Los recuerdos del 22 de noviembre de 1963 todavía permanecen incrustados en la memoria de Estados Unidos.
Esa tarde, el entonces presidente John F. Kennedy y la primera dama Jacqueline Kennedy iban en la última corrida de asientos de la limosina Lincoln descapotable que los llevaba por la Plaza Dealey en Dallas, Texas.
Delante de ellos, iban sentados el gobernador del estado, John Connally, y su esposa Nellie, mientras que el vehículo era manejado por dos funcionarios especiales.
Parecía un día normal de otoño y se habían tomado las medidas de seguridad correspondientes. Detrás del Lincoln iban policías en motocicleta y un Cadillac convertible con agentes del Servicio Secreto.
Dos de estos últimos eran Clint Hill y Paul Landis.
Sin embargo, de un momento a otro, el fuerte sonido de un disparo congeló la escena.
Luego se escuchó un segundo. Después un tercero. Y ese último, dio justo en la cabeza del presidente Kennedy. El gobernador Connally también resultó herido.
Al ver esta situación, en medio de la histeria de un violento atentado, el Lincoln aceleró y Hill saltó sobre el maletero en un intento desesperado por proteger al mandatario y a la primera dama.
No obstante, al ver los sesos del presidente, pensó que no había vuelta atrás. Miró hacia el Cadillac en el que iba hasta hace apenas unos segundos y posicionó su pulgar hacia abajo.
Landis entendió el mensaje, supo inmediatamente que Kennedy había muerto.
Las confesiones el Paul Landis, el testigo del Servicio Secreto
A 60 años de uno de los crímenes más recordados en la historia, el ex agente del Servicio Secreto está dispuesto a compartir detalles de lo que recuerda del trágico episodio, sobre el cual se identificó a Lee Harvey Oswald como autor de los disparos.
Paul Landis estaba a solo unos metros del Lincoln en el que murió Kennedy.
Y según contó al New York Times, la imagen de su cadáver lo ha acompañado permanentemente por décadas.
La intensidad fue tan alta, que seis meses después del ataque renunció a la institución, abandonó Washington D.C. y se cambió varias veces de residencia, en distintos estados. Prefirió dedicarse al sector inmobiliario, los productos para maquinarias y las pinturas para casas.
Quería alejarse, tratar de olvidar, pero hasta la actualidad, a sus 88 años, le es imposible.
Recién pudo leer sobre el asesinato cuando dejó de tener pesadillas relacionadas.
Y fue precisamente ahí cuando se dio cuenta de que sus recuerdos diferían de lo planteado por la Comisión Warren, la cual fue creada por el presidente Lyndon B. Johnson para investigar lo ocurrido ese 22 de noviembre de 1963.
Sus afirmaciones ponen en duda que una misma bala haya alcanzado a Connally después de herir a Kennedy, como había establecido la investigación.
Aquello abre espacio para un punto que ya se ha planteado con anterioridad en las conversaciones sobre este hecho histórico: la posibilidad de que haya habido más de un tirador.
Pese a que algunas de las aseveraciones que hace en su libro The Final Witness (Chicago Review Press, 2023) se contradicen con las declaraciones oficiales que dio tras el tiroteo, hoy quiere contar todo lo que vio e hizo ese día.
En este sentido, uno de los aspectos más controvertidos de sus memorias —próximas a estrenarse el 10 de octubre— es su versión de lo que ocurrió con una bala de 6.5 milímetros.
La Comisión Warren estableció que esta alcanzó al presidente por detrás, salió por delante de su garganta y luego siguió hasta alcanzar a Connally, para así herirlo en la espalda, el pecho, la muñeca y el muslo.
Los peritos llegaron a esa conclusión —en parte— porque el proyectil fue encontrado en la camilla en la que se presume que estuvo el gobernador en el hospital Parkland Memorial.
En este sentido, se dedujo que salió de su cuerpo mientras se hacían esfuerzos por salvarlo.
Aún así, ese planteamiento ha generado opiniones divididas, ya que hay escépticos que ven poco probable que haya podido tener tanto movimiento. Es por eso que hablan, en un tono sarcástico, de “la teoría de la bala mágica”.
El ex agente del Servicio Secreto —quien insiste en que no quiere potenciar ni cree en ninguna teoría conspirativa— asegura que el proyectil no se desprendió del cuerpo de Connally, sino que más bien, quedó en el respaldo del asiento en el que iba el presidente.
De hecho, dice que fue él mismo quien encontró esa bala tras el ataque.
En su relato detalla que la vio después de que la caravana llegara al hospital y que la recogió para evitar que otras personas la tomaran.
Después, por motivos que le parecen confusos hasta la actualidad, entró en el recinto médico y la colocó junto a la camilla en la que estaba el mandatario demócrata.
Pensó que aquello podría ayudar a que los doctores pudieran sacar mayores conclusiones sobre cómo fue el atentado.
Respecto a cómo la bala podría haber llegado a la otra camilla en la que estuvo el gobernador, deduce que en algún momento debieron empujarse y esta pasó de una a otra.
“No había nadie allí para resguardar la escena (del crimen) y eso fue una gran, gran molestia para mí”, comentó Landis al Times, para luego añadir que “todos los agentes se centraban en el presidente” y que “todo estaba ocurriendo muy rápido”.
En medio de ese escenario, tras pensarlo por unos segundos, cuenta que optó por recoger el proyectil, debido a que podía ser una prueba “muy importante” y temía que desapareciera.
Su teoría es que esa bala impactó a Kennedy en la espalda, pero sin penetrar profundamente, lo que habría hecho que saliera de su cuerpo cuando fue retirado del vehículo presidencial.
A pesar de aquello y de otras aristas que relata en su libro, por décadas creyó que Oswald fue el único tirador involucrado en el crimen. Sin embargo, con el paso de los años ha comenzado a hacerse nuevas preguntas.
The Final Witness o El testigo final, si se traduce en bruto al español, no busca dar respuestas categóricas sobre qué ocurrió ese día, sino que más bien presentar la perspectiva y los recuerdos de un testigo de primera fuente, tal como lo sugiere el título.
Además, abarca su experiencia cuidando a la primera dama y a los hijos del presidente hasta los meses posteriores al atentado, en los que él y Hill la escuchaban llorar aguantándose la reacción de querer consolarla.
“Querías decirle algo, pero no nos correspondía a nosotros decir nada”, recordó Landis.
Ese factor, sumado a la traumática experiencia de haber estado en la escena del crimen sin poder proteger a Kennedy, según él, llevó a que sus declaraciones oficiales no fueran precisas en ese momento.
La presión era demasiada. Y asegura que desde la Comisión Warren, nunca le preguntaron su versión de lo ocurrido.
Qué opinan los especialistas sobre su relato
El abogado con sede en Cleveland y autor de libros de historia como The Harding Affair: Love and Espionage during the Great War (St. Martin’s Griffin, 2011) y January 1973: Watergate, Roe v. Wade, Vietnam, and the Month That Changed America Forever (Chicago Review Press, 2017), James Robenalt, ha investigado el asesinato de Kennedy y ha ayudado a Landis a procesar sus recuerdos.
“Si lo que dice es cierto, cosa que tiendo a creer, es probable que reabra la cuestión de un segundo tirador, si no más (...) Si la bala que conocemos como bala mágica o prístina se detuvo en la espalda del presidente Kennedy, significa que la tesis central del Informe Warren, la teoría de la bala única, es errónea”, declaró al Times.
Por su parte, el antiguo director del Servicio Secreto y amigo de Landis desde hace décadas, Lewis C. Merletti, presentó dudas sobre la veracidad de su relato.
“No sé si esa historia es cierta o no, pero sí sé que los agentes que estaban allí ese día estuvieron atormentados durante años por lo que ocurrió”, enfatizó.
El historiador y presidente de la Universidad de Duquesne, Ken Gormley, quien ayudó a Landis a encontrar un agente para que pudiese publicar su libro, declaró que no es de extrañarse que un funcionario que pasó por experiencias de esa magnitud decida hablar después de varias décadas.
“Es muy común cuando la gente llega al final de su vida (...) Quieren hacer las paces con las cosas y poner sobre la mesa lo que han estado ocultando, sobre todo si se trata de una parte de la historia y quieren que se corrija el registro. Esto no parece una jugada de alguien que intenta llamar la atención o ganar dinero (...) Creo que él lo cree firmemente. Si encaja o no, no lo sé, pero la gente puede llegar a averiguarlo”.
De la misma manera, el periodista de investigación y autor del libro Case Closed: Lee Harvey Oswald and the Assassination of JFK (Anchor, 1993), Gerald Posner, no cuestionó la sinceridad de Landis, aunque sí manifestó que también tiene dudas.
“La memoria de la gente no suele mejorar con el tiempo, y para mí es una señal de alarma, sobre el escepticismo que tengo sobre su historia, que en algunos detalles muy importantes del asesinato, incluyendo el número de disparos, su memoria haya mejorado en lugar de empeorar (...) Incluso suponiendo que esté describiendo con precisión lo que ocurrió con la bala, podría no significar nada más de lo que ahora sabemos”.
Por último, el ex agente del Servicio Secreto que saltó a la parte trasera del Lincoln en el que iba Kennedy, Clint Hill, declaró que “es preocupante que la historia que cuenta ahora, 60 años después de los hechos, sea diferente de las declaraciones que escribió en los días posteriores a la tragedia”.
“En mi opinión, hay graves incoherencias en sus diversas declaraciones/historias”, sentenció el hombre de ahora 91 años.
Mientras tanto, a menos de un mes de que se publique The Final Witness el próximo 10 de octubre, Landis espera reflexivo.
Escribir este libro le significó revisar nuevamente sus recuerdos más íntimos, aquellos que lo han atormentado por seis décadas y de los que había tratado de alejarse con todas sus fuerzas.
Hoy, sabe que sus memorias despertarán críticas y alentarán a los escépticos que defienden teorías conspirativas, pero dice que ese no es su objetivo y que nunca lo ha sido. Simplemente, quiere relatar los detalles que él recuerda del trágico atentado.
Cuando Landis terminó de escribir el manuscrito, su reacción fue inmediata, tanto como los disparos que acabaron con la vida del presidente de la nación que juró defender. Se echó a llorar.