Rafael Sagredo, historiador: "La mecánica de la academia no es incompatible con la llegada al público masivo"

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Coautor de Anatomía de una disciplina, que aborda la historiografía chilena de los últimos 25 años, el académico habla del estado de su trabajo.


En diciembre pasado se imprimían los ejemplares de Anatomía de una disciplina. 25 años de historiografía chilena. En la obra, nacida de una convocatoria de la U. Finis Terrae, tres académicos contribuyeron a ofrecer una panorámica de los estudios sobre el  Chile colonial (Hugo Contreras), el decimonónico (Rafael Sagredo) y el del siglo XX (Jorge Rojas).

En el caso de Sagredo, académico de la UC y director del Centro de Investigaciones Diego Barros Arana (Dibam), su texto "El fin de 'la' historia de Chile en el siglo XIX" propone un mapeo, pero tiene también algo de manifiesto y de vuelta a las preguntas esenciales. Asimismo, celebra una puesta al día disciplinar refutando a quien aún crea que sus temas pasan necesariamente por el Estado, y su discurso, por la épica o de la celebración. Seis meses más tarde, cuando se dejan caer reproches sobre un "ocultamiento" de ciertas verdades de la historia por parte de quienes la estudian y la enseñan, el texto destaca los rasgos críticos y desmitificadores del oficio y describe la variedad de ámbitos que hoy se abordan.

Su Historia mínima de Chile (2014) preguntaba "qué hay de nuevo en esta historia". ¿Cuáles son las lecturas que mejor expresan la etapa que ahora describe?

Como la valoración de la pluralidad y la aceptación de la diferencia marcan la principal transformación experimentada por el país en el paso del siglo XX al XXI, la historiografía ha debido practicar nuevas formas de hacer historia. Formas en las que los sujetos de la más variada condición y situación -las masas, el consumidor, la minoría sexual o racial- son también protagonistas, como ocurre en la realidad que nos toca vivir. La historiografía de las últimas décadas permite afirmar el fin de "la" historia de Chile. Por eso, entre las principales novedades, en esta época de desesperación por lo "nuevo",  "lo secreto" y lo freak, está el hacer sujetos de la historia a las personas corrientes. Y junto a los renovados enfoques, creo por último que hay cada vez más preocupación por ofrecer historias de una manera más asequible con los lectores.

¿Es la mecánica con que opera la academia la que mejor se aviene con el desarrollo del conocimiento en esta área? 

Mi experiencia me permite afirmar que las exigencias que el medio ha impuesto a los historiadores, como la evaluación de pares, los proyectos concursables y la consideración por las convenciones y prácticas de la disciplina, han sido provechosas. Ahora, que hay exigencias que se van desacreditando por las malas prácticas, que hay usos y abusos de la historia, los hay, pero eso no descalifica la práctica, el arte, ciencia u oficio de la historia como un todo.

¿Cómo ve la incidencia pública de los historiadores? 

En tiempos de reality shows y de Twitter, en muchas ocasiones es difícil que se aprecie la reflexión fundada propia de la forma de trabajar de los historiadores. Como generalmente se busca la expresión "crítica" o llamativa, capaz de atraer eficazmente la atención hacia el medio que la dará a conocer, no hay mucho tiempo para lo comprensivo. Por lo tanto, la "incidencia" de los historiadores resulta limitada si se considera su continuidad. Pero, por otra parte, es común que los medios busquen la opinión, la voz de un historiador para aludir no sólo a los considerados "hechos históricos", sino también para ilustrar sobre temas que preocupan a la sociedad.

No incompatible

La Historia mínima… de Sagredo ya va en su 5ª edición. Súmese esto a su participación en la también reeditada Historia de la vida privada en Chile, y se entenderá que no es ajeno al público. Otra cosa es que tome distancia de una "explosión de historia" que "se vende como diferente, reveladora de lo desconocido, pero que en realidad, salvo por la campaña publicitaria, no tiene nada de nuevo, pues se nutre de lo ya hecho por algún profesional de la historia".

Los historiadores, agrega, se mueven en un circuito académico, que tiene sus exigencias. Pero eso "no nos inhabilita para elaborar productos de consumo masivo. Otra cosa es que no se difundan". Esto lo dice en el marco del "affaire Baradit", que enfrentó al escritor con un grupo de historiadores a propósito de su Historia secreta de Chile, que vendió 80 mil ejemplares y que ya tiene su segunda parte.

Se dice que el lector está acostumbrado a una retórica de lo episódico procedente de la ficción. ¿Qué lugar hay allí para el historiador?

No veo incompatible la "mecánica de la academia" con la llegada al público masivo, la escritura sin las convenciones propias del medio o el uso de nuevos soportes. Dicho esto, creo que el acontecimiento espectacular, el personaje mítico, lo épico, atrae, y no sólo hacia la historia que lo relata, sino también hacia las múltiples memorias que aparecen por doquier e, incluso, hacia la novela "sin ficción". Pero, bueno, si alguien comienza por la difusión o la novela histórica, está en su derecho. Ahora, si avanza hacia un libro "de historia", mucho mejor.

El interés por leer cuestiones ocultas, ¿qué dice sobre la relación de los lectores con la historia? 

Que los lectores quieren la vida "en carne y hueso": humanizar a los próceres, correr el tupido velo, que le muestren la historia tal y como ellos viven sus vidas. Es una tendencia propia de una época que ha experimentado el protagonismo social de grupos antes invisibles y marginados.

¿Le complica que Baradit genere literatura de base histórica que se instala como "algo más" que literatura?

No me complica. Son formas de promoción, creaciones de editoriales que tienen como su negocio vender, no precisamente enseñar historia, aun si a veces terminen haciéndolo como un resultado añadido a sus objetivos fundamentales. La existencia de este tipo de estrategias demuestra la consideración para con la historia en la sociedad, el interés que despierta.

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