Explorando los límites de Donoso

En treinta páginas dobles, Juan José Richards revisa y relee la novela "más queer" de José Donoso, Un lugar sin límites, que cumple 50 años desde su publicación.


Dibujos, recortes, anotaciones al margen en letra ínfima que van creando figuras y nuevos caminos entre página y página, lápices de colores envidiables y libretas desbordadas; el arte de Juan José Richards (1981) es tan delicado como lleno de ideas y energía. Richards, quien estudió diseño y estética y luego hizo un Máster de Escritura Creativa en Nueva York, pareciera siempre estar revisando y releyendo exposiciones y libros, creando mundos nuevos y aparte a partir del diálogo con las obras, con los autores, con los colores, y hasta con los diarios, con sus collages de titulares. Ahora inaugura su primera exposición en solitario, en donde expone parte del "diario de lectura" que hizo al comprar un ejemplar de Un lugar sin límites, de José Donoso, para su cincuentenario. Mezcla de texto y plástica, la muestra llamada Otro lugar sin límites se presenta desde el 31 de mayo en Galería NAC (Juan de Dios Vial Correa 1351, Providencia).

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—¿Haces diarios de lectura de todo lo que lees? ¿Cómo se parte haciendo un diario de lectura?

—Había hecho diarios de vida, diarios de viaje y tengo varios cuadernos donde anoto citas que me gustan, pero nunca había hecho un diario de lectura. Para empezar, elegí el soporte: una libreta Leuchtturm1917 en la que anoté el plan y mis expectativas. Sabía que era la novela más queer de Donoso, que su protagonista era un travesti y que Severo Sarduy había escrito sobre ella. Esas notas luego se transformaron en la crónica de cómo fue conseguir un ejemplar –encontré una edición de 1996 en una librería de viejos– y a eso le siguieron las impresiones que surgieron del libro. Iba leyendo-anotando, leyendo-relacionando, leyendo-desviándome.

—El lugar sin límites cumplió 50 años, ¿fue la efeméride la que te llevó a hacer la revisión?

—Más que el efeméride, fue darme cuenta que nadie estaba reparando en ese aniversario y me pareció importante hacer una operación de rescate. Cincuenta años son una buena excusa para revisar un texto y también para homenajearlo. Resulta que el libro ha envejecido súper bien: los temas que Donoso trabajó en los '60, hoy están absolutamente vigentes. Planteó cuestiones de género e identidad sobre las que se está discutiendo hoy a nivel mundial, además de temas culturales y sociales como la figura del "otro", el extraño, el extranjero como amenaza para una sociedad convencional, que bien podría ser la de Chile en el 2017.

—Qué pensabas de Donoso antes y qué piensas de Donoso después de esta lectura y revisión de la novela.

—Me parecía un autor correcto, canónico y me gustaban sus novelas, pero sólo eso. Ahora lo veo más como un escritor raro, barroco y en algún sentido, inagotable. Claro que la curiosidad y el secretismo colaboran a hacerlo un mito. Creo que mientras más sabemos del hombre detrás del nombre, más complejo se vuelve. En sus manuscritos entendemos cómo era su proceso de escritura, pero también entramos en contacto con sus demonios. Y eso es muy potente.

—Tras la publicación de los diarios de Donoso, y de la autobiografía de su hija, ¿cambia la lectura de un libro como este?

—Absolutamente. Para mí fue clave leer Correr el tupido velo (2010) porque aparecía de forma íntima y brutal un Donoso mucho más oscuro. La publicación de los diarios fue la confirmación. En sus cuadernos surge él con sus miedos, obsesiones y ambiciones más intensas. Donoso fue un escritor que se estaba preguntando por la escritura constantemente, pero de manera tormentosa. En uno de sus cuadernos dice: "Tengo que permanecer. Permanecer y dar el infierno". Alguien que escribe con ese propósito, oye, tiene toda mi atención.

—Las páginas de tu diario de lectura tienen esta letra pequeñísima manuscrita, ¿están hechas para verse o leerse?

—Las dos simultáneamente. Quería que el diario entero provocara esa cosa doble. Que fuera al mismo tiempo un ensayo visual y literario. Que la caligrafía estuviera al borde de la ilegibilidad, pero que a cierta distancia muy próxima se leyera, para que siguiera siendo un documento íntimo. Mostrarlo en una galería es una forma de exhibirlo pero también una forma de sortear la publicación tradicional, porque finalmente lo que hay es un texto, un texto que se puede leer de comienzo a fin.

—Tu novela Las olas son las mismas tuvo excelente crítica. ¿Estás escribiendo ficción también? ¿Hay algún vértigo desde un nuevo enfrentamiento a la publicación de tu obra?

—Ahora estoy terminando de escribir una novela de fantasmas que pasa en el sur de Chile y supongo que publicar siempre será un vértigo. Antes de que saliera mi primer libro le escribí un DM a la Andrea Palet –a quién sólo conozco por Twitter– en el que le contaba que me daba terror publicar. Yo la admiro mucho y ella sólo me respondió: "Es bueno tener terror". Desde entonces me quedé con eso como lema. Entender el miedo no como un freno creativo, sino como una oportunidad o herramienta con la que hacer de tu trabajo un mejor trabajo.

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