Las tensiones entre Rusia y los países que conforman la OTAN se han incrementado progresivamente desde la invasión que el Kremlin desencadenó en Ucrania.
Desde que se inició la ofensiva rusa el 24 de febrero de 2022, la Alianza ha brindado su apoyo a la nación del presidente Volodimir Zelenski, a través de paquetes de ayuda económica y en armamento.
Frente a este escenario —que se ha extendido por más de dos años— , el mandatario Vladimir Putin ha advertido que el soporte occidental a Ucrania podría significar una escalada en el conflicto.
Incluso, en febrero de 2024, declaró ante el Parlamento en su discurso anual que “los oponentes de Rusia deben recordar que tenemos armas capaces de alcanzar objetivos en su territorio”.
En este sentido, recalcó que ciertas medidas que perjudiquen a las operaciones e intereses del Kremlin podrían significar “un conflicto con armas nucleares y, por tanto, la destrucción de la civilización”.
Aquella instancia no ha sido la única en que las autoridades rusas amenazan con la posibilidad de una guerra de mayor envergadura.
De hecho, después de que las fuerzas ucranianas iniciaran su propia incursión militar transfronteriza el pasado 6 de agosto, desde Moscú enfatizaron que sus aliados occidentales están “jugando con fuego”.
Así lo manifestó en una conferencia de prensa —realizada el 27 de agosto— el ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, quien alertó a Estados Unidos que una eventual Tercera Guerra Mundial no se limitaría únicamente a Europa.
De esta manera, sugirió que el país norteamericano también se vería involucrado.
En el mismo punto de prensa, Lavrov confirmó que Rusia está “aclarando” su doctrina nuclear, refiriéndose a los criterios para desplegar el uso de armamento de este tipo.
Pero la posibilidad de que se desarrollen ataques nucleares entre dichas facciones ha sido estudiada por los analistas desde antes de que comenzara la invasión rusa en Ucrania y la posterior respuesta de sus tropas en la región rusa de Kursk.
Cómo es el simulador que muestra un ataque nuclear entre Rusia y la OTAN
El programa Science & Global Security (SGS) de la Universidad de Princeton presentó en 2019 una simulación que retrata cómo sería un ataque nuclear entre Rusia y la OTAN.
Se trata del denominado Plan A, un proyecto que, según explican, está motivado por “la necesidad de destacar las consecuencias potencialmente catastróficas” de lo que sería esta situación.
Para desarrollar la pieza audiovisual utilizaron grandes conjuntos de datos de los armamentos nucleares que poseen, su rendimiento y sus posibles objetivos.
Así, pronosticaron aspectos como qué armas irían a qué posiciones, en qué orden y cómo se daría la evolución del combate.
El análisis de los expertos estima que habría más de 90 millones de muertos y heridos en las primeras horas.
Las cifras que obtuvieron fueron determinadas utilizando el modelo de datos NUKEMAP, creado por el historiador especializado en esta materia, Alex Wellerstein, quien también participó en esta simulación.
Los académicos precisaron que sus estimaciones de muertes corresponden a las causadas por las explosiones nucleares.
Por lo tanto, las cifras podrían aumentar considerablemente si se tienen en cuenta factores como los fallecimientos ocasionados por la lluvia radiactiva u otros efectos a largo plazo.
La producción dura poco más de cuatro minutos y, tras presentar una descripción general, inicia con el siguiente texto:
“La simulación comienza en el contexto de un conflicto convencional. Con la esperanza de detener un avance de Estados Unidos y la OTAN, Rusia lanza un disparo nuclear de advertencia desde una base cercana a la ciudad de Kaliningrado. La OTAN toma represalias con un único ataque aéreo nuclear táctico”.
A continuación, se ve una representación de ese primer cruce.
“Cuando se pasa el umbral nuclear, la lucha se intensifica hasta llegar a una guerra nuclear táctica en Europa. Rusia envía 300 cabezas nucleares a través de aviones y misiles de corto alcance para atacar las bases de la OTAN y las tropas que avanzan. La OTAN responde con aproximadamente 180 cabezas nucleares a través de aviones”.
Solo ese intercambio, según el Plan A, generaría 2,6 millones de víctimas inmediatas en el rango de unas tres horas.
Luego, con gran parte de Europa destruida, la OTAN lanzaría una ofensiva de 600 cabezas nucleares desde sistemas de misiles terrestres y submarinos de Estados Unidos.
Estos irían dirigidos contra las fuerzas nucleares rusas.
“Antes de perder sus sistemas de armamento, Rusia se lanza sobre aviso, respondiendo con misiles lanzados desde silos, vehículos móviles de carretera y submarinos”.
Este proceso dejaría 3,4 millones de víctimas inmediatas, en el rango de unos 45 minutos.
Según la simulación del programa SGS, es aquí cuando se desataría el punto más crítico.
“Con el objetivo de inhibir la recuperación del otro bando, Rusia y la OTAN apuntan cada una a las 30 ciudades y centros económicos más poblados del otro, utilizando entre 5 y 10 cabezas nucleares en cada ciudad, dependiendo del tamaño de la población”.
Aquello dejaría en unos 45 minutos 85,3 millones de víctimas inmediatas.
Las estimaciones del Plan A aseguran en su desglose que todos estos ataques cruzados, en conjunto, dejarían 34,1 millones de fallecidos y 57,4 millones de heridos.
Lo anterior, en suma, significaría alrededor de 91,5 millones de personas afectadas directamente por los intercambios nucleares, sin contar los potenciales efectos a largo plazo.
Cabe recordar que el Plan A presenta aproximaciones basadas en un escenario hipotético.
De la misma manera, el proyecto fue presentado originalmente en 2019, por lo que no considera aristas como lo que ha ocurrido tras el inicio de la invasión rusa en Ucrania ni las alianzas estratégicas que se han formado desde aquel acontecimiento.