La labor de los padres y madres en la crianza de sus hijos cumple un papel crucial en cómo estos gestionarán sus emociones y llevarán sus relaciones interpersonales.
Si bien, es natural que los progenitores busquen el bienestar de sus pequeños y que estos entiendan cuáles son los límites que deben tener sus acciones, hay ciertos factores a considerar para evitar efectos contrarios o repercusiones que puedan afectarles.
Una de las personas que se ha dedicado a estudiar este ámbito es la psicóloga especialista en niños y adolescentes, Diana Jiménez, quien recientemente estrenó un libro titulado Disciplina Positiva: cómo criar niños seguros, responsables y capaces (Grijalbo, 2024).
Tal como el título lo sugiere, ahí entrega recomendaciones para contribuir al desarrollo de vínculos saludables con ellos y otorgarles herramientas para que puedan desenvolverse en distintos escenarios.
Pero, ¿qué es la disciplina positiva y cómo puede ayudar en este sentido?
La autora española lo explicó en conversación con El País.
En sus palabras, “es una filosofía de vida que ayuda a mejorar las relaciones personales”, la cual “es fundamental aplicar en la crianza”.
“Las bases de la disciplina positiva se asientan en la psicología de Alfred Adler (médico y psicoterapeuta), que se basa en que ‘los seres humanos son seres creativos por naturaleza’. Esto nos permite entender que vivimos en sociedad y necesitamos de otros”, afirmó Jiménez.
“Nos ayuda a poner la mirada en la construcción de una sociedad asentada en valores como el respeto, la responsabilidad o la empatía, que últimamente se están dejando de lado”, agregó.
Por qué buscar la felicidad de los hijos es un error, según la psicóloga
Jiménez manifestó que sobreproteger a los niños y tratar de evitar que se enfrenten al sufrimiento y a sentimientos como la tristeza o la frustración contribuye a “debilitarlos”.
“Buscar la felicidad de nuestros hijos es un error, lo adecuado es permitirles sentir todas las emociones y aprender de ellas”, aseguró.
También se refirió a otros puntos relacionados a la crianza. En este sentido, afirmó que actos como que los padres prometan comprarles juguetes a cambio de que hagan lo que les están pidiendo puede afectar a su desarrollo.
Según la autora, “es una amenaza a toda regla que induce a seguir órdenes sin reflexión, con lo cual el niño aprende a obedecer sin pasar por el filtro de lo que es útil o respetuoso para él, para el otro o para la sociedad”.
“Se trata de una obediencia que puede acabar en sumisión, pero también en rechazo o rebeldía. También invita al sentimiento de incapacidad, o es como decir: ‘No confío en que seas capaz de hacerlo, por eso te amenazo o te doy un premio para compensar o conseguir el fin que yo persigo’”.
Junto con ello, enfatizó que acciones como gritarles no son adecuadas y tienen consecuencias tanto en la salud mental de los adultos responsables de los niños.
En su lugar, sugirió: “Para educar con firmeza, es decir, teniendo presentes los límites, las normas o las rutinas, necesitamos acompañarla de amabilidad, conexión antes que corrección. Los gritos y el castigo no tienen un componente educativo”.
De la misma manera, Jiménez subrayó que “no se trata de decirle al niño que lo hace todo bien, sino permitir que vaya desarrollando su personalidad recibiendo apreciación, reconocimiento, guía, apoyo y conexión”.