, tomates, lo que tengamos para que nos apoyen. Así nos ayudamos todos”, dice la dirigenta.
Aunque aún no está lista la instalación, ya le emociona pensar en la primera cosecha. Conversan entre las vecinas que van a poder agregarles zapallo a las cazuelas y eso les da alegría, dice Morales. “Este invernadero es algo muy bueno, es algo maravilloso, va a ser un alivio para muchas personas. La situación acá está muy difícil, hay mucha pobreza, mucha necesidad en nuestras poblaciones, y no es sólo San Rafael. En todos lados se está pasando así, apretados y ahora en la tierra vamos a poder producir esa comida que nos está faltando”, comenta la dirigenta.