Alejandra Costamagna: "Esta novela visibiliza sobre todo el desarraigo, tan urgente hoy"

Alejandra Costamagna.

Llega a librerías El sistema del tacto, el libro con la que la autora fue finalista del prestigioso Premio Herralde. Una historia que indaga en su compleja genealogía familiar.


Encima de la mesa hay cuadernos, fotografías, libros, papeles, muchos papeles que se mezclan con las fotocopias de un Manual del emigrante italiano junto a un par de novelitas de terror y más fotos: imágenes de una familia italiana que emigró a comienzos del siglo XX a Argentina, buscando otra vida, otras posibilidades, y que se instaló en un pueblo ubicado a un par de horas de Buenos Aires: Campana.

Las fotografías, los papeles, los documentos que están encima del escritorio de Alejandra Costamagna (1970) son los materiales con los que trabajó para darle forma a El sistema del tacto, su nueva y esperada novela, que en noviembre pasado resultó finalista del prestigioso Premio Herralde y que acaba de llegar a librerías.

—Yo tiendo a pensar que es un libro fronterizo, pero que podemos llamar novela —dice Costamagna, mientras revisa los archivos personales que dieron vida a esta historia, un relato en el que bucea en su genealogía familiar, específicamente en el lado paterno, en aquellos italianos que llegaron a Argentina en 1910, aunque se obsesiona con un personaje, su tía abuela Nélida, que llegó a Campana después de la Segunda Guerra Mundial. Esos materiales biográficos los traslada a la ficción y así construye la historia de Ania, una chilena que debe cruzar la cordillera para despedirse de Agustín, su moribundo tío argentino —primo de su padre–, el último eslabón de una genealogía que la tuvo, una buena parte de su infancia, viajando todos los veranos a Campana, donde compartía con Agustín y con la madre de él, Nélida, que es el centro de esta novela, aunque su vida se narre sólo a pedazos, como un rumor.

Ahí, en Campana, Ania convivirá con el pasado de su familia y con el desarraigo como un peso ineludible en su historia de vida.

Liberarse del nombre propio

Si hubiese un origen de esta historia, habría que retroceder a 1993, cuando Costamagna termina de estudiar periodismo y emprende su primer viaje a Europa. Quiere recorrer el continente pero también quiere conocer el pueblito italiano, en el Piamonte, de donde vienen sus ancestros. Quiere escribir sobre ese origen. Pero aquella vez no llega. Se pierde. Y recién en 2011 conoce Trinitá, el lugar de los Costamagna. Sin embargo, nunca olvidó los deseos de escribir sobre su familia paterna, aunque fue postergando aquel proyecto mientras se iba convirtiendo en una de las escritoras chilenas más importantes y premiadas de su generación, una cuentista extraordinaria que en sus libros fue indagando en su genealogía, pero siempre de soslayo, hasta que en 2012 muere en Campana el último familiar de su padre y ella va al velorio y descubre los diarios de dactilografía de su tío Agustín. Es entonces, también, cuando se le aparece con mucha mayor fuerza la imagen de su tía abuela Nélida.

—Ella fue un personaje que siempre me persiguió desde la infancia, cuando la visitaba en Campana.

—¿Era como el personaje de la "tía loca", no?

—Sí, pero una tía loca que arrastraba en esa locura una pérdida, una oscuridad tremenda, y que a lo mejor se alimentaba también de la oscuridad que vivía Argentina en los años que yo presenciaba esa oscuridad. Estoy pensando concretamente en 1978: la dictadura está desatada allá y acá, estamos casi en guerra con Argentina, ellos ganan el Mundial de fútbol, entonces hay una cosa medio triunfalista pero con toda esta sensación de horror de fondo.

—Esta es una novela que trabaja con materiales autobiográficos y que además los utiliza como documentos (podemos encontrarnos en el libro con fotos reales de Nélida, pero también con fragmentos de los diarios de dactilografía de Agustín), aunque optas por no utilizar tu nombre.

—Me interesa lo inespecífico, la indefinición en el límite entre lo ficcional y lo real. Trabajo con eso, y creo que tiene que ver con que originalmente imaginé este libro como algo muy documental, pensar a mi bisabuelo y esa inmigración italiana: por qué habían venido, qué costos había tenido el viaje, y pensaba en otros personajes que vinieron después, como mi tía abuela, y descubrí un vínculo que se podía hacer también con la venida a Chile de mis padres, la resonancia de ese desarraigo de lo que había en el fondo ahí. Pero una vez que empecé a trabajar con esos materiales, yo misma empecé a desplazarme e ir a otros lugares, me fui desplazando hacia una zona de la ficción.

—¿Qué encontraste en la ficción que no hallaste en la realidad?

—Creo que tuvo que ver por una parte con los vacíos que había, con la imposibilidad de reconstruir las historias, y frente a la imposibilidad finalmente empecé a trabajar ya no con la resistencia, o sea, no tratar de hacerle frente a la resistencia al material, sino seguir esa resistencia y trabajar con los vacíos, con el rumor, con la esquirla, con los pedazos de esas historias a medias y no intentar cerrarlas. Eso también me ayudó a entender por qué me interesaba contar esta historia. Descubrí que era fundamental la resonancia que podía tener en el presente.

—¿Entonces en alguna versión anterior de la novela Ania se llamó Alejandra Costamagna?

—Al principio sí, pero cuando me liberé del Costamagna el personaje empezó a tomar otro camino. Creo que fue muy liberador ese momento, porque seguía hablando de cosas que son super autorreferenciales, pero con una libertad que me permitió más movimiento también.

—Ania va a Campana porque su padre le pide que lo reemplace en el velorio de Agustín. La hija reemplazando al padre es una imagen poderosa, pensándola en el contexto de "la literatura de los hijos"… ¿Cómo ves tú ese desplazamiento? ¿Es hora de que los hijos dejen de ser hijos y se conviertan en los protagonistas de la historia?

—Es curioso porque también eso está vinculado con la idea de que ella ya tampoco va a ser madre, es el cuestionamiento de qué va a pasar con la maternidad. Ahora, en realidad el gran cuestionamiento que hay de fondo es que tanto ella como Agustín son dos personajes que no encajan muchos en un sistema esperado, tal vez en ese sistema del tacto, del tacto en el sentido de tener tacto para moverse socialmente, de tener tacto para incorporarse al deber ser, tanto desde lo profesional como desde su lugar en la familia, el lugar que supuestamente les corresponde. Ellos se sienten medio fuera de foco, fuera de sí. Y quizá tiene que ver con que generacionalmente empezamos a habitar otro lugar, donde ya sería como un poco mañoso pensarse como hijo eternamente. Sería algo super cómodo quedarse ahí. Quizá por eso ellos buscan arraigo en otros lugares, buscan sus propios lugares de resistencia.

—La novela resultó finalista del Premio Herralde. ¿Qué significa para ti ese reconocimiento y publicar en Anagrama?

—Anagrama tiene un catálogo que me parece fabuloso. No puedo no mencionar que es un honor aparecer en una editorial que publicó a Lemebel, a Bolaño, o donde ahora publica Mariana Enriquez. Pero creo que sobre todo es importante para el libro porque esta novela visibiliza el desarraigo, que es un tema que hoy se ha vuelto urgente y universal, y creo que Anagrama le dará otra circulación a la novela, mucho más amplia.

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El sistema del tacto

Alejandra Costamagna

Anagrama, 2018.

182 pp.

Próximamente en librerías.

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