Blanquita es una película nihilista, sin autocomplacencias, una bocanada de realidad contaminada de la que se sale algo aporreado y tras la que hay que lavarse las manos dos veces. Son pocos los cineastas chilenos tan efectivos y concisos y Guzzoni tiene algo del primer Pablo Larraín, el de Tony Manero y Post Mórtem, dos ejemplos de brutalismo expresivo por inventar algún término. Si su próximo largometraje es de horror, no sería de extrañarse.
28 abr 2023 07:28 PM