Seguir los avances del mundo de los smartphones se ha vuelto convenientemente aburrido. Cada año vemos como el nombre del teléfono aumenta en una unidad, como tenemos mejores cámaras, algo más de batería, una pantalla algo más brillante y un par de trucos nuevos del sistema operativo que tengan que ver con la palabra de moda en el mundo de la tecnología.
Pero este formato era el camino natural para una industria empecinada en renovar su portafolio de equipos cada año para dejar sin ningún espacio de ventaja a los competidores. Los usuarios, en cambio, ganamos en simpleza: teniendo un presupuesto claro, es tan fácil como acudir al último o penúltimo modelo lanzado por la marca que queramos y la experiencia será más o menos la misma.
Contra la corriente
Estamos viviendo el final del proceso darwiniano de los teléfonos inteligentes, después de los locos años experimentales de la década pasada, cuando no era raro ver “el primer teléfono con pantalla 3D”, “el primer teléfono con el que además puedes ver televisión” o teléfonos para gamers que literalmente incluían un control de PlayStation detrás de su pantalla.
Hoy toda esa búsqueda por lo diferente depuró, y si bien habrá equipos con la mejor cámara, con la batería más grande, con pantallas grandes o chicas, o con una manzana impresa en su parte posterior, todos al final del día son grandes rectángulos negros luchando por diferenciarse dentro de un espacio que ya está predefinido.
Pero en el año 2019, una nueva tecnología llegó para brindar cierto aire de renovación a una industria empecinada solo en mostrar mejores números. Hablamos de las pantallas flexibles, un sistema derivado de la tecnología OLED, la cual permite generar un display tan delgado que es capaz de doblarse sin que este se rompa. Se trata de pantallas plásticas protegidas por capas que no solo la protegen de rayarse, sino que también aumentan la visibilidad y que abrieron un nuevo mundo de formatos para un mercado que, hasta ese momento, no sabía que lo necesitaba.
Fue el 2019 cuando una compañía china llamada Royole lanzó el Flexpai, considerado el primer teléfono plegable de la historia. Básicamente era una Tablet de 7,8 pulgadas que podía doblarse hacia adentro. Si nunca habías escuchado de él es porque claramente no le fue muy bien.
Pero más tarde, ese mismo año, Samsung presentaría el Galaxy Fold, su propia versión del producto, pero ahora pensada para el público global. Pero tampoco tuvo una llegada muy alentadora: a pesar de su formato innovador, retrasos en el lanzamiento y errores de las pantallas hicieron que no tuviera la mejor de las recepciones. Era quizás el costo de asumir un nuevo formato y que la gente no estaba acostumbrada a usarlo.
Cinco años después y con una pandemia de por medio, los teléfonos plegables ya son una categoría más dentro del mercado. Samsung lanzará este año su sexta generación de estos dispositivos y ya hay marcas que se pelean el liderazgo del segmento. Pero, ¿para quién están hechos realmente estos equipos? Y cinco años después de su salida al mercado, ¿debemos mirar con distancia o empezar a meditar si nuestro próximo teléfono será uno plegable?
¿Son los plegables el futuro?
Toda esta reflexión comenzó debido a que hace una semana estoy probando el recientemente lanzado Moto Razr 50 Ultra de Motorola, el más reciente equipo con pantalla plegable que ha llegado al país. Se trata de un teléfono del formato “flip” —conocidos antiguamente como almejas— en donde la pantalla no se dobla de forma vertical, sino que horizontal, y en lugar de ser una tableta, es un teléfono tradicional que puede achicarse y volverse más compacto.
Es un heredero directo de los teléfonos RAZR lanzados hace 20 años y que convirtieron a Motorola en su momento en la marca más cool en el mundo de los celulares. Pero en dos décadas todo cambia. Si el primer RAZR de Motorola vendió 50 millones de unidades en dos años, hoy todo el mercado de plegables en el mundo, considerando todas las marcas y modelos, es de 15,9 millones de unidades, según la consultora TrendForce. Esto representa el 1,4% del mercado global de teléfonos inteligentes y se espera que llegue al 2% recién el año 2025.
Aun con este margen insignificante vemos cómo año a año, sin más, mejores y diferentes modelos se lanzan al mercado. El 2023, por ejemplo, Google presentó su Pixel Fold, lo cual si bien no significó un gran cambio en lo que respecta al mercado, sí puede ser visto como que la compañía detrás de Android ahora quiere que su sistema operativo luzca bien en un teléfono que se dobla.
Algo que en el caso del Moto Razr 50 Ultra, ya se empieza a notar. Por encima, el teléfono deslumbra como accesorio de moda. Es un teléfono que llama la atención por ser pequeño y por su estética cuidada, lo cual, volviendo a los párrafos iniciales, ya es una ventaja.
Pero más allá de eso, ¿tiene alguna virtud? Yo diría que más que el hecho de ser flexible, lo que más me gusta es que tiene una pantalla extra: está la gran pantalla del centro, que es la que se puede doblar y también tenemos una pequeña pantalla cuadrada de 3,6 pulgadas que aparece en el teléfono cuando está cerrado. Esta pantallita, que va en la dirección contraria a todos los teléfonos que hoy en día son cada vez más grandes, es por primera vez en un modelo de su tipo totalmente funcional.
Puedes hacer llamadas, leer correos, responder mensajes, escuchar y cambiar la música y todo sin tener que acceder al módulo principal del equipo. Y por supuesto tomar fotos, muchas fotos, ya que puede usar los módulos principales del teléfono para sacar selfies, fotos grupales e incluso imitar una cabina de fotos.
Pero, ¿basta con decir que una pantalla pequeña puede usarse como para pensar que estamos frente a una innovación mayor? Y más importante aún, ¿a qué costo?
Como yo lo veo, un plegable como el Moto Razr 50 Ultra es una demostración tanto de hardware como de software de que un equipo puede ser así de pequeño y funcionar prácticamente sin contratiempos, tomando en cuenta que vamos a necesitar dedos pequeños y que contenidos como videos ya sea de YouTube o TikTok se van a ver aún más pequeños. Por suerte para esos casos, basta con abrir el teléfono y listo.
Pero para un usuario ya acostumbrado al rendimiento de los teléfonos tradicionales, toda la novedad e innovación del equipo se pierde cuando uno empieza a valorar el rendimiento. Cuando te das cuenta de que, por ejemplo, para mantener un equipo delgado y flexible, la batería sí o sí tiene que durar menos, o que solo incluye dos cámaras principales en vez de las cinco que tiene mi teléfono. O que su formato más angosto no funciona con muchos de los juegos que suelo traer en mi equipo.
Hay otro factor a considerar que es muy importante sobre estos teléfonos: el precio. Una de las claves del éxito del RAZR original es que, para la época, era un equipo que, si bien no era de los más baratos, sí estaba cerca de lo normal en la era pre smartphones. Hoy ya tenemos clases de teléfonos: tenemos la gama baja, la gama media y la gama premium, y saltar de una a otra es cambiarse de barrio digital.
El problema está en que, si bien los plegables son perfectos para, por ejemplo, pasar de una experiencia media a una alta, el precio que cobran es el mismo de los modelos más costosos del año. Hablamos de equipos por sobre el millón de pesos, y en esos precios, entre optar por un teléfono que es solo distinto y el que vale lo mismo pero es el tope de línea del año, la decisión es más simple de lo que parece.
Motorola quiso cambiar este paradigma y ofrece el teléfono a 660 mil pesos chilenos, anclado eso sí a una tienda y un plan en particular. De lo contrario, si se lo quiere liberado, su precio sube a 1,2 millones. Y es que la tecnología utilizada para lograr que la pantalla sea flexible es todavía demasiado cara, y tras cinco años con los precios sin variar, no se ve un modelo así de gama media en el corto plazo.
El ser humano es un animal de costumbres y por lo menos yo, como un usuario tradicional, ya no puedo salir de ese círculo. Pero eso no quita que, cada vez que aparece un teléfono plegable y puedo probarlo, las semanas que lo tengo son semanas en las que comienzo a recordar los tiempos en los que la tecnología sorprendía e intentaba hacerse relevante, para luego terminar en lo que nos ha acostumbrado el mercado: a extrañar los números cada vez más grandes que año a año alumbran las presentaciones en todo el mundo.