Cada vez queda menos para Halloween y muchas de las personas que siguen las tradiciones de esta fecha ya están pensando en qué disfraces ocupar.
A pesar de que las vestimentas pueden ser variadas, generalmente suelen estar presentes las figuras de vampiros y brujas, además de otras como la del Diablo o la Muerte.
Pero, más allá de Halloween en sí, ¿por qué existe una tendencia a personificar a entes que se perciben socialmente como una amenaza?
El especialista en ciencias y autor del libro The Expectation Effect: How Your Mindset Can Transform Your Life (Henry Holt & Co., 2022), David Robson, abordó este fenómeno en un artículo que escribió para la BBC.
Respecto a la Parca o Muerte (o Grim Reaper, en inglés), explicó que dicha figura antropomórfica, —particularmente la representada como un esqueleto con una capucha— emergió en Europa durante la época de la peste negra, en el siglo XIV.
Durante ese periodo, la expansión de la enfermedad llegó a desencadenar el deceso de aproximadamente la mitad de la población.
Si bien, las representaciones de la Muerte pueden variar dependiendo de cada cultura, un factor común es que se le dan características humanas a un tópico complejo, del que no tenemos un mayor conocimiento.
“Gran parte del folclor histórico representa la enfermedad y la muerte con forma humana”, aseguró Robson.
Y sin ir más lejos, otros eventos como la pandemia del Covid-19 también han influenciado a que se creen representaciones que muestran al virus de manera antropomórfica.
Usualmente y como es de esperar, con un tono que está directamente relacionado a lo que consideramos como una amenaza.
“Muchos describían al virus como si tuviera la intención de destruir a la humanidad. Numerosos dibujantes representaban al patógeno con brazos, piernas y sonrisas malvadas”, detalló el experto.
Un fenómeno similar se ve en los huracanes u otros eventos naturales que podrían provocar consecuencias, a los cuales se les tiende a poner nombres que les dan un carácter humano y “describimos sus acciones con un lenguaje humanizado de ira y venganza”.
Algunos ejemplos son el fenómeno de El Niño y La Niña, o la tormenta tropical Margot.
Aquello se debe principalmente a una reacción ante lo que las personas consideramos impredecible, según investigaciones citadas por Robson.
No obstante, hay una serie de otros factores de relevancia que consideró en su análisis.
Por qué solemos dar características humanas a lo que desconocemos o sentimos como una amenaza
Uno de los filósofos que se dedicó a estudiar este fenómeno fue el escocés David Hume (1711-1776), quien lo abordó en su libro Historia Natural de la Religión (1757).
El también historiador manifestó que “existe una tendencia universal en la humanidad a considerar a todos los seres como ellos mismos y a transferir a cada objeto aquellas cualidades que conoce familiarmente y de las que es íntimamente consciente”.
“Encontramos rostros humanos en la luna, ejércitos en las nubes; y por una propensión natural, si no se corrige por la experiencia y la reflexión, atribuimos malicia y buena voluntad a todo lo que nos hace daño o nos agrada”.
Desde la mirada de Hume, esto se presenta como una forma de lidiar con la incertidumbre y aristas como “el suspenso perpetuo entre vida y muerte, salud y enfermedad, abundancia y miseria, que se distribuyen entre la especie humana por causas secretas y desconocidas”.
Un experimento que profundizó en esta teoría fue realizado en 1940 por Fritz Heider y Marianne Simmel del Smith College de Massachusetts, Estados Unidos.
Según explicó Robson en su artículo para el citado medio, los investigadores reunieron a un grupo de participantes y les mostraron un corto animado en el que se veían un triángulo grande, uno pequeño y un círculo, los cuales se movían.
Asimismo, también figuraba una caja, a la cual entraron el triángulo de menor tamaño y el círculo, para así encerrarse ahí.
Ninguna de las figuras geométricas presentaba características humanas. Sin embargo, los voluntarios se refirieron a ellas con un lenguaje antropomórfico para describir lo que habían visto.
Incluso, hasta las relacionaron con rasgos de la personalidad.
“Lo vieron como una historia de amor en la que los dos triángulos pretendían al círculo y luchaban entre ellos por su afecto”, precisó Robson, para luego añadir que percibieron al triángulo más grande como “un villano” con elementos “maliciosos”.
De la misma manera, la mayoría vinculó esta última figura con el género masculino, mientras que uno de ellos aseguró que el triángulo sentía “rabia” por la situación que los participantes describieron.
Desde un punto de vista estrictamente racional, es conocido que las figuras geométricas como tal no tienen sentimientos ni vida, pero aquello no impidió que se les adjudicaran características humanas.
Esto es definido como “motivación de efecto” del antropomorfismo, aseguró Robson.
Y junto con ello, citó otra investigación a cargo del científico Adam Waytz, de la Universidad de Northwestern de Evanston, Illinois.
En el caso del autor citado en el párrafo anterior, él se dedica a estudiar cómo se da esta relación particularmente hacia la tecnología.
¿Alguna vez te has dirigido a tu computador como si fuese una persona obstinada después de que no cumpliera con una acción que le pediste? Bueno, no eres el único.
En palabras de Robson, el mencionado trabajo de Waytz concluyó que “cuanto menos fiables eran los dispositivos de los participantes, más veían que actuaban como si tuvieran voluntad propia”.
Es decir, ahí también se vieron casos de antropomorfismo hacia los aparatos, lo que además se vio reflejado en los escáneres cerebrales de los voluntarios.
“Aumentaron su actividad en la corteza prefrontal ventromedial y la cingulada anterior. Se sabía que estas áreas estaban involucradas en ‘mentalizar’, en ponerse en el lugar de otras personas y tratar de comprender sus motivos”, escribió Robson en su artículo para la BBC.
Cuáles son los potenciales riesgos y beneficios de este fenómeno
Waytz concluyó que “las personas sienten una sensación de previsibilidad y comprensión sobre las cosas que antropomorfizan”, por lo que “independientemente de si realmente entienden esas cosas, les proporciona una sensación de alivio psicológico”.
Sin embargo, los efectos de esto pueden variar en el largo plazo.
“El antropomorfismo puede exacerbar el comportamiento irracional. Por ejemplo, al momento de tomar en cuenta nuestras percepciones sobre la buena suerte y cómo pueden influenciar nuestra toma de decisiones financieras”, advirtió Robson.
Aquello puede ser un riesgo, ya que podría influenciar a que se caiga en actos como hacer apuestas irracionales, en las que hay altas probabilidades de perder.
Sobre esto mismo, una investigación liderada por Katina Kulow junto a un equipo de la Universidad de Louisville concluyó que las personas que le atribuyen más características humanas a un fenómeno tan abstracto como la suerte, tienden a tomar decisiones más riesgosas a la hora de apostar.
Aún así, también hay otros puntos que pueden generar beneficios.
Un estudio liderado por Lili Wang y especialistas de la Universidad de Zhejiang sugirió, en palabras de Robson, que “personificar una enfermedad parece hacer que el riesgo se sienta más cerca e incrementa el sentido de vulnerabilidad de las personas, motivándolos a tomar más precauciones”.
A raíz de aquello, la experta declaró a la BBC que el antropomorfismo puede ser útil para ciertas campañas de salud pública, aunque también se deben tener ciertas consideraciones.
“Una preocupación importante es que las señales visuales podrían parecer demasiado caricaturescas o cursis para una enfermedad grave”, sentenció Wang al citado medio.