“Esta sensación de irrealidad, se debe a que por primera vez nos está ocurriendo algo real”, decía un tuit que llamó la atención hace algunos días y que fue publicado por el filósofo y escritor español Santiago Alba Rico (60). El virus, explica, es la contingencia que provoca un estado de excepción planetario, que por primera vez desde 1945 sincroniza nuestras costumbres e instituciones con una amenaza “mundana” de alcance universal.
El autor de Penúltimos días, Todo el pasado por delante y su última entrega Ser (o no ser) un cuerpo reclama sobre el lenguaje de la pandemia: esto no es una guerra, sino que una catástrofe, por lo tanto, no se requieren soldados, sino que ciudadanos.
-¿De qué realidad hablas cuando dices que ahora sí nos está pasando algo real?
-Me refiero a la independencia del mundo, donde ocurren cosas al margen de la voluntad de los humanos. El mercado capitalista ha construido en Occidente una “normalidad” que es lo contrario de la realidad: una normalidad tecnológica y consumista, de un presente ilimitado y reproducción ad libitum del propio solipsismo placentero. En la medida en que destruye de un golpe nuestra normalidad, lo real nos parece completamente irreal.
-Cuando se quiebra “la normalidad” aparece el pánico. ¿Será por eso que buscamos respuestas no sólo en la ciencia, sino que también en la conspiración y hacemos cosas locas como salir a comprar mucho papel higiénico?
-Confieso que lo del papel higiénico se me escapa. Es un misterio antropológico al que nadie ha dado una respuesta convincente. ¿Quizás porque es el único gasto suntuario que podemos hacer pasar por necesario? ¿Es un gesto atávico de acumulación primitiva de sin sentido? En cuanto a las conspiraciones y chivos expiatorios, es una respuesta atávica y primitiva, pero proporcionada a una amenaza que no podemos controlar: es la tentativa ansiolítica de introducir voluntad (malquerencia) allí donde no la hay. La tentativa, en definitiva, de “humanizar” lo inhumano. Preferimos un enemigo con un plan que un azar desatado sobre el mundo. De hecho, ya lo ves, hablamos del coronavirus como si fuese un sujeto. La propopopeya -la figura literaria que atribuye rasgos racionales a seres irracionales- funge como una especie de amuleto en situaciones de catástrofe general.
-Nuestro modelo de progreso ha empujado desentendernos del cuerpo, hacer como si este no existiera, ideales que la posmodernidad y el transhumanismo acentúan. Pero el cuerpo es frágil, molesta, se enferma, atrasa. ¿Cómo se nos aparece el cuerpo con la pandemia?
-Hay una fuga constante, inscrita en la corporalidad misma del ser humano y acelerada por la historia (combinación de economía y tecnología); y hay “recaídas en el cuerpo” que tienen que ver con el hambre, el dolor, el tedio, la vergüenza, la muerte. La negación ilusoria de estas “recaídas” por parte de las fantasías del mercado tecnologizado ha hecho que el cuerpo mismo, en las últimas décadas, “desapareciera” de nuestras vidas o sólo apareciera, de forma negativa y amenazadora, en las fronteras, en los campos de refugiados, en la figura del terrorista abrazado a una bomba en nuestras plazas y estaciones. Como consecuencia del virus -que no tiene voluntad- se produce en Occidente una “recaída” general en ese cuerpo reprimido para la que no estábamos preparados. El cuerpo mismo es contagioso y contra ese “contagio” hemos venido edificando una tramoya inmensa de “comunicación” aérea y abstracta sin límites. Ahora que todos somos cuerpos potencialmente contagiosos estamos obligados a vivir con el enemigo y, si se quiere, con el terrorista dentro de nosotros. En esta situación se vuelve más fácil y al mismo tiempo imposible culpar al cuerpo de otro de nuestros males. Ya no tienen cuerpo sólo los extranjeros.
De ciencia y política
-Estos días estamos atentos a lo que dicen las cifras y la ciencia. ¿Es posible hacer teoría crítica en un momento como éste? El filósofo G. Agamben fue muy criticado por su artículo “Contagio”, en el que desestimó la gravedad del virus y advirtió del peligro de los estados de excepción.
-Se puede estar de acuerdo o no con Agamben, que hoy probablemente no subestimaría, como hizo, la gravedad del virus ni vería en las medidas tomadas contra él un simple instrumento del “estado de excepción”. Creo que se equivocó, pero hay que reivindicar no sólo el derecho sino la necesidad de ocuparse de la crisis del coronavirus más allá de la batalla médica. Precisamente porque esa batalla médica, ya lo hemos visto, implica una serie de consecuencias “totalitarias” en cadena: ha cambiado nuestros hábitos, ha introducido un estado de excepción política, ha paralizado la economía, ha militarizado el discurso. Todo eso merece ser analizado. Es imperativo desnaturalizarlo. El virus, si se quiere, es “natural”. Las medidas tomadas contra él, por muy justificadas que estén, no. Y es importante recordarlo para que no se fosilicen en una nueva “normalidad” menos democrática y más tecnológica.
-Dices que antropológicamente no estamos preparados para lo que nos está ocurriendo, pero que el capitalismo lo está aún menos.
-Se ha dicho que un virus pequeñísimo ha revelado la fragilidad de este sistema económico complejísimo: el capitalismo. Pero es mejor formularlo así: lo que ha revelado este virus pequeñísimo es la dependencia del capitalismo de los cuerpos que el capitalismo explota y niega. La utopía capitalista por excelencia es la “superación” del ser humano. Su propia dinámica interna es la de la eliminación de todos los límites, lo que le lleva a creer -si lo tratamos como a un sujeto- que sin hombres funcionaría mejor.El coronavirus es una gran derrota simbólica del capitalismo. Pero no estoy hablando -cuidado- del fin del capitalismo, que buscará, como en otras crisis, vías de autorreforma en perjuicio de los cuerpos de los que depende.
-Entonces qué piensas, ¿podemos seguir imaginando antes el fin del mundo que el fin del capitalismo?
-Venimos años diciendo que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Lo más fácil es imaginar los dos juntos. El modelo “catástrofe” frente al tradicional modelo “guerra” anticipa esta convergencia. Pero hay algo un poco narcisista en el pesimismo total y éste es el momento más anti-narcisista de nuestra historia reciente: aunque no de la misma manera para todos, si el coronavirus es “real” es porque nos está pasando a todos al mismo tiempo. Así que dejemos el pesimismo para tiempos mejores y aferrémonos a este relámpago mental.
-Diversos intelectuales han expresado su posición frente a la disputa que vendrá tras la pandemia. Zizek es más optimista, Byung Chul Han menos. Judith Butler y Harari hicieron también sus advertencias.
- Esta tragedia es una “crisis” en sentido griego: un momento en el que se decide, en una dirección u otra, la suerte del planeta. Es, por lo tanto, una oportunidad para revisar el modelo, como sugiere Zizek, y una oportunidad para cerrar el modelo en una tiranía tecnológica, como sugiere Chul Han. El cierre tecnológico del autoritarismo -que no es una tentación ni una propuesta sólo “oriental”- no es un riesgo menor, y está presente ya incluso en el confinamiento individual como alivio y “comunicación” ininterrumpida.
-¿Cuál es tu apuesta?
-Confío en que salgamos de la pandemia con un “empacho” tecnológico y una gran necesidad de medir el mundo con las manos. Y no entregando nuestras vidas a la utopía imposible y peligrosa de la “seguridad total”.
-¿Ves alguna repetición -trágica o irónica- de los años veinte del siglo pasado?
-A los años 20 del siglo pasado se entró desde una gran pandemia, la llamada gripe española, que mató millones de personas; y luego vino la crisis del 29, Weimar, el fascismo y la guerra. Aquí hemos empezado con un Weimar global, es decir, con una crisis institucional muy profunda y una desdemocratización general, y la pandemia llega a un mundo que vive desde hace años una crisis económica y política. El peligro es que esta “catástrofe”, que nos sitúa en un marco impersonal de decadencia civilizacional (marcado por las guerras periféricas, sí, pero sobre todo por las catástrofes víricas y climáticas) alimente los regímenes autoritarios nacionalistas ya en ciernes, como ocurrió precisamente en el período de entreguerras del siglo XX. La pandemia del coronavirus incluye esta bifurcación: oportunidad para la revisión del modelo y oportunidad para la confirmación “iliberal” del modelo.
-¿No tendremos nuestros locos años veinte?
-Locos probablemente. Frívolos creo que no.
Confinados
-¿A qué experiencias piensas que nos ha confrontado el encierro?
-El encierro se plantea en tres planos. Por un lado, nos distancia de los otros cuerpos como una oportunidad para reconocer su existencia por primera vez: conviene pensar que estamos protegiendo más los otros cuerpos que los nuestros. Por otro lado, si tenemos la suerte de compartir el confinamiento y de no compartirlo con un enemigo, pondrá a prueba del modo más exigente nuestra capacidad para soportar al otro (el infierno son los otros, decía Sartre). Por último, nos pone en una relación sin precedentes con el tiempo mismo, diluido hasta ahora en el trabajo y en el ocio industrial del que no somos nuestros propios dueños. Esto nos brinda una oportunidad dura y maravillosa de aburrirnos radicalmente, hasta la raíz misma de nuestro ser, donde tendremos que descubrir alguna forma individual, no industrial, de “perder” el tiempo.Tenemos una oportunidad enorme para sacudirnos el yugo de la sedicente “industria del entretenimiento”. Habrá que responder, individual y colectivamente, a la pregunta kantiana y leninista por excelencia: ¿Qué hacer?
-Quizás ese sea el mejor de los casos. Debemos enfrentar que no todos tienen el privilegio del encierro.
-Leía hace unos días un artículo sobre el tamaño de las viviendas en Madrid, según barrios y por lo tanto según ingresos económicos. No es lo mismo pasar el confinamiento en una casa de 100 metros con jardín que en un apartamento de 25 metros interior y sin intimidad ninguna. El problema de la vivienda, agravado en estos años de recortes y fondos buitre, va a revelar toda su gravedad con el confinamiento. Igual que ocurre con la sanidad, la vivienda se ha visto muy afectada por el neoliberalismo y el confinamiento, que pone a la luz esta feroz desigualdad de clase en relación con el cuerpo mismo y sus necesidades espaciales.El neoliberalismo nos ha robado el concepto mismo de “casa” y ahora se nos exige que nos confinemos en ella.
-Se dicen dos cosas sobre el siglo XXI, que nos pusimos nihilistas y a la vez que actuamos con la vanidad de sentirnos inmortales. ¿Cómo nos cae encima el encuentro con la muerte de manera tan radical?
-Como una tentación de aceleración del nihilismo mismo, como ha ocurrido siempre en todas las plagas y pestes. Y como una oportunidad asimismo para la gestión consciente de la fragilidad del mundo. Entre nihilismo destructivo -ya instalado en nuestras vidas por el capitalismo- y “pudor de la mortalidad” se decidirá este trágico juego.