A lo largo de su vida, Pablo Escobar se posicionó como uno de los narcotraficantes más temidos y buscados alrededor del mundo.
El fundador del Cartel de Medellín, una organización criminal que contaba con miles de adeptos a mano armada, requería de la constante presencia de guardaespaldas, tanto para él como para su familia y sus más cercanos, debido a los inminentes riesgos de ser encontrado por la policía o sufrir de un violento ataque por parte de sus rivales.
Pero a pesar de que llegó a convertirse en el narco más famoso de la historia, su periodo final estuvo marcado por la traición, una palabra habitual en el mundo del narcotráfico.
En 1992, un año después de que sus antiguos aliados lo entregaran a la policía, el colombiano se escapó de la cárcel de La Catedral para recluirse en una modesta y alejada residencia que era desconocida en ese momento.
Su nombre: La Casa Azul.
El refugio de Pablo Escobar
Cuando Escobar era un niño que crecía junto a su padre Abel de Jesús Escobar y su madre Hermilda de los Dolores, dormía en una pequeña habitación que el primero había pintado para él, la cual tenía paredes azul claro.
Ese color lo acompañó toda su vida. Tenía camisas y autos con esa tonalidad. Y cuando quiso refugiarse en 1992 de los enemigos que lo perseguían, le pidió a un obrero que pintara las murallas de la misma manera en que lo había hecho su papá cuando era pequeño.
“El afán de que la casa estuviera impecable y con sabor a hogar lo llevó a descuidar su propia seguridad y a correr el riesgo de permitir que un extraño hiciera el trabajo durante dos semanas, mientras él permanecía encerrado en una habitación”, recordó Victoria Eugenia Henao, su viuda, en el libro Pablo Escobar, mi vida, mi cárcel.
Aquello no fue una limitación.
Después de asentarse al interior de La Casa Azul, Escobar le pidió a uno de sus últimos aliados, Alfonso León, más conocido como “Angelito”, que escoltara a su esposa, hijos y a su nuera para que convivieran con él.
Él acató las órdenes y los llevó hacia la vivienda con los ojos vendados.
Según comentó su hijo Juan Pablo Escobar en una entrevista con Infobae, “mi padre nos llevó hacia allá como una manera de despedirse sin que lo supiéramos. Hasta lo vimos llorar por primera vez”.
La Casa Azul: un riesgo constante
El tiempo que pasaron en La Casa Azul se caracterizó por la convivencia con sus seres queridos. Por primera vez en mucho tiempo, Escobar dejó de mostrarse como un temerario líder de la mafia, para así compartir con ellos de manera exclusiva.
Durante el día, se dedicaba a ver televisión junto a sus hijos, además de las noticias que hablaban sobre él, mientras que en las noches, vigilaba que ningún desconocido entrara en la propiedad, una tarea que también cumplían Alfonso León, un pastor alemán y un ganso blanco que nombró “Palomo”, el cual tenía una actitud predispuesta a atacar.
Nunca se acostaba antes de las cuatro de la mañana.
“Me despertaba continuamente sobresaltada por el miedo y la horrible sensación de abrir los ojos y ver un fusil apuntándome a la cara, como había sucedido en numerosas ocasiones”, contó Enao en una entrevista con el citado medio, “en 2015 logré superar este trauma, luego de un intenso trabajo con especialistas de varias disciplinas y retiros espirituales”.
Los recuerdos de su familia
En medio de ese constante riesgo de ser interceptados, la mujer solía leer en voz alta para que Escobar se quedara dormido.
Según detalló al citado medio, entre los títulos que figuraban en su librero estaban El vendedor más grande del mundo, de Og Mandino, Vivir, amar y aprender de Leo Buscaglia, y Tus zonas erróneas de Wayne Dyer.
“Mientras mi marido dormía profundamente, me levantaba a las siete de la mañana para bañar y darle el desayuno a Manuela. Luego, hacia las diez, encarnaba el papel de profesora de español para que la niña, que cursaba el cuarto grado de la primaria, no se retrasara académicamente”, describió Henao en el libro que publicó sobre sus recuerdos con Escobar.
En aquel momento, Juan Pablo tenía 16 años y le enviaban material periódicamente para que estudiara en La Casa Azul, mientras que Manuela tenía 9 y era la que más sufría al no poder ir al colegio o ver a sus amigas.
De vez en cuando, Escobar permitía que la pequeña fuese a la casa de una profesora de su confianza. Pero los momentos más memorables, según Henao, fueron junto a su padre.
“Se le ocurrió pegar estrellas fluorescentes en el techo de nuestra habitación para que Manuela las viera cuando se acostara en la cama con nosotros. Ella era especialmente cariñosa con él y de vez en cuando, antes de quedarse dormida, le decía: ‘cuando no pueda verte o no estés conmigo papá, ¿te puedo buscar en las estrellas mirando al cielo?’”.
Sin que lo supiera, esos serían los últimos episodios que compartiría con él.
La despedida de Pablo Escobar
En septiembre de 1993, Escobar recibió una carta en la que le notificaron que se accedió a una petición que había hecho previamente: entregarse a cambio de que los integrantes de su familia pudiesen exiliarse en calidad de refugiados.
Rápidamente, le pidió a Henao que tuvieran una conversación en privado y le ordenó tajantemente que emprendieran el viaje, para que así disminuyera su riesgo de ser asesinados.
La mujer no tuvo opción. Y cuando llegó el momento de despedirse de sus dos hijos para irse a una residencia cercana en Medellín, lugar en donde sería el encuentro, Escobar lloró como nunca antes lo habían visto y les prometió que volvería a encontrarse con ellos.
Aun así, nunca más volvieron a verlo desde que cruzó los portones de La Casa Azul con el objetivo de entregarse.
Y a pesar de que se informa que murió a manos de sus captores, su hijo Juan Pablo Escobar destacó que está seguro de que se suicidó, mientras vestía una polera de su color favorito.